La tarde caía cercana al ocaso, tiñendo de tonos ocres y rosáceos el azul del cielo y dando al mar un aspecto grisáceo y sombrío. Al caer el sol, multitud de pequeñas barcas arribaban a las playas de las playas del archipiélago; los pescadores volvían de su faena cargados con los bienes que el mar había tenido a bien otorgar.
Como de costumbre, las mujeres y los niños que aún no estaban en edad de salir a faenar se congregaban en la playa para recibir a padres, esposos y hermanos. Siempre era un alivio verlos regresar. El océano era voluble y traicionero en aquella época del año, además de albergar multitud de monstruos capaces de tragarse una de las pequeñas embarcaciones con facilidad; sin embargo, desde hacía cinco años no habían tenido que lamentar ninguna baja.
Habían pasado cinco años desde que el pueblo reuniese una suma aceptable de dinero para que Ub, el hijo mayor de Balema, viajase a la Isla Papaya y ganase el Gran Torneo de Artes Marciales. Los ancianos se habían mostrado reticentes, alegando que, por fuerte que pudiese ser el muchacho, el mundo estaba lleno de individuos formidables. Pero aquel año fue particularmente duro. Dios se empeñaba en negarles los bienes del mar, enviando criaturas cada vez más grandes que no les permitían pescar en paz. Los enormes tiburones-dragón cada vez se adentraban más en la playa, así como los calamares gigantes que, en circunstancias normales, no salían de las profundidades, campaban a sus anchas por los arrecifes, esquilmando los bancos de peces y atacando a todo el que se atreviese a meterse en el agua. Esto había hecho que el Consejo de ancianos transigiese en su decisión y permitieran al chico participar en la competición.
Lejos de ganar, Ub había regresado a casa montado en una nube extraña y en compañía de un extranjero, pero con las manos completamente vacías. Todo el mundo se había quedado embobado al ver que el tipo era capaz de volar. Al principio se habían mostrado hoscos y desconfiados, increpando a Ub por retirarse del campeonato en lugar de intentar ganar a cualquier precio, pero cualquier muestra de recelo inicial desapareció al ver de lo que aquel hombre era capaz. No temía a las criaturas del mar, al contrario; allí donde los tiburones-dragón habían aterrorizado a la población, ahora se asaban en enormes espetones de madera de deriva y servían de alimento a toda la isla.
Con su fuerza sobrehumana, aquel tipo les había ayudado a construir nuevas viviendas, así como a arar campos y mejorar sus condiciones de vida. Allí donde se necesitaban más de diez hombres para levantar rocas o remover la tierra, el tal Son Goku lo lograba con extrema facilidad. Lo más llamativo era que no parecía pedir nada a cambio; su única demanda era disponer a su antojo de un pequeño islote desierto al atardecer, pidiéndole a los habitantes del pueblo que, bajo ningún concepto se acercasen allí al caer el sol. Nadie en el pueblo parecía entender para qué, aunque le cedieron gustosos aquel trozo de tierra baldía.
Pasados los primeros meses, Ub había comenzado a volar y a exhibir la misma fuerza que su autoproclamado maestro. Salía a pescar cada mañana con los hombres del pueblo, quienes aseguraban que el chico era capaz de sacar del agua a un kráken adulto con sus propias manos. Nadie entendía muy bien a qué se debía el cambio, pero todos tenían claro que Son Goku había tenido algo que ver. Algunos incluso se atrevieron a pedirle que los enseñase a volar a ellos también, pero el hombre se había limitado a sonreír de forma enigmática, dando siempre una respuesta negativa.
Después de volver de la pesca, Ub regresó a casa para cenar. Como decía el maestro, alimentarse bien era algo importante si uno quería rendir de manera adecuada en los entrenamientos.
—Ya estoy de vuelta —saludó al cruzar la entrada de la choza. La vivienda constaba de una única habitación en dos alturas; la primera planta hacía las veces de cocina y sala de estar, mientras que una escalera de madera permitía acceder al piso superior, donde toda la familia dormía junta.
—Bienvenido —lo saludó su madre—. ¿Qué tal ha ido hoy? ¿Mucha pesca?
—Un cocodrilo marino —replicó él, restándole importancia—. Era demasiado grande para cargarlo en las barcas, así que tuve que llevarlo a la playa a cuestas. ¿Dónde está el maestro?
—Supongo que en el islote. —La mujer se encogió de hombros.
—¿No ha querido esperar a la cena? —preguntó Ub extrañado. El maestro no solía saltarse ninguna comida, ni mucho menos partía sin esperarlo.
