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Intento de fanfic número...por Mutaito

Publicado: Sab Ene 12, 2019 10:57 am
por Arwen
Mutaito escribió:
No te vas a librar esta vez....tienes que acabar el fanfic.... :lol: :lol: :pepecool:

Re: Intento de fanfic número...por Mutaito

Publicado: Sab Ene 12, 2019 10:58 am
por Arwen
Como el subforo está muertillo y yo me aburro mucho de los temas de Super y tengo por costumbre escribir cosas paralelas, me he decidido a rehacer uno que ya tiene algún tiempo y darle algunos enfoques nuevos, para disfrute propio y de quien quiera leerlo. Soy consciente de que los fanfics van en otro subforo, pero bueno... al tener esto poca actividad, tampoco creo que descalabre mucho la actividad general. Intentaré publicarlo mientras genere cierto interés, si sudáis, se borra y no pasa nada.

Capítulo 1: El Protector de la Tierra.
Spoiler:
La tarde caía cercana al ocaso, tiñendo de tonos ocres y rosáceos el azul del cielo y dando al mar un aspecto grisáceo y sombrío. Al caer el sol, multitud de pequeñas barcas arribaban a las playas de las playas del archipiélago; los pescadores volvían de su faena cargados con los bienes que el mar había tenido a bien otorgar.

Como de costumbre, las mujeres y los niños que aún no estaban en edad de salir a faenar se congregaban en la playa para recibir a padres, esposos y hermanos. Siempre era un alivio verlos regresar. El océano era voluble y traicionero en aquella época del año, además de albergar multitud de monstruos capaces de tragarse una de las pequeñas embarcaciones con facilidad; sin embargo, desde hacía cinco años no habían tenido que lamentar ninguna baja.

Habían pasado cinco años desde que el pueblo reuniese una suma aceptable de dinero para que Ub, el hijo mayor de Balema, viajase a la Isla Papaya y ganase el Gran Torneo de Artes Marciales. Los ancianos se habían mostrado reticentes, alegando que, por fuerte que pudiese ser el muchacho, el mundo estaba lleno de individuos formidables. Pero aquel año fue particularmente duro. Dios se empeñaba en negarles los bienes del mar, enviando criaturas cada vez más grandes que no les permitían pescar en paz. Los enormes tiburones-dragón cada vez se adentraban más en la playa, así como los calamares gigantes que, en circunstancias normales, no salían de las profundidades, campaban a sus anchas por los arrecifes, esquilmando los bancos de peces y atacando a todo el que se atreviese a meterse en el agua. Esto había hecho que el Consejo de ancianos transigiese en su decisión y permitieran al chico participar en la competición.

Lejos de ganar, Ub había regresado a casa montado en una nube extraña y en compañía de un extranjero, pero con las manos completamente vacías. Todo el mundo se había quedado embobado al ver que el tipo era capaz de volar. Al principio se habían mostrado hoscos y desconfiados, increpando a Ub por retirarse del campeonato en lugar de intentar ganar a cualquier precio, pero cualquier muestra de recelo inicial desapareció al ver de lo que aquel hombre era capaz. No temía a las criaturas del mar, al contrario; allí donde los tiburones-dragón habían aterrorizado a la población, ahora se asaban en enormes espetones de madera de deriva y servían de alimento a toda la isla.

Con su fuerza sobrehumana, aquel tipo les había ayudado a construir nuevas viviendas, así como a arar campos y mejorar sus condiciones de vida. Allí donde se necesitaban más de diez hombres para levantar rocas o remover la tierra, el tal Son Goku lo lograba con extrema facilidad. Lo más llamativo era que no parecía pedir nada a cambio; su única demanda era disponer a su antojo de un pequeño islote desierto al atardecer, pidiéndole a los habitantes del pueblo que, bajo ningún concepto se acercasen allí al caer el sol. Nadie en el pueblo parecía entender para qué, aunque le cedieron gustosos aquel trozo de tierra baldía.

Pasados los primeros meses, Ub había comenzado a volar y a exhibir la misma fuerza que su autoproclamado maestro. Salía a pescar cada mañana con los hombres del pueblo, quienes aseguraban que el chico era capaz de sacar del agua a un kráken adulto con sus propias manos. Nadie entendía muy bien a qué se debía el cambio, pero todos tenían claro que Son Goku había tenido algo que ver. Algunos incluso se atrevieron a pedirle que los enseñase a volar a ellos también, pero el hombre se había limitado a sonreír de forma enigmática, dando siempre una respuesta negativa.

Después de volver de la pesca, Ub regresó a casa para cenar. Como decía el maestro, alimentarse bien era algo importante si uno quería rendir de manera adecuada en los entrenamientos.

—Ya estoy de vuelta —saludó al cruzar la entrada de la choza. La vivienda constaba de una única habitación en dos alturas; la primera planta hacía las veces de cocina y sala de estar, mientras que una escalera de madera permitía acceder al piso superior, donde toda la familia dormía junta.

—Bienvenido —lo saludó su madre—. ¿Qué tal ha ido hoy? ¿Mucha pesca?

—Un cocodrilo marino —replicó él, restándole importancia—. Era demasiado grande para cargarlo en las barcas, así que tuve que llevarlo a la playa a cuestas. ¿Dónde está el maestro?

—Supongo que en el islote. —La mujer se encogió de hombros.

—¿No ha querido esperar a la cena? —preguntó Ub extrañado. El maestro no solía saltarse ninguna comida, ni mucho menos partía sin esperarlo.

—Ha estado muy raro hoy —repuso su madre—. Quiero decir, más que de costumbre. Ha estado jugando con Beta y Faya toda la tarde y luego nos ha agradecido la hospitalidad por todos estos años… ¡Como si tuviese algo que agradecer! Con todo lo que ha hecho por nosotros… Ese hombre es un ángel.

«Qué extraño», pensó Ub.

Después de asearse en el cobertizo del exterior, se atavió con el dogi de entrenamiento y se sentó junto a su familia para la cena. Sus seis hermanos estaban deseosos de que les relatase la hazaña del cocodrilo. Su padre también asentía con aprobación, aunque en su opinión, pescar así no tenía mérito.

—Si todos tuviésemos tus poderes sería muy fácil —dijo después de cascar la pinza de un bogavante con las manos—. La verdad es que no sé de dónde has sacado esa fuerza, hijo.

«Y es mejor que no lo sepas, papá.»

El maestro le había contado que, poco antes de su nacimiento, había existido un monstruo terrorífico que había puesto al universo en peligro. Al parecer, el maestro y sus amigos habían derrotado a la criatura, pero ésta se había reencarnado en él, otorgándole su fuerza. Aquella revelación le había dejado boquiabierto, pero ahí no había acabado todo: Una parte del monstruo también seguía viva y no era otro que Mr. Bu, el famosísimo discípulo de Mr. Satán y al que sólo el Gran Héroe de la Tierra era capaz de derrotar.

Poco después, Goku había cedido a sus peticiones y lo había llevado a Satan City para conocer a su alter ego. Había visto a Mr. Bu la vez que participó en el torneo, y ya entonces le pareció un tipo demasiado extraño para ser humano, pero al detectar su energía no pudo sino asombrarse. Aquel gordinflón con aspecto de bebé tenía una fuerza extraordinaria, al contrario que su supuesto mentor.

—Mr. Satán es… un farsante, ¿verdad? —se atrevió a preguntar en aquella ocasión, mientras volvían a casa—. Su fuerza es la de una persona normal y corriente.

Contra todo pronóstico, su maestro había negado con la cabeza.

—Puede que no sea muy fuerte, pero a su manera nos salvó a todos de Bu —respondió—. Nunca subestimes a nadie, por débil que parezca; podría llegar el día en que esa persona acabe salvándote la vida.

—Me entreno mucho —respondió a su padre, como solía decir cada vez que alguien hacía alusión a sus capacidades. Había decidido no revelarle a nadie nada sobre su origen. Si la gente del pueblo descubría que su alma había sido la de un terrible demonio, podrían comenzar a temerle—. Además, el maestro me ha enseñado bien.

—¿Vais a entrenar hoy también? —preguntó Faya entusiasmada, con la boca llena de restos de guiso de pescado—. ¡Yo quiero ver cómo lo haces!

—Puede ser peligroso —repuso Ub, limpiándole la cara con una servilleta—. Es mejor que te quedes aquí, con papá y mamá.

—¡Pero yo quiero ir!

—No protestes, Faya. Si te portas bien, mañana te dejaré montar en Kinton —miró a sus otros hermanos—. A todos, ¿de acuerdo?

Los niños se mostraron encantados y desde ese momento guardaron la compostura en la cena, algo que no sucedía a menudo.

—En fin, marcho ya —anunció Ub, levantándose de la mesa—. Gracias por la cena, mamá.

—No te hagas daño —dijo su madre antes de que saliese.

Al abandonar la choza alzó el vuelo, cruzando los tres kilómetros de mar que separaban la playa de su isla del pequeño islote en menos de un minuto. Al aterrizar se encontró con el maestro sentado sobre una roca, con las piernas cruzadas y la mirada perdida en la infinitud del océano.

—¿Maestro? —dijo, acercándose a él—. ¿Está bien?

El hombre giró la cara, dedicándole una sonrisa. Se puso en pie con lentitud, tomándose tiempo para sacudirse el polvo de su dogi azul.

—Mejor que bien —respondió finalmente—. ¿Qué tal ha ido la pesca?

—Muy bien —contestó sucinto—. ¿Por qué no me ha esperado? ¿Ocurre algo?

—¿Recuerdas el día que nos conocimos?

—Pues claro. —Aquel día había cambiado su vida para siempre. Podrían pasar cincuenta años y seguiría recordándolo de manera vívida—. Pero no sé a qué viene eso ahora, maestro.

—¿Recuerdas también lo que te dije? El motivo de tu entrenamiento…

—Quería que me hiciese fuerte para proteger la Tierra de futuras amenazas —dijo Ub, tratando de recordar—. Además de… —En ese momento cayó en la cuenta—. ¡Ah! No, no puede ser… Todavía no estoy preparado para…

—Lo estás —Goku lo interrumpió, poniéndole la mano en el hombro—. Has crecido fuerte en cuerpo y espíritu y ya no tengo nada más que enseñarte. Creo que ha llegado el momento de probar los frutos de tu entrenamiento en un combate real.

Ub tragó saliva, haciéndose a la idea. No era la primera vez que hacía algún simulacro de combate con el maestro, pero aquello era muy distinto. Nunca lo había visto luchar en serio, pero sabía que tenía una fuerza increíble en su interior. Una parte de él pugnaba por decir que no, que todavía era demasiado pronto; sin embargo, otra bullía de emoción ante la perspectiva de poder dar rienda suelta a todo su poder con un adversario a su altura.

—¿Qué dices? —preguntó Goku, instándolo a responder—. ¿Aceptas?

—Está bien —dijo al fin, tratando de aparentar mayor seguridad de la que sentía en realidad—. Pero si luchamos aquí…

—No te preocupes —repuso Goku, pletórico de felicidad—. Conozco un sitio donde no tendremos que contenernos. Te diría que nunca has estado allí, pero no sería estrictamente cierto. Ven, cógete a mí.

Ub le dio la mano y Goku se llevó la mano libre a la cara, tocándose la frente con los dedos índice y corazón.

«Shunkanido», pensó Ub, sabiendo lo que venía a continuación. El paisaje costero desapareció de pronto, revelando una enorme edificación de aspecto antiguo, rodeada de un montón de nubes de color amarillo, muy similares a Kinton.

—¿Dónde estamos? —preguntó, mirando el cielo rosa—. ¿Esto es la Tierra?

—No, pero no importa —dijo Goku, sin apartar los dedos de la frente—. Sólo estamos de paso.

Antes de que tuviese tiempo de responder nada, la vista volvió a cambiar de golpe. Esta vez se hallaban en medio de lo que parecía una enorme pradera cubierta de hierba y llena de pequeños cauces de agua. Había arboles por doquier, pero no se veía una sola construcción. Ub dedujo que aquello tampoco debía ser la Tierra, opinión que confirmó en cuanto vio a los dos individuos que pescaban junto a la orilla de un arroyo.

—¡Kaiô Shin, abuelo! —saludó el maestro alegremente—. ¡Cuánto tiempo sin veros!

—¿Goku? —preguntó de pronto un tipo alto, de piel purpúrea y vestido con ropas estrafalarias. Tenía las orejas puntiagudas y los ojos rasgados, así como una larga cabellera nívea—. ¿Qué haces aquí?

El otro se levantó con esfuerzo y miró al maestro, manteniéndose en silencio. Era mucho más viejo que el primero, aunque vestía ropas similares y tenía el mismo tono de piel. Curiosamente, llevaba el escaso cabello ralo cortado de la misma forma que Ub.

—Así que este es el muchacho —dijo después de carraspear. Sus ojos se encontraron un instante con los de Ub, fríos y reprobatorios, antes de volver a mirar a Goku—. ¿Te ha dado algún problema?

—En absoluto —contestó Goku—. Ub es un buen chico, ¿verdad? —Le revolvió el pelo de la cabeza—. Además es muy fuerte. Seguro que usted mismo puede notar su fuerza, así como el enorme poder que esconde en su interior… Había pensado que…

—Me niego —contestó el anciano, tajante—. Desde el momento en el que te he visto aparecer ya sabía a lo que venías, pero mi respuesta es no. No estoy dispuesto a liberar semejante poder en el universo sin una buena razón…

—Pero ¿por qué? Ub puede sernos útil en caso de que aparezca alguien poderoso dispuesto a…

—¿Y si él acaba siendo ese alguien? ¿Y si se descontrola y pone en peligro a todo el universo? En mis muchos milenios de vida, nunca se había hecho algo así con un muerto. No se puede mantener la fuerza de un individuo en su próxima reencarnación sin que el alma conserve trazas de su naturaleza anterior —bufó el viejo, señalándolo—. Se lo advertí a Enma, le dije que era una temeridad, pero no me hizo caso. Este crío es una alteración del curso natural de las cosas y no pienso contribuir a hacerlo aún más poderoso.

Ub estuvo a punto de replicar, pero logró contenerse. Estaba claro que aquel viejo era alguien importante, y por cómo hablaba de él, no era difícil adivinar que se refería al peligro que representaba el monstruo Bu. Eso le hizo pensar hasta qué punto el alma de la criatura podía llegar a influirle. Nunca había sentido ninguna presencia extraña en su interior, ni nada parecido.

«Yo no soy ningún monstruo», dijo para sí.

Goku y el anciano continuaron discutiendo durante casi diez minutos, aunque el segundo se mostró inflexible.

—Entonces, permítanos al menos repetir el combate aquí —pidió el maestro de mala gana.

El viejo se acarició el bigote de cepillo, pensativo.

—Antepasado mío —intervino el más grande—. Pido que los deje luchar aquí.

Tanto el anciano como el maestro se giraron para mirarlo.

—Lo que quiero decir —prosiguió el individuo, aparentemente acobardado—. Es que, conociendo a Goku, lucharán de todas formas, tanto si usted lo permite, como si no. Aquí no comprometerán el bienestar de ningún planeta.

Goku le dedicó una sonrisa cómplice, aunque el anciano frunció el ceño como si acabase de recibir una bofetada. Después de unos instantes de debate interno, se cruzó de brazos y se sentó en el suelo con aspecto airado.

—¡Haced lo que os dé la gana! —farfulló—. Pero, te lo advierto… ¡No se te ocurra dejarlo todo como la última vez!

El maestro sonrió complacido, inclinando la cabeza en señal de respeto hacia los dos individuos.

—¿Vamos, Ub? —le preguntó, alzándose en el aire y haciéndole una seña con la cabeza para que lo siguiese.

Los dos sobrevolaron una superficie interminable de pradera mientras Goku parecía centrado en buscar algo. De pronto, se detuvo sobre un enorme cráter que la hierba todavía no había logrado cubrir.

—Es aquí —dijo, comenzando a descender.

Los dos descendieron despacio, situándose frente a frente. Goku comenzó a estirar, pletórico de felicidad. Ub lo imitó, con el corazón a punto de salírsele del pecho.

—¿Preparado? —preguntó el maestro, cuadrándose en pose defensiva.

Ub forzó una sonrisa de confianza y también adoptó una pose de combate, procurando no dejar ningún punto ciego.

—Cuando quiera.

Goku tomó aire y se lanzó a por él. Ub trató de mantener la calma, conociendo de antemano cuál sería la estrategia: El maestro se acercaría a él y, en el último momento utilizaría el shunkanido para cambiar el ángulo del ataque.

«¿Por dónde atacará? —Era la cuestión clave—. Izquierda, derecha, arriba o por detrás».