—Ha estado muy raro hoy —repuso su madre—. Quiero decir, más que de costumbre. Ha estado jugando con Beta y Faya toda la tarde y luego nos ha agradecido la hospitalidad por todos estos años… ¡Como si tuviese algo que agradecer! Con todo lo que ha hecho por nosotros… Ese hombre es un ángel.
«Qué extraño», pensó Ub.
Después de asearse en el cobertizo del exterior, se atavió con el dogi de entrenamiento y se sentó junto a su familia para la cena. Sus seis hermanos estaban deseosos de que les relatase la hazaña del cocodrilo. Su padre también asentía con aprobación, aunque en su opinión, pescar así no tenía mérito.
—Si todos tuviésemos tus poderes sería muy fácil —dijo después de cascar la pinza de un bogavante con las manos—. La verdad es que no sé de dónde has sacado esa fuerza, hijo.
«Y es mejor que no lo sepas, papá.»
El maestro le había contado que, poco antes de su nacimiento, había existido un monstruo terrorífico que había puesto al universo en peligro. Al parecer, el maestro y sus amigos habían derrotado a la criatura, pero ésta se había reencarnado en él, otorgándole su fuerza. Aquella revelación le había dejado boquiabierto, pero ahí no había acabado todo: Una parte del monstruo también seguía viva y no era otro que Mr. Bu, el famosísimo discípulo de Mr. Satán y al que sólo el Gran Héroe de la Tierra era capaz de derrotar.
Poco después, Goku había cedido a sus peticiones y lo había llevado a Satan City para conocer a su alter ego. Había visto a Mr. Bu la vez que participó en el torneo, y ya entonces le pareció un tipo demasiado extraño para ser humano, pero al detectar su energía no pudo sino asombrarse. Aquel gordinflón con aspecto de bebé tenía una fuerza extraordinaria, al contrario que su supuesto mentor.
—Mr. Satán es… un farsante, ¿verdad? —se atrevió a preguntar en aquella ocasión, mientras volvían a casa—. Su fuerza es la de una persona normal y corriente.
Contra todo pronóstico, su maestro había negado con la cabeza.
—Puede que no sea muy fuerte, pero a su manera nos salvó a todos de Bu —respondió—. Nunca subestimes a nadie, por débil que parezca; podría llegar el día en que esa persona acabe salvándote la vida.
—Me entreno mucho —respondió a su padre, como solía decir cada vez que alguien hacía alusión a sus capacidades. Había decidido no revelarle a nadie nada sobre su origen. Si la gente del pueblo descubría que su alma había sido la de un terrible demonio, podrían comenzar a temerle—. Además, el maestro me ha enseñado bien.
—¿Vais a entrenar hoy también? —preguntó Faya entusiasmada, con la boca llena de restos de guiso de pescado—. ¡Yo quiero ver cómo lo haces!
—Puede ser peligroso —repuso Ub, limpiándole la cara con una servilleta—. Es mejor que te quedes aquí, con papá y mamá.
—¡Pero yo quiero ir!
—No protestes, Faya. Si te portas bien, mañana te dejaré montar en Kinton —miró a sus otros hermanos—. A todos, ¿de acuerdo?
Los niños se mostraron encantados y desde ese momento guardaron la compostura en la cena, algo que no sucedía a menudo.
—En fin, marcho ya —anunció Ub, levantándose de la mesa—. Gracias por la cena, mamá.
—No te hagas daño —dijo su madre antes de que saliese.
Al abandonar la choza alzó el vuelo, cruzando los tres kilómetros de mar que separaban la playa de su isla del pequeño islote en menos de un minuto. Al aterrizar se encontró con el maestro sentado sobre una roca, con las piernas cruzadas y la mirada perdida en la infinitud del océano.
—¿Maestro? —dijo, acercándose a él—. ¿Está bien?
El hombre giró la cara, dedicándole una sonrisa. Se puso en pie con lentitud, tomándose tiempo para sacudirse el polvo de su dogi azul.
—Mejor que bien —respondió finalmente—. ¿Qué tal ha ido la pesca?
—Muy bien —contestó sucinto—. ¿Por qué no me ha esperado? ¿Ocurre algo?
—¿Recuerdas el día que nos conocimos?
—Pues claro. —Aquel día había cambiado su vida para siempre. Podrían pasar cincuenta años y seguiría recordándolo de manera vívida—. Pero no sé a qué viene eso ahora, maestro.