En menos de una fracción de segundo, vio cómo el maestro se llevaba la mano a la frente. Atisbó un movimiento casi imperceptible de su cabeza hacia la derecha, de modo que, sin pensar lanzó el puño en aquella dirección.

El puño impactó de lleno contra la mandíbula del saiyano, haciéndolo salir despedido hacia un lado.

—¡Maestro! —gritó Ub, corriendo hacia él—. ¿Está bien?

—¡Buenos reflejos! —exclamó Goku, poniéndose de pie de un salto. Tenía la mandíbula enrojecida por el golpe, pero sonreía—. La próxima vez lo haré sin darte ninguna pista, a ver si logras acertar.

Y, sin saber por qué, aquello lo molestó.

—Me lo ha puesto fácil a propósito —dijo—. No… no está luchando en serio.

Goku dejó escapar una risita. Acto seguido flexionó las piernas y frunció el ceño. Ub notó cómo la energía del maestro crecía rápidamente, al tiempo que la tierra comenzaba a vibrar bajo sus pies. Un fogonazo de luz envolvió al saiyano, cuyo aspecto cambió de golpe.

«Supersaiyano —pensó el muchacho, consciente de que ya no sería tan fácil. Son Goku lo miraba con un par de ojos claros, más duros que de costumbre. El cabello se le había vuelto dorado y un aura de energía lo rodeaba. Había visto al maestro así en más de una ocasión y sabía de lo que era capaz—. Concéntrate. Un fallo y te habrá derrotado.»

—Deja de preocuparte por mí, y lucha —dijo el maestro de pronto, estirando el cuello—. Vamos, ven.

«Está tratando de provocarte para llevarte a su terreno —se dijo Ub, tomándose un instante para calibrar las fuerzas de su rival. El aspecto de Goku transformado en supersaiyano resultaba imponente, pero su energía tampoco era algo exagerado—. Hace años me parecía terrible, pero ahora... Puedo con él. Sólo tengo que tener cuidado con sus técnicas.»

El chico se permitió sonreír, aumentado su energía al máximo y rebasando la del maestro, que en ese momento alzó una ceja en un gesto de sorpresa.

—¡Fantástico! —exclamó—. ¡Te has vuelto muy podero…!

Pero antes de terminar la frase, Goku desapareció y reapareció súbitamente a su espalda. Ub reaccionó a tiempo para girarse, pero apenas pudo bloquear la patada, que le impactó directamente en el hombro y lo hizo rodar por el suelo.

—No debes bajar la guardia, ni siquiera al saberte superior —le aconsejó Son Goku, apoyando un pie en el suelo con gracilidad—. Venga, levanta.

Ub se puso en pie de un salto, con el hombro entumecido por el golpe.

«Ese golpe… No debería haberme hecho tanto daño —pensó, llevándose la mano al hombro—. No lo entiendo, su energía no es…».

Goku volvió a abalanzarse a él, retrasando el brazo derecho para aprovechar el impulso. Ub previó la trayectoria del golpe; sin embargo, en el último momento el maestro aceleró de manera endiablada y hundió el puño en la boca del estómago del muchacho.

—¡Ugh! —barbotó Ub, a punto de vomitar la cena. Notó que le fallaban las piernas, momento que aprovechó su rival para propinarle una patada en las corvas y hacerlo caer al suelo.

—Estás lento —observó Goku, poniéndose las manos en las caderas en pose reprobatoria—. Tu energía es mayor que la mía; deberías ser capaz de rechazar un golpe como ese.

—Usted… hace trampas —masculló el chico, de rodillas. El estómago le ardía con furia y le obligaba a doblarse en pose fetal—. Esa no es toda su fuerza.

—¿Tú crees? —replicó el saiyano haciéndose el inocente. Le tendió la mano para ayudarle a levantarse. Ub la aceptó, apoyando todo su peso en una rodilla para levantarse.

—Justo antes de atacar aumenta su energía —aventuró Ub—. Es algo instantáneo y casi imperceptible… No entiendo cómo puede controlarlo así.

—Tú lo has dicho, es una cuestión de control. —Goku retrocedió de un salto, separándose diez metros de él—. Debes controlar la energía de tu cuerpo con la misma facilidad con la que parpadeas.

«Mierda… Cada vez que creo haberlo alcanzado...»

—Muéstreme toda su fuerza —pidió Ub—. Déjese de jueguecitos; quiero ver cuán fuerte es en realidad.

Goku suspiró, dedicándole una sonrisa de suficiencia.

—Está bien.

Los músculos del cuerpo se le tensaron y su energía volvió a aumentar, al tiempo que el aura del saiyano también crecía. Ub tragó saliva al notar que aquella energía todavía superaba ampliamente la suya.

—Creo que esta es toda —reconoció el maestro, encogiéndose de hombros.

«Es mucho más fuerte que yo —tuvo que reconocer—. Aunque… podría resultar.»

Ub flexionó las piernas y cerró los ojos, acompasando la respiración al tiempo que intentaba notar la energía que subyacía en cada una de sus células. Aquella técnica era peligrosa y lograba realizarla con éxito una vez de cada tres, pero no podía hacer otra cosa.

—¡Kaio Ken! —recitó—. ¡Triplicado!

Una explosión de energía levantó una nube de polvo, al tiempo que la energía de su cuerpo aumentaba de golpe. Notaba los músculos al borde del calambre y pinchazos por todo el cuerpo, pero, de momento, era soportable. Había tenido éxito y ahora el poder bruto brotaba de su cuerpo en oleadas de energía rojiza.

—Una ejecución perfecta —reconoció Goku—. Veamos si puedes mantener…

Pero antes de terminar, ya tenía el puño de Ub estampado en su cara. El chico aprovechó el momento de descuido para descargar una lluvia de golpes, apuntando directamente a los puntos vitales. Sabía que aquella ventaja no duraría y tenía que hacer lo posible por terminar deprisa.

Le propinó un gancho en la barbilla que proyectó el cuerpo del maestro decenas de metros hacia arriba. Ub trazó un círculo con las manos y se las llevó al costado, acumulando toda su energía en ellas.

—¡¡Kame… Hame… Ha!! —La ola de energía barrió el aire, iluminando el cielo antes de impactar en el maltrecho saiyano.

«¡Ya está!»

Sin embargo, ocurrió algo inesperado. En el último momento, la energía de Son Goku volvió a aumentar de forma exponencial y se libró de su Kamehameha de un simple manotazo.

—¿Qué? —acertó a decir un estupefacto Ub al ver cómo la enorme onda de energía se perdía en la infinidad del cielo.

Goku descendió con parsimonia, jadeando. Ub retrocedió un paso de manera instintiva, perdiendo la concentración necesaria para el Kaio Ken. A simple vista, el maestro no había cambiado mucho, pero tanto su mirada como su energía habían adquirido un matiz de agresividad del que antes carecían. Su aura de supersaiyano flameaba furibunda, surcada por arcos voltaicos.

—¿Qué es esa transformación? —preguntó, tragando saliva—. Nunca lo había visto así…

—El supersaiyano que ha superado el límite del supersaiyano —replicó el maestro, limpiándose con el dorso de la mano el hilo de sangre que le bajaba del labio a la barbilla—. No esperaba tener que usarlo aquí. Felicidades.

El chico volvió a retroceder, acobardado ante el tamaño y la hostilidad de aquella energía. Nunca había sentido algo igual; nunca había imaginado que el maestro era tan poderoso.

«Me vencerá al primer golpe… No puedo con él…»

Son Goku comenzó a avanzar hacia él, amenazante. Ub sopesó la idea de rendirse, consciente de que, en circunstancias normales nunca podría con él. Sin embargo, el orgullo pudo más. Se había preparado durante años para aquel combate y no iba a darse por vencido sin llevar al límite sus fuerzas.

—¡¡¡Kaio Ken!!! —«Que salga bien, por favor»—. ¡¡¡¡Multiplicado por veinte!!!!

La explosión de energía abrió grietas en la tierra y el aire comenzó a rielar por el calor que emergía de su cuerpo. Ub tuvo que reprimir las ganas de gritar cuando el dolor le recorrió la columna como un latigazo. Los músculos le vibraban por la tensión, incapaces de soportar la energía que en aquel momento fluía de su interior.

—Por veinte… —murmuró el saiyano, deteniendo su avance—. No dejas de sorprenderme.

Y ambos se lanzaron el uno a por el otro, intercambiando golpes en paridad. Ub lanzaba puños y pies de manera enloquecida, tratando de ignorar los que le propinaba su maestro. Los dos subían al aire, fintaban y volvían a bajar en una danza mortal, destrozando varias formaciones rocosas al su paso.

—¡No está nada mal! —exclamó el maestro, atrapando su puño y forcejeando con él—. ¡Estás casi a mi nivel!

Ub ni siquiera se molestó en replicar. No sólo luchaba contra la abrumadora fuerza del maestro, sino contra el tiempo. Cada vez le resultaba más complicado seguir el ritmo sin sucumbir al dolor, mientras que Goku parecía tan fresco como al principio. Logró conectar un puñetazo directamente a la mandíbula del saiyano, pero ahí acabó todo: El Kaio Ken se deshizo de pronto y Goku aprovechó el momento para fintar en un ángulo engañoso y propinarle una patada directamente en la nuca.

La vista se le nubló y el sentido de arriba y abajo desapareció por completo. Ub salió proyectado hacia adelante, estrellándose contra una aguja de tierra, que se derrumbó por completo.

Sepultado por una montaña de escombros, Ub escupió una bocanada de sangre. El Kaio Ken le había destrozado por completo el cuerpo y apenas era capaz de mantenerse consciente. De pronto, la roca que tenía encima se movió y la luz del día le golpeó directamente en la cara. El maestro había vuelto a su aspecto normal y le sonreía.

—Me… rindo —acertó a decir el chico, al que incluso hablar le resultaba doloroso—. No puedo vencerlo todavía.

—Te ha faltado poco —dijo el maestro, agarrándole el brazo y pasándoselo por detrás del cuello para ayudarlo a levantarse—. Estoy seguro de que todavía eras capaz de sacar más fuerza, aunque aún no sepas cómo.

Goku le depositó con delicadeza en medio del prado. Ub se sentó a duras penas, observándolo. Tenía el dogi destrozado por una docena de sitios y un moratón en la mandíbula, allí donde lo había golpeado, pero no parecía en absoluto malherido.

—¿Y la suya? —acertó a preguntar—. ¿Esa era toda su fuerza?

Goku sopesó la respuesta un instante. Al final, le sonrió y negó con la cabeza.

—Muéstreme su límite —pidió el chico—. Toda, quiero ver hasta dónde es capaz de llegar. Y, esta vez, sin trampas ni mentiras.

Goku suspiró.

—Hay una transformación más allá del supersaiyano que ha superado el límite del supersaiyano —concedió—. No me gusta tener que usarla…

—Por favor…

Goku asintió, alzando el vuelo y alejándose de él. Aterrizó a unos treinta metros de Ub, flexionando brazos y piernas.

—¡¡¡Kyaaaaaaa!!! —gritó, transformándose en supersaiyano.

Ub lo vio superar el límite del supersaiyano, tal y como había hecho antes. Sin embargo, no tardó en rebasar de nuevo aquel límite. Su energía crecía más y más, haciendo que incluso las nubes se abriesen.

«Es una locura… Ni multiplicando el Kaio Ken por cien estaría a su altura.»

Un destello de luz lo cegó, obligándolo a cerrar los ojos. Notaba la energía de Goku vibrando furiosa contra su pecho, amenazando con proyectarlo hacia atrás. Tuvo que agarrarse al suelo para no salir despedido.

Al abrir los ojos, ahogó un grito. El aspecto del maestro había cambiado de manera radical. Una imponente melena dorada le caía por la espalda hasta la cintura, y su mirada se había convertido en un ceño brutal, casi inhumano.

Pero lo más llamativo era que, de algún modo, aquel aspecto le resultaba familiar.

—Este es el supersaiyano nivel tres —explicó Son Goku, acercándose de nuevo a él—. Mi forma más poderosa.

Ub no respondió, limitándose a observarlo con aire ceñudo. Debería haber sentido admiración, tal vez un poco de miedo; sin embargo, notó que lo embargaba algo parecido a la furia. Una cólera primigenia nacida de algún lugar remoto de su psique. No sabía por qué, pero se moría de ganas de luchar contra aquella transformación.

Sin saber por qué, el dolor del cuerpo comenzó a remitir y Ub se puso de pie, estudiando a su contrincante. Aquel tipo le hacía sentirse tenso, violento… Sabía que se trataba del maestro, con quien había convivido los últimos años y a quien quería como a su propia familia, pero no podía evitar verlo como a un enemigo.

—¿Puedes levantarte? —preguntó Goku, volviendo a su aspecto normal—. Descansa, Ub. Has forzado mucho el cuerpo.

—Transfórmese de nuevo —le pidió, sintiendo que una fuerza desconocida surgía de su interior—. El combate no ha terminado.

—¿Cómo? —Goku alzó una ceja—. No digas tonterías. No puedes luchar contra mí en ese estado.

—¡Transfórmese de nuevo! —repitió.

De pronto, vio cómo Goku se lanzaba a por él transformado en supersaiyano nivel tres, aunque parecía más herido que un segundo atrás y llevaba puesto un gi diferente, de color naranja. Dio un respingo y se cubrió la cara con las manos, pero nadie lo atacó. Cuando volvió a mirar, el maestro seguía plantado ante él con su aspecto normal, mirándolo extrañado.

—Ub… ¿Qué te pasa?

El muchacho comenzó a caminar hacia él, notando cómo su fuerza y sus ganas de luchar aumentaban a cada paso.

—Esa energía… —Goku abrió los ojos de par en par.

El maestro volvió a transformarse, cuadrándose de nuevo para luchar. Ub se percató de que sonreía ilusionado. ¿Qué era lo que le hacía tanta gracia? Aquello le irritó sobremanera. ¿Acaso seguía burlándose de él?

—Esta vez no perderé —dijo, notando cómo su poder aumentaba cada vez más. Alzó un brazo y lanzó una ráfaga de energía.

Goku saltó para esquivarla y Ub despegó a toda velocidad hacia él con ambos puños por delante. El maestro logró esquivarlo con una finta y trató de propinarle una patada, pero el chico viró en el aire y atrapó la pierna con la mano, tirando de ella para lanzarlo contra el suelo. Goku cayó, frenando la caída con las manos y una rodilla, pero antes de tener tiempo de reaccionar, Ub ya había caído sobre él, clavándole el talón en la espalda.

Goku gritó de dolor, mientras Ub volvía a ascender para caer de nuevo sobre él. Estuvo a punto de lograrlo, pero en el momento del impacto, el maestro utilizó el shunkanido para ponerse a su espalda y golpearlo con ambas manos entrelazadas.

—Eres fortísimo —reconoció Goku, frunciendo el ceño de dolor por el castigo que acababa de recibir.

—Parece que por fin me toma en serio —murmuró el chico, ignorando su propio dolor.

Los dos se disponían a lanzarse de nuevo sobre el otro, cuando de pronto, los dos tipos de antes aparecieron súbitamente en el páramo.

—¡¡Ya te lo había dicho!! —dijo el anciano, que parecía totalmente fuera de sí—. Este combate… este lugar… ¡¡Estás forzándolo a recordar!! ¿Y querías que lo hiciese más poderoso? ¡Eres un completo irresponsable!

—¿Te echo una mano? —preguntó el más grande al maestro—. Puedo tratar de inmovilizarlo y…

—¡No se metan! —gritó Ub, aferrándose a la poca compostura que le quedaba—. No quiero hacerles daño; esto es entre el maestro y yo.

Curiosamente, aquello hizo que Goku ensanchara su sonrisa.

—¿Lo ve? —le dijo al anciano—. No es como él. —A continuación se dirigió a Ub—. Tranquilo, nadie interferirá en esta revancha.

Los dos dioses se miraron entre sí, sin saber qué hacer o decir. Finalmente, se alejaron del campo de batalla, quedándose a cierta distancia para observar.

—¿Seguimos? —dijo Goku.

Ub volvió a lanzarse, esquivando una nueva patada de Goku y correspondiéndole con una suya, que el saiyano bloqueó con el antebrazo. Los dos comenzaron a intercambiar golpes, utilizando cada parte del cuerpo para tratar de herir al rival. Sin embargo, a diferencia de la vez anterior, fue el maestro quien comenzó poco a poco a bajar el ritmo, valiéndose del shunkanido para mantenerlo a raya.

«¿Está huyendo de mí?»

Ub subió su velocidad para tratar de alcanzarlo, pero Goku siempre lograba evadirlo en el último momento. Curiosamente, el saiyano había cerrado los ojos y parecía extrañamente ausente.

«¿Qué hace? —se preguntó el chico—. Está tramando algo...»

—¡¿Piensa huir mucho más tiempo?! —gritó—. ¡¡Así no ganará!!