—¿Recuerdas también lo que te dije? El motivo de tu entrenamiento…
—Quería que me hiciese fuerte para proteger la Tierra de futuras amenazas —dijo Ub, tratando de recordar—. Además de… —En ese momento cayó en la cuenta—. ¡Ah! No, no puede ser… Todavía no estoy preparado para…
—Lo estás —Goku lo interrumpió, poniéndole la mano en el hombro—. Has crecido fuerte en cuerpo y espíritu y ya no tengo nada más que enseñarte. Creo que ha llegado el momento de probar los frutos de tu entrenamiento en un combate real.
Ub tragó saliva, haciéndose a la idea. No era la primera vez que hacía algún simulacro de combate con el maestro, pero aquello era muy distinto. Nunca lo había visto luchar en serio, pero sabía que tenía una fuerza increíble en su interior. Una parte de él pugnaba por decir que no, que todavía era demasiado pronto; sin embargo, otra bullía de emoción ante la perspectiva de poder dar rienda suelta a todo su poder con un adversario a su altura.
—¿Qué dices? —preguntó Goku, instándolo a responder—. ¿Aceptas?
—Está bien —dijo al fin, tratando de aparentar mayor seguridad de la que sentía en realidad—. Pero si luchamos aquí…
—No te preocupes —repuso Goku, pletórico de felicidad—. Conozco un sitio donde no tendremos que contenernos. Te diría que nunca has estado allí, pero no sería estrictamente cierto. Ven, cógete a mí.
Ub le dio la mano y Goku se llevó la mano libre a la cara, tocándose la frente con los dedos índice y corazón.
«Shunkanido», pensó Ub, sabiendo lo que venía a continuación. El paisaje costero desapareció de pronto, revelando una enorme edificación de aspecto antiguo, rodeada de un montón de nubes de color amarillo, muy similares a Kinton.
—¿Dónde estamos? —preguntó, mirando el cielo rosa—. ¿Esto es la Tierra?
—No, pero no importa —dijo Goku, sin apartar los dedos de la frente—. Sólo estamos de paso.
Antes de que tuviese tiempo de responder nada, la vista volvió a cambiar de golpe. Esta vez se hallaban en medio de lo que parecía una enorme pradera cubierta de hierba y llena de pequeños cauces de agua. Había arboles por doquier, pero no se veía una sola construcción. Ub dedujo que aquello tampoco debía ser la Tierra, opinión que confirmó en cuanto vio a los dos individuos que pescaban junto a la orilla de un arroyo.
—¡Kaiô Shin, abuelo! —saludó el maestro alegremente—. ¡Cuánto tiempo sin veros!
—¿Goku? —preguntó de pronto un tipo alto, de piel purpúrea y vestido con ropas estrafalarias. Tenía las orejas puntiagudas y los ojos rasgados, así como una larga cabellera nívea—. ¿Qué haces aquí?
El otro se levantó con esfuerzo y miró al maestro, manteniéndose en silencio. Era mucho más viejo que el primero, aunque vestía ropas similares y tenía el mismo tono de piel. Curiosamente, llevaba el escaso cabello ralo cortado de la misma forma que Ub.
—Así que este es el muchacho —dijo después de carraspear. Sus ojos se encontraron un instante con los de Ub, fríos y reprobatorios, antes de volver a mirar a Goku—. ¿Te ha dado algún problema?
—En absoluto —contestó Goku—. Ub es un buen chico, ¿verdad? —Le revolvió el pelo de la cabeza—. Además es muy fuerte. Seguro que usted mismo puede notar su fuerza, así como el enorme poder que esconde en su interior… Había pensado que…
—Me niego —contestó el anciano, tajante—. Desde el momento en el que te he visto aparecer ya sabía a lo que venías, pero mi respuesta es no. No estoy dispuesto a liberar semejante poder en el universo sin una buena razón…
—Pero ¿por qué? Ub puede sernos útil en caso de que aparezca alguien poderoso dispuesto a…
—¿Y si él acaba siendo ese alguien? ¿Y si se descontrola y pone en peligro a todo el universo? En mis muchos milenios de vida, nunca se había hecho algo así con un muerto. No se puede mantener la fuerza de un individuo en su próxima reencarnación sin que el alma conserve trazas de su naturaleza anterior —bufó el viejo, señalándolo—. Se lo advertí a Enma, le dije que era una temeridad, pero no me hizo caso. Este crío es una alteración del curso natural de las cosas y no pienso contribuir a hacerlo aún más poderoso.
Ub estuvo a punto de replicar, pero logró contenerse. Estaba claro que aquel viejo era alguien importante, y por cómo hablaba de él, no era difícil adivinar que se refería al peligro que representaba el monstruo Bu. Eso le hizo pensar hasta qué punto el alma de la criatura podía llegar a influirle. Nunca había sentido ninguna presencia extraña en su interior, ni nada parecido.