Pero el saiyano no respondió. Su mente parecía concentrada en alguna cuestión que se le escapaba, de modo que, movido por la rabia, trató de atacar con todas sus fuerzas.

No habría sabido decir durante cuánto tiempo continuó tratando de alcanzarlo; podrían haber sido segundos, tal vez horas. Llegado determinado momento, el saiyano abrió los ojos y se teletransportó una última vez. Ub apenas tuvo tiempo de sentir una nueva subida exponencial de su energía, concentrada en un único punto, antes de notar el golpe en la nuca.

—La última vez no tuve en cuenta el desgaste que esta transformación produce en un cuerpo vivo —oyó decir al maestro antes de perder el conocimiento—. Pero te dije que yo también me haría más fuerte.


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El contacto de su cuerpo contra una superficie plana y dura fue lo primero que notó al despertar. Abrió los ojos, totalmente desorientado, y no pudo evitar soltar un grito al encontrarse de frente con unos ojos enormes, que lo miraban concentrados.

—¿Neke? —balbuceó al reconocer al niño namekiano arrodillado sobre él. Tenía las manitas apoyadas en su pecho.

De pronto, una sensación de calidez lo embargó. Notó cómo sus heridas se cerraban poco a poco, cubriéndose con piel nueva. En menos de un minuto, se sintió mejor que nunca.

—Ya está curado —dijo el pequeño incorporándose.

—Bien hecho, hijo —susurró una voz conocida.

Ub se incorporó para ver a quien acababa de hablar. Dende, el Dios de la Tierra, estaba junto al maestro, que permanecía sentado en el suelo, mirándolo con una sonrisa cálida. Poco a poco, las heridas que el saiyano tenía en cara y brazos también se curaron.

—Gracias, Dende —dijo, poniéndose de pie y flexionando los brazos. A continuación se acercó a Ub—. Y gracias a ti también por este combate.

Ub sintió que se sonrojaba. Cualquier vestigio de enfado había desaparecido por completo, de hecho, recordaba los últimos compases del combate de manera borrosa, como si los hubiese protagonizado otra persona y él hubiese sido un mero espectador.

Goku le tendió la mano y él la aceptó, apoyando su peso en ella para levantarse. No estaba seguro de si debía disculparse o no.

—Maestro… yo…

—Lo has hecho aún mejor de lo que esperaba —terminó Goku por él—. Como sospechaba, no tengo nada más que enseñarte. Desde hoy tendrás que encontrar la manera de seguir fortaleciéndote y acceder al poder que llevas dentro. Podremos repetir nuestro combate cuando consideres que estés listo; te prometo que no perderé.

El saiyano se acercó a Neke y le susurró algo al oído. El pequeño esbozó una tímida sonrisa y se acercó de nuevo a Ub, murmurando unas palabras en la lengua namekiana. De pronto, el destrozado dogi verde del muchacho fue sustituido por uno nuevo e impecable, de color naranja y con botas, muñequeras, fajín y camiseta interior azules.

—¿Qué es esto? —preguntó, observando el símbolo que llevaba bordado en el pecho—. ¿Protección?

—A partir de ahora, el bienestar de la Tierra depende de ti —le explicó, poniéndole una mano en el hombro—. Eres el protector de este planeta.

Re: Intento de fanfic número...por Mutaito

Publicado: Sab Ene 12, 2019 10:58 am
por Arwen
CAPÍTULO 2: La que tiene más madera.
Spoiler:
Las últimas semanas habían sido una tortura para Pan. La noticia del feliz enlace había llegado a su vida como un torbellino, arrasando con la tranquilidad de la casa de los Son. Nunca había imaginado que una boda implicase tantísimo trabajo ni dedicación por parte de los familiares de los novios, lo que, por supuesto, la incluía a ella. Todo el mundo parecía considerar su presencia en la casa de la abuela como algo imprescindible, aunque nadie tenía muy claro para qué. Se pasaba las horas muertas deambulando por la casa, viendo cómo su padre telefoneaba sin parar y su abuela pasaba de la euforia a la depresión cada diez minutos.

Su tío, el novio, parecía aún más atolondrado que de costumbre. Desde que Pan había tenido uso de razón, siempre había sido díscolo y muy poco centrado en nada que no fuese perseguir faldas. La abuela Chichi solía decir que, de sus dos hijos, Goten había heredado el carácter de su padre en lo tocante a asumir responsabilidades, algo en lo que Pan no podía estar menos de acuerdo; su tío podía ser un inmaduro o un cabeza loca, pero nunca había abandonado a su familia.

Habían pasado ya cinco años, pero todavía se enfadaba al recordar el día en que el abuelo se marchó con aquel niño feúcho a la espalda, sin siquiera despedirse de ella, ni decirle cuándo pensaba volver. Recordaba con escozor cómo había pasado los días siguientes llorando, preguntando por qué no podía ir a verlo y si quería más a aquel niño que a ella. Tanto su padre como la abuela Chichi le habían asegurado que no, aunque no habían sabido decirle cuándo volvería. A hurtadillas, había escuchado a la abuela quejándose por la circunstancia, aunque de cara a los demás, intentaba poner buena cara.

Desde ese día, Pan había continuado su entrenamiento en solitario, haciendo por ignorar la energía del abuelo y de aquel mocoso insufrible cuando entrenaban. Había crecido fuerte en cuerpo y espíritu y ya no lo necesitaba para nada; por lo que a ella respectaba, podía seguir ausente el resto de su vida.

Una mañana, mientras la abuela Chichi se empeñaba en que Marron se probase el vestido de novia por enésima vez, su padre entró en la habitación acompañado por Krilín.

El hombrecillo dejó escapar un suspiro de felicidad al ver a su hija vestida de aquella guisa.

—Eres la novia más bonita que he visto nunca —dijo, acercándose a ella para contemplarla—. Menos mal que has salido a tu madre.

La joven sonrió tímidamente, mirando de soslayo a la mujer rubia que permanecía sentada en una butaca, aparentemente ajena a la conversación. Pan contempló a aquella mujer, que parecía absorta leyendo una revista llamada Grandes Fortunas del Siglo, concretamente un artículo que hablaba del abuelo Satán. La niña tuvo que reprimir un bufido. Saltaba a la vista que la A-18 era una mujer bellísima, pero tan fría y sosa que no podía entender cómo había formado una familia con alguien tan alegre como Krilín.

—Muy bonita, sí —coincidió Chichi, con la boca llena de alfileres—. Pero tiene que aprender a caminar con más gracia —añadió—. No querrás recorrer el camino al altar toda encorvada, ¿verdad?

Gohan sonrió, guiñándole un ojo a la novia de un modo que parecía sugerir «ten paciencia». La joven le devolvió una mirada cómplice, al tiempo que aguantaba con estoicismo que su futura suegra le pinchase con los alfileres.

—Pan, acompáñame fuera —le pidió su padre, que ya se dirigía hacia la puerta.

La niña se levantó de la silla de un salto y lo siguió encantada. Si tenía que ver a la abuela dar una sola indicación más empezaría a gritar.

—¿Qué ocurre, papá? —preguntó tan pronto salieron al jardín.

—Tengo que repartir las invitaciones para la boda y había pensado en que tú me acompañases —le dijo su padre—. ¿Quieres venir conmigo? Así te despejas un poco…

—¿Que si quiero? —exclamó llena de júbilo—. ¡Vamos ahora mismo! ¡Te echo una carrera hasta el Palacio de Dios! ¡Seguro que Piccolo, Neke y Dende se alegrarán de vernos!

Pan hincó una rodilla en el suelo, transformándose en supersaiyano. Llevaba casi dos semanas sin que nadie le hubiese permitido entrenar y el cuerpo le pedía desesperadamente un poco de acción.

—¿Preparado? —preguntó, flexionando los músculos de las piernas preparada para saltar—. ¡A la de tres! Una… Dos…

—Pero, espera… ¡Pan! ¡Ni siquiera llevo las invitaciones encima!

—¡Tres! —gritó Pan, despegando a toda velocidad y levantando una nube de polvo que barrió a su padre—. ¡Te espero en el palacio! —Tuvo tiempo de decir antes de perderse entre las nubes.

Volaba a toda velocidad, notando el viento golpeándole en la cara. Aquello resultaba de lo más vivificador. Hizo varias piruetas y atravesó varias formaciones nubosas, que le empaparon la ropa y el pelo como dedos de agua. Pan se sentía libre por primera vez en varios días, tanto, que no pudo reprimir un grito de gozo.

No tardó en llegar al límite del continente, descendiendo a ras de agua y levantando olas enormes a su paso. Atravesó varias bandadas de peces voladores y estuvo a punto de chocar con un transatlántico, deteniéndose ante la gigantesca embarcación para disculparse ante los estupefactos pasajeros.

En apenas unos pocos minutos, el azul del mar fue sustituido por el verde de una interminable extensión de bosque. Había llegado a la Tierra Sagrada de Karin. Vislumbró la torre desde la distancia y se acercó a ella, ascendiendo en paralelo a la imponente aguja de piedra. Pasó junto a la cima, pero apenas logró atisbar la silueta del Duende Karin. Se moría de ganas de ver a Piccolo y quería comprobar cuánto había crecido Neke desde la última vez. El niño era tímido y asustadizo, aunque todo el mundo decía que había nacido con unas capacidades mágicas fuera de lo común. Pan había querido probar a entrenar con él en alguna ocasión, deseosa de enfrentarse a nuevos retos, aunque todo el mundo decía que el carácter de Neke no estaba hecho para el combate.

Pero al llegar a la base del Palacio la sonrisa se le borró de golpe.

La última persona que había esperado encontrar allí la estaba saludando con la mano, flanqueado por Piccolo y por el imbécil de su discípulo, que haciendo honor a su condición, la miraba con cara de imbécil.

—¡Pan! —exclamó su abuelo con entusiasmo—. ¡Hemos notado cómo te acercabas! ¡Te estábamos esperando!

«Pues sigue esperando.»

La niña volvió a su estado normal y descendió hasta tocar el suelo, acercándose a Piccolo e ignorando por completo a los otros dos. Piccolo le dedicó una sonrisa y ella correspondió con otra.

—¿A qué debemos tu visita, pequeña? —preguntó el namekiano.

—Mi padre esta en camino —respondió Pan—. Viene a daros las invitaciones para la boda del tío Goten.

—¿¡Que Goten se casa!? —exclamó Son Goku—. ¿Con quién?

La niña no respondió. En su lugar, giró sobre sus talones para acercarse a Dende, a Neke y a Mr. Popo, que en ese momento habían salido del interior del Palacio para recibirla. Al pasar junto al imbécil, procuró darle un golpe con el hombro.

—Estás en medio, como siempre —bufó, fulminándolo con la mirada. Reparó en el símbolo que adornaba el dogi de su pecho—. ¿Protección? Bah… Qué estupidez.

Echó a correr hacia los otros, notando cómo la rabia bullía en su interior. ¿Qué iba a proteger aquel paleto integral? Había sentido su energía mil veces y no era nada extraordinario.

«Yo soy mucho más fuerte —pensó enfurruñada—. Yo debería llevar ese símbolo… Tendría que haberme entrenado a mí. Pero, claro… tenía que perder el tiempo con él… ¡Si hasta le regaló a Kinton, que era de mi padre!»

—Bienvenida —saludó Dende cuando lo tuvo delante—. Siempre es un placer tenerte en mi palacio.

Pan hizo una reverencia al Dios de la Tierra, tratando de serenarse. Al levantar la cabeza sonrió a Neke, pero el enfado debía notársele, porque el pequeño puso cara de espanto y corrió a refugiarse tras las faldas de su padre.

—Venga, hijo —suspiró Dende—. Es Pan... Habéis jugado juntos mil veces.

El niño la miró cauteloso, aunque al final salió de detrás de su padre y agachó la cabeza en señal de saludo.

—Es un honor contar con tu presencia aquí —dijo con su vocecita aguda, en un tono muy solemne.

Pan reprimió una risita, relajándose. Siempre le había hecho gracia el carácter del pequeño namekiano.

—Oye, Pan. —La voz de Goku resonó a su espalda. Su abuelo se acercó a ella, acuclillándose para ponerse a su altura—. Soy yo, el abuelo. ¿No te acuerdas de mí?

—¡Me acuerdo perfectamente! —gritó, negándose a mirarlo a la cara—. ¡Ven conmigo, Neke! ¡Vamos a jugar!

Cogió al niño del brazo y lo llevó hasta el otro extremo de la plataforma flotante sobre la que asentaba el palacio, mientras el pequeño se dejaba arrastrar con docilidad. Pensaba esperar allí a su padre, con la esperanza de ver cómo le soltaba cuatro verdades al abuelo. Quizá hasta le diese una buena bofetada por abandonarlos. El abuelo era fuerte, pero había escuchado que su padre lo era aún más.

—¡Hace mucho que no jugamos al béisbol extremo! —le dijo a Neke—. ¿Has practicado?

El pequeño asintió con timidez.

—Genial. Tú haces de pitcher y yo de cátcher, ¿entendido? —se cuadró, flexionando las piernas. «El idiota será la base», pensó con una sonrisa maliciosa—. Y quiero la bola extrapesada; la de media tonelada.

Neke tragó saliva, cerró los ojos y acompasó la respiración. Con una floritura de manos, hizo aparecer en el aire una pelota metálica del tamaño de una sandía.

—Ahí va —dijo sin entusiasmo.

La esfera salió disparada hacia el cielo.

—¡Mía! —Pan volvió a transformarse en supersaiyano y alzó el vuelo, desplazándose a toda velocidad hacia la bola y propinándole una fortísima patada.

La improvisada pelota cambió de dirección, saliendo proyectada de nuevo en dirección al palacio, directamente a la cabeza del paleto, que en ese momento parecía distraído hablando con el abuelo.

Pero en el último momento, el chico se giró con la agilidad de un gato y atrapó la bola, que lo arrastró diez metros hacia atrás.

«No tiene malos reflejos», reconoció Pan, dejando de ser una supersaiyana.

—¿Qué haces? —gritó el muchacho, aparentemente molesto—. Podrías haberme hecho daño.

—El graaaan protector de la Tierra no debería tener problemas por tan poca cosa —le espetó Pan, tras descender para arrebatarse la pelota de las manos—. ¿No es así?

—¿Qué problema tienes conmigo? —preguntó el chico con el ceño fruncido—. ¿Te he hecho algo?

«Ni te lo imaginas, imbécil», le habría gustado decir. Sopesó la idea de retarle a un combate, pero la energía de su padre empezaba a acercarse y no quería perderse el momento en que llegara, de modo que se limitó a ignorarlo y se sentó ceñuda en un rincón del palacio, dándoles la espalda pero procurando afinar el oído para escuchar lo que decían.

—¿Qué le pasa? —escuchó decir al idiota.

—No lo sé —replicó el abuelo—. Parece enfadada, pero no sé por qué. Iré a hablar con ella.

«Como venga, me va a oír», pensó, sintiendo que la rabia volvía a crecer en su interior.

—Déjala —escuchó decir a Piccolo—. Está dolida contigo, y con razón.

—¿Conmigo?

—No todo el mundo está dispuesto a soportar tus irresponsabilidades, Goku —le oyó decir—. Te marchaste un día sin más, sin explicarle los motivos y sin siquiera permitir que fuese a verte. ¿En qué lugar te deja eso? ¿Te has parado a pensar en lo que sintió ella? No es más que una niña.

Pan notó cómo se le formaba un nudo en la garganta. De buena gana habría corrido a abrazar a Piccolo, pero no quería demostrar que, en el fondo, aquello seguía importándole.

En ese momento, Gohan llegó al palacio. Se había cambiado las ropas formales con las que solía vestirse y llevaba puesta ropa deportiva.

—¿Papá? —lo escuchó decir Pan—. ¿Qué haces aquí?

La niña se giró, contemplando la escena con interés. Sabía que su padre la defendería, igual que había hecho Piccolo. Nunca lo había visto enfadado, pero por primera vez deseó verlo gritar.

Gohan descendió hasta tocar el suelo y saludó a Piccolo, Dende y Neke con efusividad. A continuación se quedó mirando a su padre, que le devolvió una sonrisa compungida.

—Hola, hijo —respondió—. El entrenamiento de Ub concluyó anoche. Estábamos descansando un poco antes de volver a casa.

«Vamos, dile que es horrible», lo apremió Pan en su fuero interno.

Pero el alma se le cayó a los pies cuando padre e hijo se fundieron en un abrazo. Tras separarse, Gohan se dirigió al imbécil.

—Nunca nos han presentado —dijo, tendiéndole una mano—. Soy Gohan; Son Gohan.

El muchacho le estrechó la mano con timidez.

—En… encantado.

—¿Qué tal ha ido el entrenamiento? Mi padre es un maestro muy duro, ¿verdad? —le sonrió antes de volver a mirar a su padre—. Entonces, ¿vuelves a casa?

—Sí, creo que ya es hora. —Pan notó que los ojos del abuelo se cruzaban momentáneamente con los suyos—. ¿Qué tal les va a todos? Ya me he enterado de que Goten se va a casar.

—Con Marron.

Goku lo miró con los ojos como platos.

—¿Qué? ¿La hija de Krilín? Pero ¿desde cuándo…?

—Nos ha cogido a todos por sorpresa —explicó Gohan—. Pero es muy buena chica, además hacen buena pareja. —El rictus de Gohan se ensombreció un instante—. ¿Podremos contar contigo, papá? A mamá le haría mucha ilusión; la pobre ha estado muy agobiada últimamente y le vendría bien algo de ayuda.

—Claro que sí —replicó Goku.

—¿Por qué no vienes a la boda, Ub? —ofreció Gohan—. Siempre hay sitio para uno más.

«¿Qué?»

—¡Ni hablar! —Pan se puso de pie de un salto—. ¿¡Qué pinta él allí? ¡¡Ni siquiera es de la familia!!

Todos se quedaron boquiabiertos, mirándola como si estuviese loca.

—Pan… —comenzó a decir Gohan—. Eso no ha sido…

—¡Me da igual! —gritó, alzando el vuelo—. ¡Me largo!

De un salto, Pan alzó el vuelo y salió de allí a toda velocidad, sin hacer caso a su padre, que repetía su nombre sin parar. ¿Es que nadie la entendía? Se había imaginado mil veces cómo reaccionaría el abuelo al verla, pero en ningún caso había esperado algo así.

«Ni siquiera una disculpa —pensó—. Y mi padre… ¿Cómo se le ocurre invitarlo? Al tipo por el que su padre dejó tirada a su familia…»

Aquello era lo que más la había sacado de quicio. El abuelo le había demostrado ser totalmente insensible, pero había tenido la esperanza de que Gohan se pusiese de su parte. No podía entender por qué todos en su familia se empeñaban en reírle todas las gracias a aquel hombre cuando estaba claro que no lo merecía, como bien había dicho Piccolo.

A lo lejos, divisó la silueta de una ciudad enorme. Inmersa en sus pensamientos había volado sin dirección, perdiéndose sin remedio.

«La Capital del Oeste», pensó al sobrevolar la gigantesca urbe. La gran cúpula de la mansión de la familia Brief destacaba sobre el resto de las edificaciones como una oda a la ostentosidad.

Descendió, aterrizando en el jardín exterior, que lucía al sol de la mañana, limpio y perfectamente cuidado por un servicio que apenas se inmutó al verla. Aquella gente estaba más que acostumbrada a fenómenos de aquel tipo y ya no se sorprendían con facilidad.

Tras presentarse, un mayordomo le abrió la puerta y Pan pasó al enorme recibidor. La niña comenzó a recorrer los pasillos, intentando no perderse dentro de aquel laberinto. La vivienda era tan enorme que no lograba recordar dónde estaba cada habitación.

De pronto, le llegó el eco de un sonido martilleante. Pan lo siguió por mera curiosidad, encontrando lo que parecía un taller. Bulma, la madre de Bra, parecía estar trabajando en algún prototipo de avión en compañía del señor Brief.

—¡Pero si es Pan! —exclamó la mujer, levantándose las gafas de forjador y dejando el soplete sobre la cubierta de la nave—. ¿Qué haces aquí, cielo? Trunks me contó lo de la boda; ¿vienes a traernos las invitaciones?

—De eso se encarga mi padre, imagino que vendrá en un rato. ¿Está Bra en casa, señora Brief?

La mujer frunció levemente el ceño, echándose hacia atrás el cabello violáceo.

—Por favor, llámame Bulma. Aún soy demasiado joven para que me llamen señora —dijo, con un tono ligeramente ofendido—. Ya quisieran muchas jovencitas mantener esta figura.

La mujer dio una vuelta sobre sí misma y sonrió, guiñando un ojo y adoptando una pose presuntamente sexy, algo que tal vez hubiese logrado de no llevar puesto un mono de trabajo lleno de manchas de grasa.

—Ya se te empieza a caer la piel del cuello —señaló el señor Brief, asomándose desde el interior de la nave—. Tu madre a tu edad tenía un pecho mucho más firme.

—¡¡Papá!!

Bulma agarró una llave inglesa y se la lanzó. El hombre la esquivó por poco, pero el objeto impactó contra un cristal de la nave y lo hizo añicos.

—¡¡Mira lo que has hecho!! —exclamó la mujer, llevándose las manos a la cabeza.

—¡¡Pero si has sido tú!!

—¡Por tu culpa, viejo verde! —La mujer se disponía a agarrar una pesada caja de herramientas, pero de pronto recordó que Pan estaba presente—. Pan, cariño… —Se giró, procurando adoptar una sonrisa conciliadora, que resultó de lo más terrorífica—. Bra debe estar en el jardín interior, probando uno de sus juguetes. ¿Por qué no vas a jugar con ella? Se alegrará de verte.

Pan se encogió de hombros y giró sobre sus talones, saliendo del taller. El sonido de otro golpetazo, seguido de un grito, evidenció que en esa ocasión, Bulma había dado en el blanco.

Continuó caminando por aquel entramado laberíntico de puertas y escaleras, tratando de recordar la última vez que había visitado aquella casa. Supuso que el jardín estaría en la planta más baja, de modo que comenzó a bajar por cuanta escalera veía.

De pronto, se encontró de frente con una pesada puerta de hierro macizo, cerrada con una escotilla parecida a la de los barcos. La enorme plancha metálica tenía un ventanuco de cristal tintado, por el que no pudo resistirse a asomarse.

«Vegeta —pensó al reconocer al hombre que entrenaba en el interior de la cámara. El padre de Bra había sido el gran rival del abuelo. Según había oído, había sido un tipo muy malo años atrás, aunque ya se había reformado—. No noto su energía… esta cámara debe actuar como aislante.»

Sopesó la idea de entrar y probar una de las famosas salas de gravedad que la familia Brief había inventado para el cabeza de familia, pero se abstuvo. En las pocas veces en las que le había hecho algún caso, Vegeta nunca se había mostrado especialmente hosco; pero no parecía una persona dada a tolerar intromisiones en sus entrenamientos.

Volvió a subir y, finalmente, dio con el imponente jardín interior de la mansión.

«Por llamarlo de alguna manera.»

Más que un jardín, aquello parecía una verdadera jungla. Había especies de plantas exóticas por doquier y claros enormes de césped. Incluso habían instalado un pequeño lago artificial junto a la entrada.

Pan se internó en la foresta, apartando la maleza con las manos. De pronto, el estruendo de mil pisadas la sobresaltó, obligándola a alzar el vuelo para esquivar la estampida de dinosaurios que aparecieron súbitamente. Parecían estar huyendo de algo.

No tardó mucho en encontrar a Bra, situada en un pequeño claro en medio del bosque, vestida con una chaqueta de cuero y con gafas de aviador. Sostenía en las manos una especie de escopeta y había varias dianas a su alrededor, así como un montón de socavones chamuscados en el suelo.

—Has vuelto a cortarte el pelo —dijo la otra niña a modo de saludo, levantándose las gafas. Parecía una versión en miniatura de su madre, con el pelo morado y muy liso cayéndole hasta los hombros y unos ojos del mismo tono, muy vivos—. Pareces un chico.

Pan frunció el ceño.

—El pelo largo me molesta para entrenar —replicó—. Tal vez deberías probarlo, así no tendrías que depender tanto de esos cacharros.

Pan alzó una mano y concentró una pequeña parte de su energía en la palma, que salió proyectada hacia adelante y destrozó una de las dianas con gran estruendo.

—¿Qué te parece?

—Una ordinariez —bufó Bra, lejos de sorprenderse.

Las dos se miraron con el ceño fruncido un instante, antes de echarse a reír. A pesar de que no podían ser más opuestas, Pan había encontrado en Bra una amiga y confidente, poco menos que una hermana. Las dos habían congeniado desde que tenían uso de razón, y Pan agradecía sobremanera su visión pragmática sobre la vida, tan distinta a las moralinas que solían tratar de inculcarle su padre y su abuela.

Ambas salieron a la parte exterior del jardín, donde la manada de aterrorizadas criaturas se congregaba en torno al lago. Al ver a Bra, huyeron despavoridas en todas direcciones.

—Panda de cobardes… —siseó la niña, dirigiéndose hacia una mesita de aspecto muy ornamentado, con varias sillas a su alrededor. Alguien había dejado té helado y un plato con galletas.

Se sentaron en torno a la mesa y Pan le relató lo sucedido en el Palacio de Dios.

—Entonces has visto a tu abuelo —dijo Bra, dando un leve mordisquito a una de las galletas, dejando el resto en el plato con un gesto remilgado—. ¿Qué tal ha ido?

—Ni siquiera me ha pedido perdón —bufó Pan, metiéndose una galleta entera en la boca y masticando con fruición—. ¡Tendrías que haberlo visto! Sonriendo como si no hubiese pasado nada…

Bra rio por lo bajo.

—Mi padre es igual —respondió—. Debe ser cosa de saiyanos.

—Nosotras también somos saiyanas, igual que tu hermano, mi padre y el tío Goten —señaló Pan—. Pero ninguno vamos abandonando a la familia para hacernos cargo de un desharrapado.

—¿Y qué tal es? —preguntó Bra, con un deje de interés—. El chico, digo. ¿Es guapo?

Pan no pudo reprimir un gesto de asco, si bien no se había parado a pensar en ello.

—Tiene cara de imbécil y lleva el pelo como si se creyese una especie de pollo —dijo, dando por zanjada la cuestión—. Pero eso no es lo importante… No sé qué ve el abuelo en él, la verdad. ¡Parece que no nos quiere y sólo busca excusas para tenernos lejos!

—Tu abuelo es una persona muy especial —dijo de pronto una voz femenina a su espalda. Pan estaba tan inmersa en la conversación que no había sentido la energía de Bulma aproximándose. La mujer se sentó con ellas, sirviéndose un vaso de té al tiempo que se cruzaba de piernas. Se había quitado el mono de trabajo y lucía mucho más presentable, con una camiseta blanca muy ajustada y un pantalón vaquero—. No sé si alguien te lo habrá contado, pero yo fui quién lo encontró en la montaña cuando no era mucho mayor que vosotras.

—No… —reconoció Pan, tratando de imaginarse al abuelo siendo un niño. Había escuchado mil veces las historias del gran Son Goku salvando al mundo de múltiples amenazas, pero nunca nada de su infancia. Aquella imagen se le hacía muy extraña—. No tenía ni idea.

—Sé que a veces resulta difícil de entender, incluso puede parecer una persona ausente y despreocupada —prosiguió Bulma—. Pero eso no quiere decir que no te quiera, Pan.

—Pues no se nota —se empecinó la niña—. Podría venir ahora mismo con el shunkanido si quisiera. Podría haberse disculpado por abandonarnos, pero ni siquiera se para a pensar en si debió hacerlo o no; le damos totalmente igual.

Bulma suspiró, cogiendo una galleta.

—¿Y qué crees que te diría? —preguntó después de morder un trozo—. Como te he dicho, tu abuelo pasó su niñez solo en el monte, sin una familia a la que sentirse apegado y sin necesitar a nadie. Vivió una infancia muy atípica para cualquier terrícola y eso hace que para él no sea fácil entender las necesidades de un niño normal. Pero ten por seguro que tu abuelo se preocupa por ti, más que por nadie. Si estuvieses en peligro no dudes que acudiría inmediatamente a ayudarte.

Pan guardó silencio, tratando de digerir aquella información. Una parte de ella comprendía lo que Bulma quería decirle, pero no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer.

—No te pido que lo perdones —prosiguió Bulma al ver que no decía nada—. Pero, al menos, prométeme que lo intentarás.

Pan vació su vaso de té de un solo trago.

—Me lo pensaré —concedió finalmente.

Bulma le ofreció la posibilidad de quedarse con ellos hasta el día de la boda, algo que la niña aceptó gustosa. No salió a ver a su padre cuando este llegó con las invitaciones; en su lugar, Bulma lo invitó a pasar a una de las múltiples salas de estar de la vivienda y ambos hablaron durante largo rato. Pan nunca supo de qué, pero al parecer, su padre se mostró conforme en darle un tiempo para reflexionar, alejada de las presiones de la casa de los Son.

Re: Intento de fanfic número...por Mutaito

Publicado: Sab Ene 12, 2019 10:59 am
por Arwen
CAPÍTULO 3: Nuevos Lazos Blancos, Viejo Lazos Rojos.
Spoiler:
Apenas faltaba una semana de la boda y la sensación de caos parecía haber llegado a su punto álgido para la familia Son. A pesar de que todo el mundo hacía por fomentar una convivencia sana, la modesta casita de campo no estaba preparada para albergar a tanta gente, hecho que se había hecho especialmente evidente desde la llegada del cabeza de familia y su discípulo.

La repentina aparición de Son Goku había pillado a todo el mundo por sorpresa, y aunque Chichi había reaccionado rápido al encomendarle cientos de tareas, él siempre acababa ingeniándoselas para escaquearse y disfrutar de su recién ampliada familia. Solía matar el tiempo compartiendo risas y anécdotas con el padre de la novia, e incluso se había permitido tener con él un simulacro de combate del cual Krilín no había salido bien parado.

—No deberías haberlo hecho. —A-18 había tenido que recoger a su maltrecho esposo del suelo y llevarlo en brazos al interior de la casa. En aquel momento, trataba de bajarle la hinchazón de la cara con una bolsa de hielo—. ¡Mira cómo te ha dejado la cara! Podría haberte matado…

—Tampoco es para tanto —se defendió Krilín, tratando de restarle importancia. Tenía un ojo a la funerala y el labio partido no le dejaba de sangrar—. Goku volverá en seguida con una bolsa de judías senzu… Estaré bien en nada.

Chichi apareció de pronto en la sala estar, cargada con guirnaldas de flores de colores. Al ver a Krilín profirió grito, dejando caer las flores al suelo.

—¿¡Pero qué ha pasado!?

La A-18 le dedicó una mirada severa. La esposa de Son Goku nunca le había caído especialmente bien, pero a lo largo de las últimas semanas había comenzado a detestarla. No sólo era mandona y escandalosa, también parecía considerar al mentecato de su hijo demasiado bueno para Marron. Había tenido que morderse la lengua en varias ocasiones, e incluso se había sentido tentada a darle un botefón, pero el parentesco de aquella familia con Mr. Satán se lo impedía. Si el matrimonio salía bien, era posible que no tuviesen que preocuparse por el dinero nunca más.

—Tu marido —repuso secamente, dejando la bolsa de hielo sobre el labio de Krilín con sumo cuidado.

—¡Ay, este hombre! —bufó Chichi indignada, sin dirigirse a nadie en particular—. Llega después de no sé cuántos años y todo lo que se le ocurre es ponerse a pelear con sus amigotes en lugar de echarme una mano con los preparativos —Recogió las flores con una mano y se puso la otra en la cadera—. ¿Piensas ir con la cara destrozada a la boda de nuestros hijos?

—En seguida estaré bien, mujer. Goku ha ido a ver al Duende Karín; ya debe estar al caer.

—Eso si no se encuentra con cualquier tontería por el camino —remugó Chichi antes de girarse y abandonar el salón enfrascada en una conversación consigo misma—. Siempre igual. Da lo mismo que esté o que no, al final soy yo la que tiene que encargarse de todo…

—Qué mujer tan detestable —suspiró la androide en cuanto se quedaron solos.

Krilín rio lo bajo, aunque las heridas le hicieron poner una mueca de dolor.

—Chichi tiene mucho carácter —susurró al reponerse—. Cualquier mujer debe tenerlo si pretende llevar una casa de saiyanos… Deberías haberla visto hace años, tan bonita, tan dulce… ¡Quiero decir que… —se corrigió al ver la cara que ponía su esposa— es del tipo de mujer que lo da todo por su familia! Mira los esfuerzos que está haciendo para que todo salga perfecto.

Son Goku apareció en el salón en ese momento. Llevaba en la mano una bolsita de cuero marrón, de la que se apresuró a extraer una pequeña alubia.

—Lo siento mucho —se disculpó por enésima vez, ofreciéndosela a la androide. Ella se la arrebató de un manotazo—. Me he dejado llevar y no he controlado mi fuerza.

—Y pensar en que hace años estábamos casi igualados… Qué rabia. —Krilín abrió la boca con diligencia y su mujer le introdujo la alubia. Masticó, tragó y sus heridas desaparecieron al momento—. ¡Curado!