«Yo no soy ningún monstruo», dijo para sí.
Goku y el anciano continuaron discutiendo durante casi diez minutos, aunque el segundo se mostró inflexible.
—Entonces, permítanos al menos repetir el combate aquí —pidió el maestro de mala gana.
El viejo se acarició el bigote de cepillo, pensativo.
—Antepasado mío —intervino el más grande—. Pido que los deje luchar aquí.
Tanto el anciano como el maestro se giraron para mirarlo.
—Lo que quiero decir —prosiguió el individuo, aparentemente acobardado—. Es que, conociendo a Goku, lucharán de todas formas, tanto si usted lo permite, como si no. Aquí no comprometerán el bienestar de ningún planeta.
Goku le dedicó una sonrisa cómplice, aunque el anciano frunció el ceño como si acabase de recibir una bofetada. Después de unos instantes de debate interno, se cruzó de brazos y se sentó en el suelo con aspecto airado.
—¡Haced lo que os dé la gana! —farfulló—. Pero, te lo advierto… ¡No se te ocurra dejarlo todo como la última vez!
El maestro sonrió complacido, inclinando la cabeza en señal de respeto hacia los dos individuos.
—¿Vamos, Ub? —le preguntó, alzándose en el aire y haciéndole una seña con la cabeza para que lo siguiese.
Los dos sobrevolaron una superficie interminable de pradera mientras Goku parecía centrado en buscar algo. De pronto, se detuvo sobre un enorme cráter que la hierba todavía no había logrado cubrir.
—Es aquí —dijo, comenzando a descender.
Los dos descendieron despacio, situándose frente a frente. Goku comenzó a estirar, pletórico de felicidad. Ub lo imitó, con el corazón a punto de salírsele del pecho.
—¿Preparado? —preguntó el maestro, cuadrándose en pose defensiva.
Ub forzó una sonrisa de confianza y también adoptó una pose de combate, procurando no dejar ningún punto ciego.
—Cuando quiera.
Goku tomó aire y se lanzó a por él. Ub trató de mantener la calma, conociendo de antemano cuál sería la estrategia: El maestro se acercaría a él y, en el último momento utilizaría el shunkanido para cambiar el ángulo del ataque.
«¿Por dónde atacará? —Era la cuestión clave—. Izquierda, derecha, arriba o por detrás».
En menos de una fracción de segundo, vio cómo el maestro se llevaba la mano a la frente. Atisbó un movimiento casi imperceptible de su cabeza hacia la derecha, de modo que, sin pensar lanzó el puño en aquella dirección.
El puño impactó de lleno contra la mandíbula del saiyano, haciéndolo salir despedido hacia un lado.
—¡Maestro! —gritó Ub, corriendo hacia él—. ¿Está bien?
—¡Buenos reflejos! —exclamó Goku, poniéndose de pie de un salto. Tenía la mandíbula enrojecida por el golpe, pero sonreía—. La próxima vez lo haré sin darte ninguna pista, a ver si logras acertar.
Y, sin saber por qué, aquello lo molestó.
—Me lo ha puesto fácil a propósito —dijo—. No… no está luchando en serio.
Goku dejó escapar una risita. Acto seguido flexionó las piernas y frunció el ceño. Ub notó cómo la energía del maestro crecía rápidamente, al tiempo que la tierra comenzaba a vibrar bajo sus pies. Un fogonazo de luz envolvió al saiyano, cuyo aspecto cambió de golpe.
«Supersaiyano —pensó el muchacho, consciente de que ya no sería tan fácil. Son Goku lo miraba con un par de ojos claros, más duros que de costumbre. El cabello se le había vuelto dorado y un aura de energía lo rodeaba. Había visto al maestro así en más de una ocasión y sabía de lo que era capaz—. Concéntrate. Un fallo y te habrá derrotado.»
—Deja de preocuparte por mí, y lucha —dijo el maestro de pronto, estirando el cuello—. Vamos, ven.
«Está tratando de provocarte para llevarte a su terreno —se dijo Ub, tomándose un instante para calibrar las fuerzas de su rival. El aspecto de Goku transformado en supersaiyano resultaba imponente, pero su energía tampoco era algo exagerado—. Hace años me parecía terrible, pero ahora... Puedo con él. Sólo tengo que tener cuidado con sus técnicas.»
El chico se permitió sonreír, aumentado su energía al máximo y rebasando la del maestro, que en ese momento alzó una ceja en un gesto de sorpresa.
—¡Fantástico! —exclamó—. ¡Te has vuelto muy podero…!