—No se te ocurra volver a pegar a mi marido, ¿me oyes? —Ella se cuadró ante Son Goku, fulminándolo con la mirada—. La próxima vez que te entren ganas de golpear a alguien, prueba con tu mujer; lleva días pidiéndolo a gritos.

Antes de que Son Goku tuviese tiempo de responder, A-18 giró sobre sus talones y abandonó la sala, encaminándose hacia el cuartucho que habían habilitado para toda su familia en la primera planta. La Kame House nunca le había parecido gran cosa, y el viejo solía empeñarse en tratar de espiarla cada vez que tomaba el sol, pero comparada con aquella locura de casa parecía un palacio.

Al subir las escaleras, se cruzó con el discípulo de Son Goku. Era un muchacho de piel oscura, tan tímido como aburrido. El chico iba cargado con aún más guirnaldas, y al pasar junto a ella se detuvo, dudando sobre si debía decir algo o no.

Ella lo ignoró por completo y caminó por el pasillo de la primera planta sin volver la vista atrás.

Al entrar en la habitación, suspiró al hallar por fin un poco de paz. Se dejó caer sobre la cama, con la vista fija en el techo. Llevaba días con un humor de perros y sin saber qué hacer. Se levantó y se encaminó hacia la cómoda, sacando un trozo de papel satinado de un cajón. Al igual que el resto de las invitaciones, estaba envuelta con un lazo blanco que desató con cuidado antes de leerla por decimocuarta vez.

Te invitamos al enlace de Son Goten y Marron, que acontecerá el 24 de mayo en la casa de los Son.

Era un mensaje genérico e impersonal, escrito con la pulcra caligrafía del hijo mayor de Son Goku. Las habían encargado a decenas, aunque casi todas habían sido para los amigos y familiares de Son Goku y Krilín. Ella se había limitado a coger una, aunque no estaba segura de si debía entregársela o no a su destinatario.

«Ha pasado demasiado tiempo —pensó—. Y ya me dejó muy claro que no quería saber nada.»

Volvió a anudar el lazo blanco en torno a la misiva, con la mente dispersa en sucesos acaecidos hacía mas de veinte años. No recordaba nada de su vida como humana, salvo la sensación de que su hermano siempre había estado con ella. El doctor Gero los había secuestrado y convertido sus cuerpos en perfectas máquinas de matar para llevar a cabo su venganza y lo único que les había contado era que habían sido un par de bandidos sin familia, y que nadie los echaría de menos. Durante años, el A-17 había sido la única persona por la que había desarrollado algún sentimiento; ambos habían llegado a la conclusión de que eran ellos dos contra el mundo y que siempre se tendrían el uno al otro, si bien ella había acabado rompiendo aquel pacto.

Después de lo de Cell fue a buscar a su hermano, encontrándolo al cabo de unos días. Sin embargo, la idea de aproximarse al hombre que había hecho tanto por ella sin pedirle nada a cambio ya se había instalado en su cabeza. Las visitas a la Kame House empezaron a acontecer, cada vez con mayor frecuencia, hasta que había terminado por instalarse en la pequeña casita para formar su propia familia. Había intentado que su hermano los acompañase, pero él se había limitado a reírse y decirle que aquella pantomima de familia no estaba hecha para él.

Después de un par de horas alguien llamó a la puerta, sacándola de sus recuerdos.

—¿Puedo pasar? —resonó la voz de Krilín.

—Sí.

Su marido entró en la habitación con gesto contrariado.

—Estamos preparando la mesa —dijo—. ¿Vas a querer bajar a comer?

—Ve tú —contestó ella, lacónica—. Yo no tengo mucha hambre.

Su marido esbozó una sonrisa paciente, acercándose a ella.

—Sé que están siendo unos días muy difíciles —dijo—. Pero ya sólo queda una semana; en nada estaremos de nuevo en casa.

—No es eso —replicó ella, sin saber si compartir aquella cuestión con Krilín—. Es que… últimamente he estado pensando mucho en el pasado.

Krilín frunció el ceño con desconcierto, sentándose en la cama para escucharla.

—¿A qué te refieres?

—Había pensado en que él… Bueno, tal vez debería venir a la boda —se atrevió a decir—. A fin de cuentas, es su sobrina la que se casa.

Krilín se quedó en silencio, frunciendo los labios en una mueca de circunstancia.

«No lo quiere aquí —se percató ella, resignándose—. Supongo que es normal.»

—Olvídalo —añadió ella—. No es una buena idea. Además, Marron ni siquiera sabe que existe.

—No —contestó Krilín de pronto—. No me parece mal…

—¿De verdad? —preguntó la A-18 desconcertada—. ¿Crees que aceptará? No creo que le interese nuestra hija lo más mínimo.

—Yo no estaría tan seguro de eso. —Krilín suspiró—. ¿Sabes? Hay algo… Tal vez debería habértelo contado en su momento.

Ella arqueó una ceja.

—¿Recuerdas aquella vez que Marron se puso tan enferma? La pobrecita no dejaba de toser y apenas podía pegar ojo. —¿Cómo iba a olvidarlo? No hacía ni un año que había nacido y fue la primera vez que ella había temido por alguien más que por sí misma—. El caso es que una noche dejé de escucharla toser y temí lo peor. Fui corriendo a la habitación de la niña y él estaba allí, mirándola desde la ventana.

—¿Cómo? —A-18 se había quedado blanca.

—Me asusté y traté de llamarte, pero él se movió muy rápido y me tapó la boca —prosiguió su esposo—. Dijo que si gritaba me mataría, pero no hizo nada más. Me soltó, le echó un último vistazo a la niña y se marchó.

—¿Por qué no me lo contaste?

Krilín titubeó, obviamente incómodo.

—Bueno… Supongo que tenía miedo de que al saber de él quisieras…

—¿Volver a las andadas? —Lo interrumpió, enfadándose—. ¿De verdad creíste que os dejaría tirados? Yo hice mi elección y renuncié a él por vosotros dos.

—Perdóname —pidió el hombrecillo—. Sólo quería proteger a nuestra familia… Pero Marron ya es mayor y creo que tiene derecho a conocerlo.

El enfado se le borró de golpe. No había esperado que su esposo se mostrase comprensivo con aquella cuestión, pero aquello era lo que había hecho que se enamorase de él; siempre había creído que los seres humanos eran criaturas viles que siempre pensaban en sí mismas, pero Krilín era capaz de romper aquella tónica, anteponiendo el bienestar de los demás al suyo propio.

—De todas formas, no tengo ni idea de dónde puede estar y tampoco tenemos forma de localizarlo —dijo ella con una sonrisa triste—. ¿Sería mucho pedir recurrir a las bolas de dragón para…?

Krilín se llevó una mano al mentón, sopesando la idea. De pronto, los ojos se le abrieron como platos y ahogó un grito.

—¿Qué? —preguntó ella.

—¡Sé cómo encontrarlo sin necesidad de pedírselo a Shenron! —exclamó—. Cuando no encuentras algo… ¡Ven, sígueme!

Krilín saltó de la cama y se encaminó hacia la puerta. Ella se apresuró a recoger la invitación y lo siguió sin tener ni idea de qué se le podía haber ocurrido. Ambos bajaron por la escalera, atravesaron el pasillo y pasaron junto al comedor, donde la totalidad de la familia se había reunido para empezar a comer.

—Chichi —llamó Krilín a su futura consuegra en gesto de disculpa—. Lo siento mucho, pero tenemos que salir.

—¿Ahora mismo? —preguntó la mujer con gesto contrariado.

—¿Dónde vais, papá? —añadió Marron, sentada al lado de su futuro esposo.

—Te lo contaremos al volver, cariño —contestó Krilín con una sonrisa—. Esta tarde estaremos aquí.

Los dos alzaron el vuelo al salir de la casa. Krilín volaba a buena velocidad, aunque ella lo seguía sin esfuerzo.

—¿Dónde vamos? —preguntó ella finalmente, mientras atravesaban una amplia extensión de campos de arroz—. ¿Cómo vamos a encontrarlo?

—La hermana del maestro Mutenroshi es una famosa adivina —contestó con una sonrisa—. Ella nos dirá dónde está el A-17.

Ella frunció el ceño extrañada, incapaz de ocultar cierta decepción. ¿De verdad pensaba confiarle aquello a una adivina?

—¿Estás seguro? —preguntó escéptica.

—Ya nos ha ayudado en el pasado —replicó él—. ¿Recuerdas la anciana que se llevó a Goku al Más Allá cuando lo del monstruo Bu? Era ella. Tiene contactos con el Más Allá y es capaz de ver cualquier cosa a través de su bola de cristal.

A-18 recordaba vagamente a una especie de bruja subida a una bola de cristal, aunque tampoco le había prestado demasiada atención. Nunca había imaginado que se trataba de la hermana del viejo pervertido.

Pasado poco más de un cuarto de hora, llegaron a un desierto. Krilín peinaba la zona con atención mientras ella trataba de repasar mentalmente lo que pensaba decirle a su hermano una vez lo tuviese delante.

—¡Ahí está!

Su esposo señaló una enorme construcción que resaltaba contra las dunas como único vestigio de civilización. La casa se alzaba rodeada por un pequeño oasis.

«Parece que tiene mucho dinero —pensó esperanzada. Aquel palacio debía costar una fortuna, señal de que la bruja era buena en su trabajo—. Aunque ¿quién querría vivir en un sitio asÍ?»

Los dos aterrizaron en un tatami exterior, rodeado de agua. Un pequeño espíritu ataviado con un sombrero de campesino salió a recibirlos.

—¡Cuánto tiempo sin verlo! —dijo el fantasma con tono lisonjero—. ¿Qué puedo hacer por ustedes? Imagino que vienen a contratar los servicios de la señora. Ya conoce nuestras tarifas; ¿qué va a ser esta vez?

—¿Piensa cobrarnos?

—No te preocupes —le dijo Krilín con una sonrisa de suficiencia—. Elegimos luchar. Id preparando a vuestros cinco guerreros.

El fantasma asintió, pero antes de que respondiese una voz restalló a su espalda.

—¡Alto! —La anciana apareció a través del arco que hacía las veces de puerta, montada en su bola de cristal. Iba vestida con ropones negros y un sombrero picudo—. No hace falta que llames a nadie.

—Buenos días, abuela —saludó su esposo—. Venimos a…

—Sé a lo que venís —bufó ella—. Y tú sabes que mis guerreros no pueden venceros en una lucha… ¡Que sepas que esto me parece un abuso!

—Venga, no sea así —replicó el hombrecillo en tono conciliador—. No tenemos dinero para pagarle...

Ella refunfuñó por lo bajo, aunque al final transigió.

—Supongo que todos estamos en deuda con vosotros por las veces que habéis salvado al mundo —remugó al final—. Pero esta será la última vez, te lo advierto. En la próxima ocasión pienso cobraros los diez millones de zenis íntegros.

—¿Diez millones? —exclamó escandalizada A-18.

La bruja le sonrió.

—El talento se rentabiliza, querida —dijo, mostrándole una boca desdentada—. Tú y yo somos parecidas… Las dos hemos sido maldecidas con un hermano que no nos trae más que quebraderos de cabeza.

La androide cruzó miradas con su esposo, que le devolvió una sonrisa cómplice.

—Venga, seguidme —pidió la bruja, internándose en la lúgubre frescura del interior de su palacio, seguida por el pequeño fantasma.

Los condujo por un corredor plagado de estatuas de demonios, armaduras vacías y cosas del mismo tipo, hasta una gran sala circular que apestaba a incienso. La bruja se bajó de su bola y comenzó a agitar las manos y a hacer aspavientos con las manos en torno al objeto de cristal.

—¡Oh, bola de cristal! ¡Danos una muestra de tu poder y muéstranos al hermano de esta joven!

A-18 había pensado que toda aquella parafernalia era una estupidez, pero tragó saliva al contemplar el rostro de su hermano reflejado en el interior de la bola. Estaba tal y como lo recordaba. Su condición de androide lo mantendría eternamente joven, igual que a ella.

—Esta en el punto 45-FT del distrito siete —calculó la bruja—. Llegad a la Capital del Norte y volad unos doscientos kilómetros en línea recta hacia el noroeste, hasta llegar a una extensión de pinos. El muchacho está cazando por allí.

—¡Gracias, abuela! —exclamó Krilín—. ¡Sabía que podíamos contar con usted!

—Recuerda lo que te he dicho —le advirtió la anciana—. La próxima vez…

—Sí, sí, descuide. —Krilín sacudió la mano, como para quitarse las palabras de la bruja de encima—. ¡Nos vamos ya mismo!

La A-18 dio una cabezada a modo de despedida y la bruja asintió.

—Enhorabuena por la boda de vuestra hija —dijo de pronto la mujer—. Le auguro un matrimonio muy feliz.

—Gracias —contestó la androide, sin reprimir un gesto de sorpresa. Aquella mujer tenía un don de lo más útil.

—¿Por qué no viene a la boda? —propuso Krilín de pronto—. Será un placer contar con usted. Además, el maestro Mutenroshi también estará allí.

—Razón de más para no ir —bufó la mujer con un gesto de desagrado—. Pero, en cualquier caso, agradecida… ¡Ahora marchaos antes de que ese crío se largue y tengáis que volver! ¡Venga!

Krilín asintió y ambos corrieron hacia la salida, echando de nuevo a volar en dirección a la capital del Norte. La androide se permitió sonreír al pensar que la última vez que había estado allí, había sido precisamente el día en que había conocido a Krilín.

Siguiendo las indicaciones de la bruja, continuaron en dirección al noreste hasta llegar a una zona montañosa salpicada de pinares. Krilín comenzó a castañetear los dientes, incómodo por el frío, aunque ella no sentía nada.

—¿Quieres darte media vuelta? —le preguntó ella—. Estás helado.

—¿Qué? No voy a dejarte sola en esto —replicó su marido, abrazándose los brazos.

Ella se aguantó las ganas de decirle que, en caso de que las cosas saliesen mal, tampoco sería de gran ayuda. No tenía ni idea de cómo iba a reaccionar el A-17 ante su presencia, pero no quería arriesgarse a una lucha que podía dejar huérfana a Marron a una semana de su boda. Con esta idea en mente, detuvo su avance y le cogió la mano a su esposo.

—Creo que se mostrará más proclive a hablar si voy yo sola —dijo—. Siento tener que pedírtelo después de lo que te has implicado pero… creo que es lo mejor.

Krilín dudó, aunque finalmente se vio obligado a asentir.

—Puede que tengas razón —dijo a regañadientes—. Pero no se te ocurra meterte en ningún problema, ¿me oyes? A la primera dificultad, trata de huir. Si no has vuelto a casa de los Son al anochecer, vendremos a buscarte… todos.

A-18 sabía lo que implicaba aquel “todos”. El A-17 no sería rival para ninguno de los saiyanos, que sin duda irían a destruirlo tan pronto causase algún problema. Aquella idea la incomodaba, aunque por otro lado hacía que se sintiese más segura.

El sonido de un disparo hendió el aire, haciendo que los dos girasen la cabeza en aquella dirección.

—Debe ser él —dijo Krilín, acercándose a ella para besarla. La mujer le correspondió de la manera más afectiva posible—. Mucha suerte.

Los dos se separaron, volando en direcciones opuestas. Ella sobrevoló el bosque con cautela, siguiendo la dirección del disparo. Descendió despacio hasta aterrizar en un claro. Notaba el corazón latiéndole a mil por hora. ¿Qué iba a decirle? Lo único que había sabido de su hermano en veinte años era lo que Krilín le había contado aquella mañana. ¿Se habría humanizado igual que ella? ¿Se mostraría complacido de verla o la trataría como a una enemiga?

Y de pronto se lo encontró, cargando un enorme oso negro a la espalda. Tal y como había visto en la bola, seguía igual que siempre, con el pelo negro y liso cayéndole hasta los hombros. Aquel era el único rasgo que los distinguía; por lo demás, tenía sus mismos rasgos, así como los mismos ojos azules que la miraban sorprendidos, enmarcados bajo las finas cejas.

—Eres tú —dijo el joven, sin ocultar su sorpresa. El A-17 dejó caer el oso muerto en el suelo para acercarse a ella. Llevaba un abrigo largo de piel y un rifle al hombro—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo me has encontrado?

—Una larga historia —replicó ella, permitiéndose sonreír—. Quería hablar contigo de algo.

Él se sentó sobre la grupa del oso, cruzando las piernas en una pose relajada.

—Pues tú dirás, hermanita —contestó burlón—. No me falta el tiempo, pero tampoco me gusta perderlo sin razón.

—Se trata de Marron —respondió ella—. Krilín me ha contado que tú… Una noche…

—El hombrecillo se fue de la lengua, ¿eh? —rio él—. Tendría que haberlo matado.

Ella se cuadró, dedicándole una mirada asesina.

—Vamos, vamos… Sólo era una broma. —El A-17 levantó los brazos en gesto conciliador—. ¿Desde cuándo has perdido el sentido del humor? Sé lo que significa ese terrícola para ti; de lo contrario, no habrías engendrado con él a esa mocosa.

—Esa mocosa es tu familia —le espetó ella—. Y ya tiene diecinueve años.

—¿Tantos? Lo siento, pero no se me da bien calcular el paso del tiempo. A este paso, dentro de nada parecerá más vieja que tú. —Aquello le parecía de lo más divertido—. ¿Te has parado a pensarlo? Va a ser de lo más extraño que una vieja te llame “mami”.

—Tch… está claro que no ha sido una buena idea venir aquí.

Ya se disponía a marcharse cuando su mellizo se movió con rapidez hacia ella, agarrándola del hombro antes de que despegase.

—¿A qué has venido, A-18? —preguntó, y en aquella ocasión sin burlas—. No creo que hayas volado hasta aquí simplemente para saludar.

Se zafó de su hermano de un tirón, dispuesta a marcharse de todas formas. Estaba claro que no había cambiado ni pizca y no tenía sentido querer que formase parte de la vida de Marron. Sin embargo, algo en su fuero interno la obligó a quedarse.

—Toma —dijo, sacándose del bolsillo la invitación y tendiéndosela—. Venía a entregarte esto.

El A-17 agarró la misiva y rompió el lazo blanco con un gesto indolente, leyendo la carta con aire interrogativo.

—Tu hija va a casarse… Son Goten —meditó—. Ese nombre…

—Es el hijo menor de Son Goku —le explicó ella.

Contra todo pronóstico, el androide la miró con aire estupefacto un momento, antes de comenzar a reírse a mandíbula batida.

—¡Tu hija! —exclamó entre carcajadas—. ¡Con un hijo de Son Goku! ¡Si ese maldito Doctor Gero levantase la cabeza…! Lo reconozco, hermana… Es muy bueno. No conozco a tu cría, pero tengo que reconocer que ya me cae bien.

—¿Vas a venir? —preguntó ella con concisión—. Podría ser una buena oportunidad para conocerla.

La sonrisa del joven se borró inmediatamente de su cara.

—Ah… ¿Que va en serio? —preguntó—. ¡Sí, lo estás diciendo en serio! ¿Te has vuelto loca? ¿Qué pinto yo entre toda esa panda de terrícolas, saiyanos y habitantes de Namek? Ya te lo dije una vez, hermanita; esa es la vida que tú has elegido, no la mía.

—No pensaste eso el día que acudiste a la Kame House sin avisar —contestó la mujer—. ¿Para qué viniste?

Él se encogió de hombros.

—Tenía curiosidad por saber qué era lo que había hecho que mi hermana se olvidase por completo de mí —contestó—. La verdad, no pude sentirme más decepcionado. Una cosa pequeña, blanda e inútil, que apenas sí podía respirar sin ahogarse. ¿Eso es lo que querías? ¿Parir a ese bichejo y sacrificar toda tu vida por él?

Una oleada de rabia le subió desde el estómago, obligándola a subir la palma de la mano y a concentrar su energía, apuntando directamente a su hermano.

—Vuelve a hablar así de mi hija y te juro que te mato.

Él trató de aparentar seguridad, pero ella notó cómo se tensaba, dispuesto a esquivar la onda de energía en cualquier momento.

—¿Estás totalmente segura? —le preguntó con una nota de desafío—. Si disparas, ya no habrá vuelta atrás. Puede que me mates, o puede que te mate yo a ti… Sí, tus nuevos amigos me matarían después, pero ¿seguro que quieres arriesgarte a dejar a tu hija sin su madre? Venga, baja esa mano. Ninguno ganamos nada con esta lucha…

Ella titubeó, henchida de rabia, aunque finalmente bajo el brazo. Deseaba hacerle pagar por sus palabras, pero el A-17 tenía razón en que ninguno saldría beneficiado con un combate.

—Sabia decisión —coincidió él, relajándose. Se dio media vuelta, dándole la espalda. Se acercó al oso muerto, cargándoselo a la espalda y dejando caer la invitación al suelo con indiferencia—. Me ha alegrado verte. Espero que la próxima vez sea para algo importante.

Dicho esto, alzó una mano en gesto de despedida y se internó en la espesura del bosque. Ella se quedó inmóvil un instante, despidiéndose para siempre de un hermano que acababa de morir para ella. Tras un último titubeo alzó el vuelo y volvió a casa de los Son sin volver la vista atrás.

Re: Intento de fanfic número...por Mutaito

Publicado: Sab Ene 12, 2019 10:59 am
por Arwen
CAPÍTULO 4: Mis tres juguetes.
Spoiler:
La claridad del mediodía penetraba a través de las rendijas de la persiana, iluminando la penumbra de la habitación con multitud de diminutos segmentos de luz. Trunks se despertó empapado en sudor, con la boca seca y un regusto alcohólico en la lengua. Se incorporó torpemente y recorriendo la desconocida estancia con la mirada, tratando de repasar los sucesos de la noche anterior.

«Ah… sí —pensó al recordar. Giró la cabeza para contemplar el bulto que yacía a su lado, hecho un ovillo entre las sábanas—. Me invitó a pasar la noche aquí».

El amasijo de tela se movió, como si hubiese leído sus pensamientos. Trunks levantó las sábanas para comprobar lo que ya sabía; estaba totalmente desnudo.

Se levantó de la cama con parsimonia, buscando su ropa casi a tientas mientras el arrepentimiento lo embargaba. Encontró la ropa interior y los pantalones tirados de cualquier manera por el suelo, vistiéndose con presteza.

—Buenos días —lo saludó una voz somnolienta—. ¿Ya te vas? Es pronto…

Trunks contempló al tipo cuya cara acababa de emerger de la crisálida de ropa de cama. Los ojos negros denotaban satisfacción, al igual que su sonrisa. Él se forzó a corresponder con otra y asintió con la cabeza, estirando la camiseta antes de ponérsela. No recordaba su nombre, ni tampoco tenía ningún interés en hacerlo; no era más que otro tipo de pelo negro y enmarañado, que había servido como bálsamo puntual y del que ahora no quería saber nada.

—Tengo el día bastante liado —contestó Trunks al final—. Mañana se casa mi mejor amigo y me toca organizar la despedida esta noche.

—Lo sé, lo sé. —El chico puso los ojos en blanco—. Tu mejor amigo… ese del que no dejabas de hablar anoche.

—Ése mismo. —Trunks frunció el ceño, incómodo. Lo que aquel tipo pensase de él le traía sin cuidado, pero no le hacía gracia que un simple desconocido pudiese leerlo tan fácilmente—. En fin, me marcho ya —añadió tras calzarse.

El individuo se levantó de un salto, acercándose a él para besarlo. Trunks le permitió hacerlo, aunque en ningún momento despegó los labios.

—Me llamarás, espero —dijo el tipo—. Te he dejado mi número de teléfono en un bolsillo.

—Sí, sí —mintió Trunks—. Bueno, hasta la vista.

Después de despedirse de él, decidió volver a casa dando un paseo. Estaba en los suburbios de la Capital del Oeste, por lo que su casa no quedaba demasiado lejos. Tardaría menos de un minuto en llegar volando, pero no tenía ganas de llamar la atención de sus conciudadanos.

De camino, se dedicó a pensar en los actos de los últimos días. ¿Qué era lo que estaba haciendo? Ya era la tercera noche que salía a beber y acababa perdiendo la noción de sí mismo, tratando de olvidar la circunstancia a la que tendría que enfrentarse en poco más de veinticuatro horas.

El hecho de que Goten anunciase su compromiso le había alegrado en principio, como a todos, pero a medida que se había ido acercando la fecha del enlace, se había apoderado de él un sentimiento de melancolía del que no lograba desprenderse.

Los años le habían hecho asumir que lo que deseaba no era posible. Había aprendido a sobrellevarlo lo mejor que había podido y, con el tiempo, aquella cuestión había quedado enterrada en lo más profundo de su psique… ¿Por qué ahora le dolía de aquella manera? ¿Acaso era tan egoísta como para no alegrarse por Goten?

Todo el mundo había dado por hecho que la organización de la despedida de soltero le correspondía a él, y aunque no le hacía ninguna gracia, había acabado aceptando. Afortunadamente, había contado con la ayuda de Gohan, que había tirado de los contactos que tenía Mr. Satán para alquilar la azotea de uno de los hoteles más lujosos de Satán City.

La imponenente mansión de su familia recortaba el horizonte como un gigantesco huevo en el centro de un nido. Trunks saltó la valla sin molestarse en sacar las llaves de la reja metálica que separaba la calle del jardín. El servicio dejó sus quehaceres para inclinar la cabeza ante el heredero del enorme imperio financiero de los Brief, de cuya dirección llevaba encargándose desde hacía poco más de un año. Una de las jardineras más jóvenes esbozó una sonrisa avergonzada al verlo. Trunks se la devolvió por educación y continuó la marcha hacia la puerta, donde Pyontaro, el mayordono de la familia aguardaba con aire solemne y servicial.

—Buenos días, joven señor —saludó el hombre mayor—. ¿Se ha divertido?

—No ha estado mal —respondió él con indiferencia, cruzando el umbral de la entrada—. ¿Pan sigue por aquí?

El mayordomo asintió con una cabezada.

—La señorita se ha levantado muy temprano esta mañana, como de costumbre —le explicó—. Está entrenando con su señor padre en el sótano.

«Como de costumbre.»

La niña había decidido quedarse con ellos hasta el día del enlace, sin embargo, Trunks apenas se había cruzado con ella por casa. Cuando no estaba con Bra, solía pasar largos periodos de tiempo entrenando en las cámaras de gravedad de su padre, machacándose el cuerpo sin descanso. Había escuchado a Vegeta protestar ante las constantes intromisiones de la cría, pero incluso él había acabado aceptando su compañía.

«Quizá no sea mala idea», decidió mientras subía a su habitación. Hacía muchísimo tiempo que había perdido el interés por el entrenamiento, para consternación de su padre. Pero de alguna manera, le apetecía hacer algo de ejercicio para liberar endorfinas y no pensar en nada más.

—Tienes una pinta horrible —lo sorprendió de pronto la voz de Bra—. ¿Llegas ahora?

Trunks se giró para contemplar a su hermana pequeña. Las habitaciones de ambos estaban en la misma ala de la casa. En un principio, Bulma había dispuesto ambos dormitorios en salas contiguas, pero Bra había acabado convirtiendo la suya en un verdadero taller y Trunks había tenido que soportar el sonido constante del soplete y más de una explosión, así que se había acabado trasladándose al otro extremo del pasillo.

—No te importa, enana —remugó, continuando su marcha en dirección a su cuarto.

—Vaya humos —dijo su hermana con aire ofendido—. Desde que tienes novia, estás de lo más insoportable.

—¿Qué?

—No creas que soy tonta, hermanito —dijo ella con una sonrisa pícara—. ¿Por qué ibas a pasarte todas las noches fuera si no? ¿Es guapa? ¿Cuándo vas a traerla a casa? Seguro que a mamá le encanta la idea.

Trunks no pudo sino sonreír. Su hermana era un verdadero genio, aunque para algunas cuestiones seguía siendo una niña de nueve años.

—Algún día…

Su dormitorio contaba con un cuarto de baño privado, al igual que la mayoría de las habitaciones de la casa. Se dio una ducha fría para despejarse, pensando en cuál sería la reacción de sus padres si algún día decidía contarles su secreto. Bulma siempre había sido una mujer muy liberal y poco dada a convencionalismos, al igual que sus abuelos. Por lo que había escuchado decir a su abuela, su madre siempre había hecho lo que le había dado la gana y nunca se había preocupado por las reacciones de terceros. En aquel sentido, no creía que fuese a suponer ningún problema.

«Mi padre, en cambio...»

Por más que lo intentaba, era incapaz de predecir cuál sería la reacción de Vegeta. Su padre siempre había sido una persona muy reservada en lo tocante a sentimientos, algo que al parecer era producto de su naturaleza saiyana. Su carácter duro y hosco lo convertían en alguien poco dado a aquel tipo de confidencias, con quien Trunks no había tenido una relación fluida desde que dejara de entrenar.

Después de refrescarse, se vistió con un pantalón corto y una camiseta sin mangas con el logotipo de la Capsule Corporation. Bajó hasta el sótano y, como era de esperar, encontró a Vegeta y Pan entrenando en la cámara de gravedad. Ambos compartían espacio, pero no interactuaban en absoluto. Los dos saltaban, esquivaban, fintaban y golpeaban, luchando contra algún atacante invisible.

Abrió la puerta y dio un paso dentro, notando cómo sus pies se clavaban al suelo con una fuerza increíble.

—¡Trunks! —lo saludó Pan al verlo entrar, corriendo hacia él sin ningún esfuerzo—. ¿Vienes a entrenar con nosotros?

—Me apetece calentar un poco, sí —contestó él, para regocijo de la niña—. ¿Qué tal va el entrenamiento con mi padre?

—Vegeta no me hace ningún caso —dijo ella, mirando al saiyano con una mueca ofendida—. Dice que sólo sería un estorbo.

—¿Qué mosca te ha picado? —Lejos de darse de por aludido, Vegeta miraba a su hijo con una expresión escéptica—. Llevas años sin aparecer por aquí.

—Por eso —convino Trunks, comenzando a girar el brazo para calentar—. Últimamente me noto un poco oxidado.

Vegeta alzó una ceja con incredulidad, pero se permitió esbozar algo parecido a una sonrisa. Se acercó hasta el modulador de gravedad y giró la rueda. Tanto Trunks, como Pan, sintieron que su propio peso los oprimía de manera apabullante. Las baldosas del suelo crujieron bajo sus pies.

—La hija de Gohan es fuerte para su edad, pero está lejos de suponer un reto —dijo su padre, quitándose la camiseta y mostrando un torso surcado de cicatrices—. Quizá si atacáis juntos pueda ser más divertido… Podéis transformaros en supersaiyanos si queréis… Aunque bueno, igual tú ni recuerdas cómo se hace.

—¿¡De verdad!? —preguntó Pan, encantada con la idea—. ¡Vamos, Trunks! ¡Seguro que entre los dos podemos con él!

Trunks esbozó una sonrisa, ignorando la puya de su padre. Era cierto que llevaba años sin transformarse en supersaiyano, pero sabía que no le costaría nada; a fin de cuentas, si algo le sobraba en aquel momento eran frustración e ira contenida.

Frunció el ceño y aumentó su energía. Una explosión de luz emergió de su cuerpo, iluminando la sala. En apenas un instante, su cuerpo se había librado de la presión que su propio peso ejercía sobre él.

—¿Eso es todo? —preguntó Vegeta, sin ocultar su decepción—. Esta cría es más fuerte que tú… ¡Vamos, Pan, enséñaselo!

La pequeña soltó una risita, cuadrándose. Después de tensarse, su energía creció de manera increíble. Trunks tragó saliva al verla transformada.

«Mi padre no mentía —pensó sorprendido—. Es más fuerte que yo…»

Pero la imponente energía de Pan se quedó en nada cuando Vegeta hizo lo propio. El saiyano se transformó sin siquiera variar el rictus, mostrando una energía con una potencia y hostilidad sin límites. Trunks retrocedió un paso de manera instintiva. Llevaba mucho tiempo sin recordar cuán terrible podía ser su padre cuando se disponía a luchar; pero Pan, mucho más inconsciente, se lanzó a la batalla sin pensar.

La pequeña voló rauda hacia su contrincante, descargando un aluvión de puñetazos a una velocidad endiablada. Vegeta se cubrió con ambos brazos, rechazándolos todos. Pan varió de dirección y trató de ponerse a su espalda, pero Vegeta también hizo lo mismo, propinándole una patada que estuvo a punto de hacer que estrellase contra la pared.

La niña se repuso con rapidez y aprovechó la pared para tomar impulso y volver a atacar. Giró sobre sí misma e intentó golpearle con el pie en la cara. Vegeta echó la cabeza hacia atrás para esquivarla, lográndolo por un centímetro. De pronto, agarró la pierna de Pan con la mano y la estrelló contra el suelo, apoyando el pie en su espalda para mantenerla sujeta.

—¿¡Piensas atacar algún día!? —le gritó mientras mantenía a Pan aprisionada. La niña maldecía y pataleaba, tratando de librarse del peso que la presionaba contra el suelo.