Pero antes de terminar la frase, Goku desapareció y reapareció súbitamente a su espalda. Ub reaccionó a tiempo para girarse, pero apenas pudo bloquear la patada, que le impactó directamente en el hombro y lo hizo rodar por el suelo.
—No debes bajar la guardia, ni siquiera al saberte superior —le aconsejó Son Goku, apoyando un pie en el suelo con gracilidad—. Venga, levanta.
Ub se puso en pie de un salto, con el hombro entumecido por el golpe.
«Ese golpe… No debería haberme hecho tanto daño —pensó, llevándose la mano al hombro—. No lo entiendo, su energía no es…».
Goku volvió a abalanzarse a él, retrasando el brazo derecho para aprovechar el impulso. Ub previó la trayectoria del golpe; sin embargo, en el último momento el maestro aceleró de manera endiablada y hundió el puño en la boca del estómago del muchacho.
—¡Ugh! —barbotó Ub, a punto de vomitar la cena. Notó que le fallaban las piernas, momento que aprovechó su rival para propinarle una patada en las corvas y hacerlo caer al suelo.
—Estás lento —observó Goku, poniéndose las manos en las caderas en pose reprobatoria—. Tu energía es mayor que la mía; deberías ser capaz de rechazar un golpe como ese.
—Usted… hace trampas —masculló el chico, de rodillas. El estómago le ardía con furia y le obligaba a doblarse en pose fetal—. Esa no es toda su fuerza.
—¿Tú crees? —replicó el saiyano haciéndose el inocente. Le tendió la mano para ayudarle a levantarse. Ub la aceptó, apoyando todo su peso en una rodilla para levantarse.
—Justo antes de atacar aumenta su energía —aventuró Ub—. Es algo instantáneo y casi imperceptible… No entiendo cómo puede controlarlo así.
—Tú lo has dicho, es una cuestión de control. —Goku retrocedió de un salto, separándose diez metros de él—. Debes controlar la energía de tu cuerpo con la misma facilidad con la que parpadeas.
«Mierda… Cada vez que creo haberlo alcanzado...»
—Muéstreme toda su fuerza —pidió Ub—. Déjese de jueguecitos; quiero ver cuán fuerte es en realidad.
Goku suspiró, dedicándole una sonrisa de suficiencia.
—Está bien.
Los músculos del cuerpo se le tensaron y su energía volvió a aumentar, al tiempo que el aura del saiyano también crecía. Ub tragó saliva al notar que aquella energía todavía superaba ampliamente la suya.
—Creo que esta es toda —reconoció el maestro, encogiéndose de hombros.
«Es mucho más fuerte que yo —tuvo que reconocer—. Aunque… podría resultar.»
Ub flexionó las piernas y cerró los ojos, acompasando la respiración al tiempo que intentaba notar la energía que subyacía en cada una de sus células. Aquella técnica era peligrosa y lograba realizarla con éxito una vez de cada tres, pero no podía hacer otra cosa.
—¡Kaio Ken! —recitó—. ¡Triplicado!
Una explosión de energía levantó una nube de polvo, al tiempo que la energía de su cuerpo aumentaba de golpe. Notaba los músculos al borde del calambre y pinchazos por todo el cuerpo, pero, de momento, era soportable. Había tenido éxito y ahora el poder bruto brotaba de su cuerpo en oleadas de energía rojiza.
—Una ejecución perfecta —reconoció Goku—. Veamos si puedes mantener…
Pero antes de terminar, ya tenía el puño de Ub estampado en su cara. El chico aprovechó el momento de descuido para descargar una lluvia de golpes, apuntando directamente a los puntos vitales. Sabía que aquella ventaja no duraría y tenía que hacer lo posible por terminar deprisa.
Le propinó un gancho en la barbilla que proyectó el cuerpo del maestro decenas de metros hacia arriba. Ub trazó un círculo con las manos y se las llevó al costado, acumulando toda su energía en ellas.
—¡¡Kame… Hame… Ha!! —La ola de energía barrió el aire, iluminando el cielo antes de impactar en el maltrecho saiyano.
«¡Ya está!»
Sin embargo, ocurrió algo inesperado. En el último momento, la energía de Son Goku volvió a aumentar de forma exponencial y se libró de su Kamehameha de un simple manotazo.
—¿Qué? —acertó a decir un estupefacto Ub al ver cómo la enorme onda de energía se perdía en la infinidad del cielo.
Goku descendió con parsimonia, jadeando. Ub retrocedió un paso de manera instintiva, perdiendo la concentración necesaria para el Kaio Ken. A simple vista, el maestro no había cambiado mucho, pero tanto su mirada como su energía habían adquirido un matiz de agresividad del que antes carecían. Su aura de supersaiyano flameaba furibunda, surcada por arcos voltaicos.
—¿Qué es esa transformación? —preguntó, tragando saliva—. Nunca lo había visto así…
—El supersaiyano que ha superado el límite del supersaiyano —replicó el maestro, limpiándose con el dorso de la mano el hilo de sangre que le bajaba del labio a la barbilla—. No esperaba tener que usarlo aquí. Felicidades.
El chico volvió a retroceder, acobardado ante el tamaño y la hostilidad de aquella energía. Nunca había sentido algo igual; nunca había imaginado que el maestro era tan poderoso.
«Me vencerá al primer golpe… No puedo con él…»
Son Goku comenzó a avanzar hacia él, amenazante. Ub sopesó la idea de rendirse, consciente de que, en circunstancias normales nunca podría con él. Sin embargo, el orgullo pudo más. Se había preparado durante años para aquel combate y no iba a darse por vencido sin llevar al límite sus fuerzas.
—¡¡¡Kaio Ken!!! —«Que salga bien, por favor»—. ¡¡¡¡Multiplicado por veinte!!!!
La explosión de energía abrió grietas en la tierra y el aire comenzó a rielar por el calor que emergía de su cuerpo. Ub tuvo que reprimir las ganas de gritar cuando el dolor le recorrió la columna como un latigazo. Los músculos le vibraban por la tensión, incapaces de soportar la energía que en aquel momento fluía de su interior.
—Por veinte… —murmuró el saiyano, deteniendo su avance—. No dejas de sorprenderme.
Y ambos se lanzaron el uno a por el otro, intercambiando golpes en paridad. Ub lanzaba puños y pies de manera enloquecida, tratando de ignorar los que le propinaba su maestro. Los dos subían al aire, fintaban y volvían a bajar en una danza mortal, destrozando varias formaciones rocosas al su paso.
—¡No está nada mal! —exclamó el maestro, atrapando su puño y forcejeando con él—. ¡Estás casi a mi nivel!
Ub ni siquiera se molestó en replicar. No sólo luchaba contra la abrumadora fuerza del maestro, sino contra el tiempo. Cada vez le resultaba más complicado seguir el ritmo sin sucumbir al dolor, mientras que Goku parecía tan fresco como al principio. Logró conectar un puñetazo directamente a la mandíbula del saiyano, pero ahí acabó todo: El Kaio Ken se deshizo de pronto y Goku aprovechó el momento para fintar en un ángulo engañoso y propinarle una patada directamente en la nuca.
La vista se le nubló y el sentido de arriba y abajo desapareció por completo. Ub salió proyectado hacia adelante, estrellándose contra una aguja de tierra, que se derrumbó por completo.
Sepultado por una montaña de escombros, Ub escupió una bocanada de sangre. El Kaio Ken le había destrozado por completo el cuerpo y apenas era capaz de mantenerse consciente. De pronto, la roca que tenía encima se movió y la luz del día le golpeó directamente en la cara. El maestro había vuelto a su aspecto normal y le sonreía.
—Me… rindo —acertó a decir el chico, al que incluso hablar le resultaba doloroso—. No puedo vencerlo todavía.
—Te ha faltado poco —dijo el maestro, agarrándole el brazo y pasándoselo por detrás del cuello para ayudarlo a levantarse—. Estoy seguro de que todavía eras capaz de sacar más fuerza, aunque aún no sepas cómo.
Goku le depositó con delicadeza en medio del prado. Ub se sentó a duras penas, observándolo. Tenía el dogi destrozado por una docena de sitios y un moratón en la mandíbula, allí donde lo había golpeado, pero no parecía en absoluto malherido.
—¿Y la suya? —acertó a preguntar—. ¿Esa era toda su fuerza?
Goku sopesó la respuesta un instante. Al final, le sonrió y negó con la cabeza.
—Muéstreme su límite —pidió el chico—. Toda, quiero ver hasta dónde es capaz de llegar. Y, esta vez, sin trampas ni mentiras.
Goku suspiró.
—Hay una transformación más allá del supersaiyano que ha superado el límite del supersaiyano —concedió—. No me gusta tener que usarla…
—Por favor…
Goku asintió, alzando el vuelo y alejándose de él. Aterrizó a unos treinta metros de Ub, flexionando brazos y piernas.
—¡¡¡Kyaaaaaaa!!! —gritó, transformándose en supersaiyano.