Aquello lo hizo reaccionar. Trunks también se lanzó hacia él, tratando de recordar los patrones de ataque y defensa que su propio padre le había enseñado hacía tanto tiempo. Vegeta saltó hacia atrás, liberando a Pan de la prensa de su pie. Los tres saiyanos colisionaron en un maremágnum de puñetazos y patadas. Trunks y Pan atacaban a lo loco, tratando de romper la defensa de Vegeta. No tardaron en compenetrarse, de manera que cada uno aprovechaba para lanzar un golpe al mismo tiempo que el otro.Vegeta lograba mantenerlos a raya, si bien Trunks notaba que cada vez le costaba más hacerlo sin pasar a la ofensiva. Su padre no daba muestras de esfuerzo, pero ya no sonreía como antes; su mente parecía totalmente centrada en el combate.

«No tardará en defenderse—pensó—. Si seguimos presionándolo así…»

De pronto, Pan dio una patada circular que barrió el aire. Vegeta la esquivó, pero la pierna de la niña continuó su trayectoria hacia Trunks.

—¡Impúlsame! —gritó de pronto.

Movido por puros reflejos, Trunks agarró la pierna de Pan e hizo girar a la niña con toda su fuerza. Ella lanzó la pierna libre y logró impactar directamente en la mandíbula de Vegeta.

El saiyano retrocedió dos pasos, aparentemente aturdido por el golpe. Los dos se lanzaron para tratar de aprovechar el descuido, aunque tal como Trunks había previsto, Vegeta no se limitó a bloquear. Barrió el aire con el brazo, propinándole a Pan un fortísimo bofetón y, antes de que tuviese tiempo de reaccionar, Trunks notó cómo el puño de su padre se hundía en su vientre.

—¡Ugh! —gimió, doblándose de rodillas en el suelo.

Pan lo intentó una vez más, pero Vegeta rechazó su puño con un gesto casi despectivo y lanzó la rodilla, que chocó con la barbilla de la cría y la hizo salir despedida hacia arriba.

Pan se estrelló contra el techo y cayó pesadamente, aunque antes de que tocase el suelo Vegeta le propinó una nueva patada que la hizo salir despedida de nuevo hacia la pared. En aquella ocasión, la niña fue incapaz de reponerse y chocó con el muro con gran estruendo, dejando de ser una supersaiyana.

—A ti no hace falta ni que te remate —bufó con desprecio su padre al pasar junto a él.

Vegeta se acercó a Pan, que pugnaba por levantarse apoyando una rodilla en el suelo. El hombre le tendió la mano y la cría la aceptó, poniéndose de pie. Ambos se miraron durante un instante. Pan tenía se llevaba las manos al costado y tenía los ojos vidriosos, pero luchaba por no echarse a llorar.

—No llores —dijo Vegeta de pronto—. El dolor es un compañero habitual en la vida de todo saiyano; nos enseña y nos hace más fuertes.

Vegeta volvió a su aspecto normal, dando por terminado el combate. Se giró y acudió hacia Trunks, quien también canceló la transformación. El dolor continuaba lacerándole las tripas, pero logró incorporarse.

—Padre…

—Debería darte vergüenza —le espetó Vegeta, recogiendo su camiseta, que en aquellas condiciones debía pesar más de quinientos kilos—. A partir de hoy entrenarás cada noche. Ya está bien de perder el tiempo haciendo vete a saber el qué.

Dicho esto, Vegeta volvió a girar la rueda del modulador de gravedad, antes de vestirse y abandonar la sala sin mirar a ninguno de los dos. Trunks suspiró al sentirse liberado de la presión del entorno.

—Tu padre es fortísimo…

—Supongo que sí —convino Trunks. Hacía tiempo que las críticas de Vegeta habían dejado de afectarle; a su manera, sabía que su padre intentaba espolearlo para que mejorar.

«Pero me temo que eso tendrá que esperar», se dijo, pensando en la despedida de soltero de Goten.

Trunks pasó el resto del día planeando la salida. Había acordado con Gohan que él pasaría por la vivienda de los Son para recogerlos a ambos y llevarlos hasta el Satan Imperial, donde el Gran Héroe Mundial ya tendría todo dispuesto.

Llegado el atardecer, se había ataviado con sus mejores galas y se disponía a salir. Como era de esperar, Vegeta no había querido saber nada de la celebración, aunque Yamcha y Oolong se habían apuntado sin pensar. Los dos lo esperaban impacientes en el hangar del helipuerto con el que contaba la familia.

—¿Creéis que habrá bailarinas? —preguntó Oolong con una sonrisa lasciva, conforme se abrochaba el cinturón de seguridad de la avioneta—. ¡Seguro que Mr. Satán ha contratado a decenas de las chicas más guapas de Satan City!

Durante el trayecto tuvo que soportar miles de anécdotas amorosas de Yamcha, que Oolong escuchaba embelesado. Trunks nunca había entendido qué pintaba un antiguo novio de su madre viviendo a temporadas en casa, pero la vivienda de los Brief era tan grande que a nadie parecía importarle.

Después de tres horas, la avioneta aterrizó finalmente en el huerto de los Son. Los dos hermanos esperaban en la puerta, en compañía de Krilín y del famoso discípulo de Son Goku. Gohan se había vestido con un traje de raya diplomática que lo hacía parecer bastante más mayor; Goten, en cambio, lucía ropas informales y tenía los ojos vendados. Al parecer, Goku tampoco pensaba asistir.

—Perdonad el retraso —saludó Yamcha, bajando del avión de un salto. Se acercó a Goten y lo rodeó con el brazo, revolviéndole el pelo con la mano—. ¡El niño se nos casa mañana! ¡Menuda belleza te llevas, canalla! —exclamó, pese a la mirada severa de Krilín.

Goten se dejó zarandear dócilmente con una sonrisa, mientras hacía por quitarse la venda. Aunque cada vez que lo intentaba, todo el mundo se le echaba encima.

—Pero ¿dónde me lleváis? —preguntaba cada dos por tres mientras le hacían subir a la avioneta.

—No sé si esto me parece bien —remugaba Krilín, sentado en la parte de atrás en compañía de Ub—. Mi niña…

—Se lo devolveremos de una pieza —aseguraba Yamcha, sentado en el asiento del copiloto, al lado de Trunks—. Además, ¿dónde se ha visto que el padre de la novia vaya a la despedida de soltero del novio? Deberías quedarte en casa con tu esposa.

—¡Ni hablar! ¡No me fío de ninguno de vosotros!

«Va a ser una noche muy larga», suspiró Trunks, pulsando botones y girando palancas, listo para el despegue.

Todos ahogaron un grito al aterrizar sobre la enorme plataforma que el hotel había dispuesto como helipuerto. Como era de esperar, Mr. Satán no había escatimado en gastos. La azotea había sido decorada simulando un enorme jardín con todo tipo de lujos y plantas exóticas. Había una pista de baile, e incluso una piscina circular en la misma, así como un montón de chicas en bikini portando bandejas y botellas, siguiendo las indicaciones del gran héroe mundial.

Al bajar del avión, la caterva de muchachas se abalanzó sobre el novio, retirándole la venda de los ojos y agasajándolo con todo tipo de obsequios.

La fiesta se fue animando a medida que avanzaba la noche. Un monto de gente desconocida para Trunks también acudió. Krilín charlaba con Satán, mirando al novio con aire reprobatorio y luchando por no fijarse demasiado en los bikinis de las bailarinas. El maestro Mutenroshi había llegado más tarde, y no dejaba de deambular por todas partes en compañía de Oolong, tratando de entablar conversación con las pobres chicas, quienes soportaban lo mejor que podían sus toqueteos e insinuaciones.

El novio bailaba con gracia con dos muchachas a la vez, al ritmo de un grupo de música famosísimo que Mr. Satán había contratado para la ocasión. Trunks lo observó desde la barra, dejando escapar un suspiro.

—Guapo, ¿quieres bailar? —le preguntó una de las chicas.

—No, gracias —replicó él con educación. La barra era su pista de baile y la botella la única compañía que necesitaba.

Pasadas tres horas, comenzaba a notar los efectos del alcohol en su cuerpo. Ya iba a servirse la séptima copa cuando Gohan apareció de pronto, sentándose a su lado. Llevaba la corbata desabrochada y una chica le había robado las gafas; la muchacha lo llamaba desde el interior de la piscina, instándolo a recuperarlas.

—Vaya locura de noche —dijo, mientras el camarero le servía una copa—. Mr. Satán se ha pasado un poco con el despliegue, pero mi hermano parece contento.

—Eso es lo importante —respondió Trunks con sequedad.

Gohan lo miró un momento, dedicándole una sonrisa cómplice.

—Tú no pareces divertirte mucho.

—No es eso —se apresuró a decir Trunks—. Es sólo que no me encuentro demasiado bien… He estado entrenando hoy con Pan y con mi padre y estoy molido. Tu hija es muy fuerte para su edad.

Gohan dejó escapar una risita.

—Entonces ¿Vegeta la está entrenando? Debe estar encantada —dijo, poniéndose serio a continuación—. Trunks, quería agradecerte todo lo que has hecho por Goten estos días.

—Es lo normal —replicó él, encogiéndose de hombros y dando un nuevo trago.

—Puede, pero no debe ser fácil para ti…

Trunks se giró bruscamente, notando cómo el corazón le daba un vuelco.

—¿Por qué dices eso?

—Conmigo no tienes por qué disimular —replicó Gohan—. Hace tiempo que lo sé.

Trunks sintió que se sonrojaba. Estuvo a punto de decirle a Gohan que se había equivocado por completo con él, pero necesitaba hablar de aquello con alguien.

—¿Tanto se nota? —preguntó finalmente—. ¿Mi madre…?

—Nunca me ha comentado nada —explicó Gohan—, pero es la mujer más inteligente que conozco; dudo que no lo sepa.

Trunks no supo qué hacer o decir. Una parte de él deseaba dar por finalizada la conversación y marcharse de allí, pero Gohan era el tipo de persona con la que era sencillo abrirse.

—No sé cómo se lo van a tomar…

—Yo no me preocuparía por ella —prosiguió Gohan—, ni siquiera por Vegeta. La verdad, dudo que esto le importe un bledo. Para eso es como mi padre; sólo les preocupa una cosa.

Era la misma conclusión a la que Trunks había llegado en alguna ocasión, aunque dicho por Gohan sonaba mucho más convincente.

—Lo que quiero decir es que todo el mundo te apoyará en esto, incluido mi hermano. Goten no puede darte lo que quieres de él, pero sabrá comprenderte. No te digo que se lo digas ahora, pero cuando estés preparado házselo saber. Creo que así podrás pasar página de una vez… —Gohan le puso la mano en el hombro de manera afectiva—. En fin, voy a ver si recupero mis gafas.

Gohan se alejó de la barra, internándose en el maremágnum de bailarinas, quienes lo recibieron con regocijo. Trunks se quedó pensativo, digiriendo las palabras de Gohan. Nunca se había planteado la posibilidad de contárselo a Goten, dando por hecho que aquello los distanciaría. Aunque, por otro lado, Gohan era una de las personas que mejor lo conocía, y si él creía que aquello era lo correcto…

Apuró la copa de un trago y se puso en pie, dispuesto a disfrutar un poco de la fiesta. Se prometió que intentaría hablar con Goten después de la boda. No quería darle ningún motivo para pensar aquella noche.

La celebración continuó sin sobresaltos, hasta que una de las bailarinas invitó al novio a subir a la tarima. Él, rojo como un tomate, se dejó arrastrar. La chica lo sentó en una silla y comenzó a bailar a su alrededor en poses de los más sugerentes. Al final se sentó en su regazo y comenzó a acariciarle la mejilla, mientras Goten permanecía rígido, sonriendo como un bobalicón.

Todo el mundo reía, aunque las risas murieron cuando Marron apareció de pronto, ataviada con un vestido de novia y con cara de pocos amigos. La muchacha subió a la tarima hecha una furia y se quedó plantada ante el novio, que la miraba estupefacto.

—Ca… ¡Cariño! —balbuceó el muchacho, sacudiéndose de encima a la bailarina—. ¿Qué haces aquí?

—¡¡Eres un caradura!! —gritó la chica, tirando el velo al suelo y fulminándolo con la mirada. Por un momento, a todos les recordó a su madre—. ¿Cómo se te ocurre?

—¡Pero si no he hecho nada! —se apresuró a responder Goten, levantándose y corriendo hacia ella—. Sólo estábamos…

—¡¡Sé perfectamente lo que estabas haciendo!! —La muchacha se cruzó de brazos y le dio la espalda—. ¡Se cancela la boda! ¡¡Hemos terminado!!

Todo el mundo ahogó un grito de sorpresa. Desesperado, Goten se lanzó a sus pies.

—¡Marron, por favor! ¡Lo siento! ¡No quería…!

Para sorpresa de todos, la chica se echó a reír. Se giró hacia él, le guiñó un ojo y le sacó la lengua antes de desaparecer en una nube de humo. Cuando el humo se disipó, Oolong se desternillaba a mandíbula batida. Todo el mundo se unió a la carcajada, y la de Krilín fue de las más sonoras. Goten también se reía, aunque Trunks detectó más alivio que otra cosa.

La fiesta continuó hasta altas horas de la noche. A aquellas alturas, Trunks ya estaba demasiado ebrio como para pensar en nada. Se permitió bailar con alguna de las chicas, charló con Ub e incluso se permitió bromear con Goten como siempre habían hecho, cruzando de vez en cuando alguna mirada cómplice con Gohan, el cual, por supuesto, no había recuperado las gafas.

—¡Trunks! —dijo de pronto Goten, abriendo los ojos como platos. Estaban sentados al borde de la piscina en compañía del discípulo de Son Goku, que había metido los pies en el agua—. ¿Por qué no lo hacemos? Gotenks también tiene derecho a disfrutar de la fiesta.

—¿Gotenks? —preguntó Ub—. ¿Quién es?

Goten sonrió con picardía.

—¿Mi padre no te ha hablado de la fusión? Venga, Trunks… ¡mostrémosle al novato lo fuertes que podemos llegar a ser fusionados!

Trunks palideció. Por suerte para él, la Tierra había vivido en paz desde el desastre que había causado el monstruo Bu, por lo que no habían necesitado recurrir a la fusión en años. Al principio se fusionaban cada dos por tres, pero a partir de la adolescencia, Trunks se había mostrado reticente a ello. Cuando se fusionaban, las mentes de ambos se volvían una, y por nada del mundo podía permitirse que Goten entrase en su cerebro de esa manera.

—Esta fiesta es para ti, no para Gotenks —dijo, dándole una palmada en la espalda en un gesto de camaradería que le quedó un tanto forzado—. Nadie te tiene que robar protagonismo.

—Pero ¿qué es eso de la fusión? —insistía Ub—. ¿Es alguna clase de técnica especial?

Goten se mordió el labio inferior en un gesto de súplica.

—Está bien —remugó Trunks, levantando ambos brazos y llevándolos a la derecha—. Ponte ahí…

Goten dejó escapar un grito de júbilo y saltó hasta colocarse exactamente a tres metros de él, imitando su pose.

—¡Fuuuuu…! —gritaron ambos al unísono, trazando un semicírculo con los brazos mientras daban tres pasos cortos en dirección al otro, viendo cómo Ub los miraba extrañado.

—¡Sióooon! —Volvieron a gritar, levantando una rodilla y girando violentamente la dirección de los brazos, como si fuesen el reflejo del otro. Trunks llevaba años sin hacerlo, pero recordaba los pasos con viveza.

Pero en el último momento, Trunks empujó a Goten al agua, que cayó sin remedio.

—Picaste, como siempre —le dijo Trunks desde arriba, viendo cómo siete chicas se abalanzaban a por su amigo, quien le dedicó una mirada de enfado antes de dejarse avasallar por una marea de pechos y manos.

«Venga, no te enfades. Te daré tres de mis juguetes —recordó de pronto al ver aquella expresión en Goten—. Nunca me los pediste.»

Re: Intento de fanfic número...por Mutaito

Publicado: Sab Ene 12, 2019 10:59 am
por Arwen
CAPÍTULO 5: Viejos Lazos Blancos, Nuevos Lazos Rojos.

Spoiler:

El gran día finalmente había llegado.

La calma del despertar duró poco, sustituida por un revoltijo de nervios en el estómago. Marron se incorporó, observando el futón que los Son habían preparado para sus padres. Se permitió sonreír al ver a su padre durmiendo a pierna suelta.

«Está agotado —pensó al observarlo—. Ha tenido que ser toda una celebración.»

Los chicos habían vuelto casi al amanecer, más bebidos de la cuenta. Habían intentado entrar a hurtadillas para no despertar a nadie, aunque al intentar girar el pomo, Goten había arrancado la puerta del quicio y había acabado levantando a toda la casa. Chichi había puesto el grito en el cielo al ver a sus hijos de aquella guisa. Marron nunca había visto a nadie gritar de aquella manera, y curiosamente, Gohan había sido quien se había llevado la peor parte. Por fortuna, el padre de Goten había recordado la bolsa de alubias senzu que había traído unos días antes y le había dado una a cada uno para serenarlos, antes de que Chichi mandase a todo el mundo a la cama.