Ub lo vio superar el límite del supersaiyano, tal y como había hecho antes. Sin embargo, no tardó en rebasar de nuevo aquel límite. Su energía crecía más y más, haciendo que incluso las nubes se abriesen.
«Es una locura… Ni multiplicando el Kaio Ken por cien estaría a su altura.»
Un destello de luz lo cegó, obligándolo a cerrar los ojos. Notaba la energía de Goku vibrando furiosa contra su pecho, amenazando con proyectarlo hacia atrás. Tuvo que agarrarse al suelo para no salir despedido.
Al abrir los ojos, ahogó un grito. El aspecto del maestro había cambiado de manera radical. Una imponente melena dorada le caía por la espalda hasta la cintura, y su mirada se había convertido en un ceño brutal, casi inhumano.
Pero lo más llamativo era que, de algún modo, aquel aspecto le resultaba familiar.
—Este es el supersaiyano nivel tres —explicó Son Goku, acercándose de nuevo a él—. Mi forma más poderosa.
Ub no respondió, limitándose a observarlo con aire ceñudo. Debería haber sentido admiración, tal vez un poco de miedo; sin embargo, notó que lo embargaba algo parecido a la furia. Una cólera primigenia nacida de algún lugar remoto de su psique. No sabía por qué, pero se moría de ganas de luchar contra aquella transformación.
Sin saber por qué, el dolor del cuerpo comenzó a remitir y Ub se puso de pie, estudiando a su contrincante. Aquel tipo le hacía sentirse tenso, violento… Sabía que se trataba del maestro, con quien había convivido los últimos años y a quien quería como a su propia familia, pero no podía evitar verlo como a un enemigo.
—¿Puedes levantarte? —preguntó Goku, volviendo a su aspecto normal—. Descansa, Ub. Has forzado mucho el cuerpo.
—Transfórmese de nuevo —le pidió, sintiendo que una fuerza desconocida surgía de su interior—. El combate no ha terminado.
—¿Cómo? —Goku alzó una ceja—. No digas tonterías. No puedes luchar contra mí en ese estado.
—¡Transfórmese de nuevo! —repitió.
De pronto, vio cómo Goku se lanzaba a por él transformado en supersaiyano nivel tres, aunque parecía más herido que un segundo atrás y llevaba puesto un gi diferente, de color naranja. Dio un respingo y se cubrió la cara con las manos, pero nadie lo atacó. Cuando volvió a mirar, el maestro seguía plantado ante él con su aspecto normal, mirándolo extrañado.
—Ub… ¿Qué te pasa?
El muchacho comenzó a caminar hacia él, notando cómo su fuerza y sus ganas de luchar aumentaban a cada paso.
—Esa energía… —Goku abrió los ojos de par en par.
El maestro volvió a transformarse, cuadrándose de nuevo para luchar. Ub se percató de que sonreía ilusionado. ¿Qué era lo que le hacía tanta gracia? Aquello le irritó sobremanera. ¿Acaso seguía burlándose de él?
—Esta vez no perderé —dijo, notando cómo su poder aumentaba cada vez más. Alzó un brazo y lanzó una ráfaga de energía.
Goku saltó para esquivarla y Ub despegó a toda velocidad hacia él con ambos puños por delante. El maestro logró esquivarlo con una finta y trató de propinarle una patada, pero el chico viró en el aire y atrapó la pierna con la mano, tirando de ella para lanzarlo contra el suelo. Goku cayó, frenando la caída con las manos y una rodilla, pero antes de tener tiempo de reaccionar, Ub ya había caído sobre él, clavándole el talón en la espalda.
Goku gritó de dolor, mientras Ub volvía a ascender para caer de nuevo sobre él. Estuvo a punto de lograrlo, pero en el momento del impacto, el maestro utilizó el shunkanido para ponerse a su espalda y golpearlo con ambas manos entrelazadas.
—Eres fortísimo —reconoció Goku, frunciendo el ceño de dolor por el castigo que acababa de recibir.
—Parece que por fin me toma en serio —murmuró el chico, ignorando su propio dolor.
Los dos se disponían a lanzarse de nuevo sobre el otro, cuando de pronto, los dos tipos de antes aparecieron súbitamente en el páramo.
—¡¡Ya te lo había dicho!! —dijo el anciano, que parecía totalmente fuera de sí—. Este combate… este lugar… ¡¡Estás forzándolo a recordar!! ¿Y querías que lo hiciese más poderoso? ¡Eres un completo irresponsable!
—¿Te echo una mano? —preguntó el más grande al maestro—. Puedo tratar de inmovilizarlo y…
—¡No se metan! —gritó Ub, aferrándose a la poca compostura que le quedaba—. No quiero hacerles daño; esto es entre el maestro y yo.
Curiosamente, aquello hizo que Goku ensanchara su sonrisa.
—¿Lo ve? —le dijo al anciano—. No es como él. —A continuación se dirigió a Ub—. Tranquilo, nadie interferirá en esta revancha.
Los dos dioses se miraron entre sí, sin saber qué hacer o decir. Finalmente, se alejaron del campo de batalla, quedándose a cierta distancia para observar.
—¿Seguimos? —dijo Goku.
Ub volvió a lanzarse, esquivando una nueva patada de Goku y correspondiéndole con una suya, que el saiyano bloqueó con el antebrazo. Los dos comenzaron a intercambiar golpes, utilizando cada parte del cuerpo para tratar de herir al rival. Sin embargo, a diferencia de la vez anterior, fue el maestro quien comenzó poco a poco a bajar el ritmo, valiéndose del shunkanido para mantenerlo a raya.
«¿Está huyendo de mí?»
Ub subió su velocidad para tratar de alcanzarlo, pero Goku siempre lograba evadirlo en el último momento. Curiosamente, el saiyano había cerrado los ojos y parecía extrañamente ausente.
«¿Qué hace? —se preguntó el chico—. Está tramando algo...»
—¡¿Piensa huir mucho más tiempo?! —gritó—. ¡¡Así no ganará!!
Pero el saiyano no respondió. Su mente parecía concentrada en alguna cuestión que se le escapaba, de modo que, movido por la rabia, trató de atacar con todas sus fuerzas.
No habría sabido decir durante cuánto tiempo continuó tratando de alcanzarlo; podrían haber sido segundos, tal vez horas. Llegado determinado momento, el saiyano abrió los ojos y se teletransportó una última vez. Ub apenas tuvo tiempo de sentir una nueva subida exponencial de su energía, concentrada en un único punto, antes de notar el golpe en la nuca.
—La última vez no tuve en cuenta el desgaste que esta transformación produce en un cuerpo vivo —oyó decir al maestro antes de perder el conocimiento—. Pero te dije que yo también me haría más fuerte.
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El contacto de su cuerpo contra una superficie plana y dura fue lo primero que notó al despertar. Abrió los ojos, totalmente desorientado, y no pudo evitar soltar un grito al encontrarse de frente con unos ojos enormes, que lo miraban concentrados.
—¿Neke? —balbuceó al reconocer al niño namekiano arrodillado sobre él. Tenía las manitas apoyadas en su pecho.
De pronto, una sensación de calidez lo embargó. Notó cómo sus heridas se cerraban poco a poco, cubriéndose con piel nueva. En menos de un minuto, se sintió mejor que nunca.
—Ya está curado —dijo el pequeño incorporándose.
—Bien hecho, hijo —susurró una voz conocida.
Ub se incorporó para ver a quien acababa de hablar. Dende, el Dios de la Tierra, estaba junto al maestro, que permanecía sentado en el suelo, mirándolo con una sonrisa cálida. Poco a poco, las heridas que el saiyano tenía en cara y brazos también se curaron.
—Gracias, Dende —dijo, poniéndose de pie y flexionando los brazos. A continuación se acercó a Ub—. Y gracias a ti también por este combate.
Ub sintió que se sonrojaba. Cualquier vestigio de enfado había desaparecido por completo, de hecho, recordaba los últimos compases del combate de manera borrosa, como si los hubiese protagonizado otra persona y él hubiese sido un mero espectador.
Goku le tendió la mano y él la aceptó, apoyando su peso en ella para levantarse. No estaba seguro de si debía disculparse o no.
—Maestro… yo…
—Lo has hecho aún mejor de lo que esperaba —terminó Goku por él—. Como sospechaba, no tengo nada más que enseñarte. Desde hoy tendrás que encontrar la manera de seguir fortaleciéndote y acceder al poder que llevas dentro. Podremos repetir nuestro combate cuando consideres que estés listo; te prometo que no perderé.
El saiyano se acercó a Neke y le susurró algo al oído. El pequeño esbozó una tímida sonrisa y se acercó de nuevo a Ub, murmurando unas palabras en la lengua namekiana. De pronto, el destrozado dogi verde del muchacho fue sustituido por uno nuevo e impecable, de color naranja y con botas, muñequeras, fajín y camiseta interior azules.
—¿Qué es esto? —preguntó, observando el símbolo que llevaba bordado en el pecho—. ¿Protección?
—A partir de ahora, el bienestar de la Tierra depende de ti —le explicó, poniéndole una mano en el hombro—. Eres el protector de este planeta.