Marron se había vuelto a acostar, esperando que Goten apareciese en la ventana para darle las buenas noches, como siempre solía hacer cuando su padre ya dormía. Sin embargo, aquella noche no hubo beso de despedida; los pasos furibundos de Chichi resonando a lo largo del pasillo mientras repetía sin cesar la palabra “borrachos” sin duda habían servido como elemento disuasorio.

La joven se puso una bata de seda y bajó a desayunar, preguntándose dónde estaría su madre. Era muy raro verla dormir; de hecho, Marron no recordaba haberla visto hacerlo nunca, pero como casi todo lo referente a su condición de androide, aquel era un tema que todo el mundo prefería evitar.

El sol ya había salido, pero debía ser muy temprano. La casa aún dormitaba, ajena a la actividad y bullicio que solía reinar entre sus habitaciones durante el día. El repiqueteo de las sartenes y las cazuelas se hizo evidente al bajar la escalera, lo que le indicó que su futura suegra ya se había levantado y había empezado a preparar el desayuno, así como la infinidad de platos que se servirían durante la celebración.

—Buenos días —saludó cordialmente al entrar en la cocina.

Al girarse, Chichi le devolvió una mirada cansada. Estaba claro que no se había vuelto a acostar desde el incidente de la puerta.

—Buenos días —dijo con tono hosco mientras agitaba una sartén con maestría—. ¿Qué tal has dormido?

—Muy bien —mintió ella.

—Pues qué suerte —suspiró Chichi—. En fin, tendrás hambre, ¿no? Tu madre está fuera con Videl. Ve con ellas, que en seguida te llevo el desayuno.

Marron se llevó la mano al estómago de manera instintiva. Aunque quisiera, sentía que no podía meterse un grano de arroz en la boca sin vomitar, pero sabía que no valía de mucho tratar de discutir con aquella mujer, de modo que le dio las gracias y salió al jardín.

Encontró a su madre y a la esposa de Gohan sentadas en el zócalo de la entrada, cada una con una taza de café en las manos. Las dos comentaban algo mientras miraban al padre que Goten, quien también se había levantado y permanecía sentado con las piernas cruzadas en mitad del huerto, aparentemente ajeno a la presencia de las mujeres.

—Buenos días.

La androide le sonrió, dando dos golpecitos con la mano en el escalón de piedra para ofrecerle asiento. Marron se sentó a su lado, devolviéndole la sonrisa.

—¿Nerviosa? —le preguntó Videl, acariciándole el hombro.

—Un poco —reconoció ella—. No sé si debería estar aquí… Si Goten se levanta… dicen que el novio no debe ver a la novia hasta el momento de la ceremonia.

Su madre puso los ojos en blanco.

—Ese zoquete no se levantará hasta el mediodía —bufó—. ¿Tu padre sigue durmiendo? Ya debería haberse levantado…

—Déjalo dormir —pidió ella, conciliadora—. No está acostumbrado a trasnochar así.

—Se les ha ido de las manos —dijo Videl—. A saber cómo habrá acabado mi padre…

Chichi acudió pasados unos minutos con una bandeja repleta de comida, tendiéndosela con un gesto entre servil y malhumorado.

—No hacía falta tanto —dijo Marron, agachando la cabeza—. De verdad, no tengo hambre…

—Tienes que comer —se empecinó ella, mirando de reojo a su marido con cara de pocos amigos—. No querrás desfallecer en mitad de la ceremonia.

Marron estuvo a punto de replicar, pero Videl le rozó la mano de manera casi imperceptible, negando levemente con la cabeza.

En pos de una convivencia sana, Marron se llevó la taza de café a los labios con gesto diligente, mientras su futura suegra se cercioraba de que comiese. Nunca lo diría en voz alta, pero en ocasiones comprendía los motivos que habían llevado al padre de Goten a desaparecer durante tanto tiempo.

—¡Goku! —bramó de pronto Chichi—. ¿Vas a estar ahí plantado toda la mañana? ¡¡Hay muchísimas cosas que hacer!!

El hombre dio un respingo, percatándose de que el cuarteto de mujeres lo observaba. Se levantó lentamente y se acercó a ellas de mala gana. Marron se quedó mirándolo un momento, pensando en lo joven que parecía pese a su edad, así como en el enorme parecido que tenía con Goten. Nunca había cruzado con él más de dos o tres palabras, pero siempre le había parecido una persona extraña y reservada, pese a lo mucho que su padre se empañaba en ensalzarlo.

—Sólo estaba entrenando mentalmente —dijo con tono de hastío—. ¿Todavía hay más cosas que hacer?

—¿Que si hay más cosas que hacer? —exclamó Chichi en tono irónico—. Hay que llevar los cincuenta bancos al jardín delantero, preparar las mesas y sillas para el banquete en el prado de atrás, levantar las columnas del altar… Y todo antes de las once.

—¿Tanto? —El hombre tragó saliva—. ¿Y tengo que hacerlo yo? —Retrocedió un paso al ver cómo a su mujer se le hinchaba la vena del cuello—. Está bien, está bien…

Son Goku saltó, desapareciendo por encima del tejado al tiempo que Chichi volvía a entrar en la casa, murmurando para sí misma.

—No veo el momento de volver a casa —remugó la A-18, provocando una risita de Videl.

—Chichi no es una mala mujer —dijo—. Aunque a veces puede ser un poco…

«¿Histérica?», pensó Marron, si bien se abstuvo de comentarlo. Miró a la bandeja, resoplando ante la idea de comerse todo aquello.

—Deja, ya me lo como yo —suspiró Videl con una sonrisa.

—Gracias —repuso Marron—. Tengo el estómago cerrado.

—Es normal. El día de mi boda yo estaba igual. Ahora, en cambio… —Se llevó la mano al estómago con ternura.

Marron dio un respingo.

—¿¡Estás…!? ¿Desde cuándo?

Videl asintió.

—No se lo he dicho a nadie todavía —susurró.

—¡Es maravilloso! ¿Tienes algún nombre pensado ya?

—Si es niña, la llamaré Monde; si es niño, Gohei.

—Son Gohei —murmuró Marron—. Suena bien.

—Pero ¡shhhh! —Videl se llevó el dedo índice a los labios antes de llevarse una bola de arroz a la boca—. No comentes nada aún, ¿eh?

Poco después, Chichi la llamó para empezar a peinarla y maquillarla. Sorprendentemente, su madre también quiso contribuir en el ritual, manteniendo con Chichi un constante tira y afloja sobre el aspecto que debía lucir Marron. Su madre había estado de lo más rara desde hacía unos días. Había vuelto muy enfadada después de la misteriosa salida con su padre, pero pasadas unas horas había cambiado radicalmente de actitud. Desde ese día, había estado mucho más implicada en los asuntos referentes a la boda. Ella había tratado de abordar el tema de su desaparición de mil formas distintas, pero sus progenitores siempre habían respondido con evasivas.

Poco a poco, les llegaron indicios de actividad desde el otro lado de la puerta. Los chicos parecían irse levantando. Un enorme jet aterrizó en el jardín con gran estruendo. Marron vio el logotipo de los Brief desde la ventana, mientras su madre intentaba recogerle el pelo con un moño capaz de soportar el peso del velo.

Sonrió al ver a Pan bajar por la rampa con aire avergonzado, en compañía de Bra y Bulma. Habían vestido a la niña con un vestido de flores precioso, que en su opinión no le sentaba nada bien. Pan era como Goten, el tipo de persona a la que le sentaba bien el desaliño.

Después de que Chichi le apretase el corpiño del vestido hasta cortarle la respiración, Marron finalmente estuvo lista. La joven se miró al espejo, casi sin reconocerse. La mujer que le devolvía la mirada desde el reflejo parecía mucho más guapa y adulta. Marron sintió que dejaba de ser una niña a marchas forzadas.

El sol ya rondaba su cénit cuando la flamante novia salió de la casa en dirección al jardín, escoltada por su padre al ritmo de la marcha nupcial. El jardín delantero de los Son se había convertido en una preciosa capilla, repleta de bancos y con un altar lleno de flores. Krilín se había vestido con un esmoquin de corte formal y caminaba con aire solemne y satisfecho, devolviendo sonrisas a los invitados, que los miraban con atención desde ambos lados del pasillo que habían improvisado. Ella apenas podía fijarse en las caras, toda su atención se concentraba en el joven que aguardaba con aire tenso en el altar.
Bajo el velo, se permitió sonreír al ver a su prometido. Habían vestido a Goten con un chaqué y le habían repeinado la desgreñada melena hacia atrás. Estaba rarísimo, pero aún así le parecía el novio más guapo del mundo.

La pareja finalmente se encontró en lo alto del altar. Krilín entregó a su hija y bajó discretamente al banco de la primera fila, en compañía de su mujer.
El maestro Mutenroshi se erguía a su lado, en calidad de testigo, mientras Son Gohan hacía lo propio con Goten. Ambos pronunciaron los votos nupciales, se pusieron las alianzas y se fundieron en un beso entre coros y aplausos de los invitados. Por el rabillo del ojo, vio a Chichí llorando a lágrima viva, Videl también parecía haberse emocionado e incluso su madre sonreía con satisfacción.

La celebración tuvo lugar en un prado cercano a la vivienda. Lo que en principio se había planteado como una fiesta discreta, se había convertido en toda una oda a la ostentación. Había enormes bandejas repletas de delicias llenando las decenas de mesas blancas. Chichi se había pasado los últimos días cocinando y el resultado era de lo más satisfactorio; su suegra podía tener un carácter difícil, pero era innegable que los años le habían convertido en una cocinera experta.

Sentada en la mesa principal, Marron apenas probó bocado. Su esposo, en cambio, devoraba a carrillos llenos. Hubo brindis, risas y anécdotas. Pan había intentado por activa y por pasiva subir a cambiarse de ropa, aunque su madre se había mostrado inflexible.

Al caer el sol, los novios fueron los encargados de abrir el vals nupcial. Goten la sostenía suavemente mientras movía los pies con gracia. Su ya esposo siempre había tenido un talento natural para el baile. Gohan y Videl no tardaron en unirse a ellos, al igual que los padres de ambos. Marron sonrió al ver a la joven pareja, consciente de la felicidad que pronto embargaría a Gohan al enterarse.

«Nosotros también tendremos hijos —pensó, apoyándose en el pecho de su esposo—. Dos, un niño y una niña.»

Pronto, la pista se llenó de parejas improvisadas. Vio a su padre bailando con Chichi, mientras Mr. Satán se movía con solemnidad, dirigiendo a la señora Brief, la abuela de Bra.

Ella aceptó bailar con Gohan y con Ub, quien trató de defenderse lo mejor que pudo.

—¿Quieres bailar conmigo? —preguntó de pronto una voz a su espalda.

Trunks le tendió la mano con una reverencia, dedicándole una sonrisa formal. Estaba arrebatador, vestido con un traje de lo más elegante, hecho a medida para la ocasión. Marron aceptó gustosa, girando por la pista en compañía del mejor amigo de su esposo.

—Goten está muy feliz —dijo el joven mientras la dirigía, guiñándole un ojo—. Cuídalo bien, ¿eh?

—Por supuesto —dijo ella con gesto cómplice.

Pasada media hora y tras bailar con media lista de invitados, tuvo que sentarse. Los zapatos la estaban matando y el vestido, pese a ser una preciosidad, era tan incómodo que no veía el momento de quitárselo.

Se escabulló hacia la vivienda para cambiarse de ropa, pero al cruzar la puerta ahogó un grito.

—¿¡Quién eres tú!?

El joven estaba tumbado en el futón de sus padres, con las manos apoyadas bajo la nuca en un gesto informal. Al verla, se levantó con aire parsimonioso y le dedicó una mirada irónica. Era un muchacho apuesto y bien parecido, vestido con un abrigo de piel pese al calor que hacía. Llevaba el pelo negro bastante largo y un pendiente de aro en una oreja; por alguna razón, su cara le resultaba familiar.

—¿Cómo has entrado aquí? —volvió a preguntar, retrocediendo conforme el hombre avanzaba hacia ella—. ¡Si no te marchas ahora mismo, gritaré!

—Agradecería que no lo hicieras —replicó de pronto el tipo, echando un rápido vistazo a la ventana—. Puedes estar tranquila. Soy… un viejo conocido de tu madre.

—¡Mentira! Mi madre no tiene amigos ni familia, ella… —titubeó un instante.

El joven alzó una ceja.

—¿Eso te ha dicho? En fin, supongo que es normal. —Se llevó la mano a un bolsillo y sacó un trozo de tela roja, ofreciéndoselo—. Ten, es para ti. Considéralo mi regalo de boda.

Él se lo acercó aún más.

—Cógelo, que no muerde.

Marron lo cogió con desconfianza, notando que envolvía algo pesado en su interior. Al retirar la tela, contempló horrorizada un revólver.

—¿Qué es esto? —preguntó, sosteniendo el arma con los dedos pulgar e índice. Nunca le habían gustado aquellas cosas—. Yo no necesito esto…

—Claro que sí. —El tipo soltó una risita—. El mundo es un lugar duro y tú, con tu carita inocente, vas pidiendo problemas a gritos.

—Para eso me protege mi esposo —replicó ella con una nota de desafío—. Es muy fuerte, ¿sabes? Y si nota que no estoy vendrá de inmediato.

—Seguro que sí —respondió el tipo, encogiéndose de hombros—. Quédatela como recuerdo entonces. Me marcho ya, niña. Disfruta de tu fiesta.

El tipo se acercó a la ventana y apoyó un pie en el quicio, girándose nuevamente.

—Si decides hablar con tu madre sobre esto, dile que me gustaría repetir lo del otro día… Aunque no hace falta que venga sola.

Dicho esto, saltó por la ventana y se alejó volando de allí.

«Puede volar —pensó Marron al verlo perderse en el horizonte—. Sólo los amigos de papá vuelan… puede que sí los conozca.»

Dejó la pistola con cuidado sobre el futón y observó la tela. Parecía un pañuelo para el cuello, aunque al estirarlo descubrió que contenía algo más. Un pequeño trozo de papel cayó al suelo. Marron lo recogió y observó lo que ponía.

«¿Una dirección?»

Sin entender nada, se quitó el vestido y los zapatos, sustituyéndolos por una camiseta blanca y un pantalón vaquero. En realidad, el pañuelo combinaría a las mil maravillas con aquel conjunto, así que se lo anudó al cuello.

Dejó la pistola bien escondida en un cajón de la cómoda y bajó de nuevo a la fiesta.

Los bailes habían cesado ya, y todo el mundo charlaba animadamente con copas en las manos. Marron se sumergió en aquel maremágnum de sonrisas y caras amigas, sonrosadas por el alcohol.

«Diga lo que diga ese tipo, el mundo es un lugar maravilloso.»

Decidió no hablar con su madre aquella noche. Fuera quien fuera, aquello podía esperar hasta el día siguiente.

La celebración continuó hasta pasada la medianoche. Poco a poco, los invitados volvieron a sus casas en distintos medios de transporte y el prado quedó calmo de nuevo.

Después de echar un vistazo a la lista de regalos y contemplar absorta el plano de la casita que los Brief habían mandado construir para ellos cerca de la Capital del Oeste, Marron por fin se desplomó en la cama de matrimonio que habían dispuesto para ambos en una planta aparte. Chichi por fin había dado consentimiento para que pudiesen dormir juntos, una perspectiva que le habría resultado de lo más emocionante de no haber estado tan cansada. Goten también parecía agotado, porque se durmió apenas se tendió sobre el colchón.

Intentó dormirse, pero fue incapaz. Pese al cansancio, todavía tenía la euforia y los nervios instalados en el estómago. Se levantó, procurando no despertar a su marido y bajó las escaleras, creyendo que un poco de leche caliente la ayudaría a dormir.

En aquella ocasión, incluso Chichi parecía haberse rendido finalmente al sueño. La cocina estaba completamente vacía y a oscuras. Marron salió al fresco del huerto, encontrándose de nuevo con su madre.

—¿No tienes sueño? Deberías descansar; ha sido un día muy largo.

—Mira quién fue a hablar —comentó su hija, sentándose a su lado—. ¿De verdad no duermes nunca?

Su madre frunció el ceño con incomodidad. Marron sabía que no le gustaba hablar de aquellas cosas, al menos con ella.

—Puedo, pero no lo necesito —dijo finalmente.

—Debe ser genial eso de ser siempre joven —dijo la muchacha, dando un trago al vaso de leche—. Por no hablar de lo fuerte que eres, mamá.

—Supongo que sí —suspiró A-18, aunque por el tono estaba claro que no compartía su opinión.

—Nunca me has contado… Quiero decir, ¿cómo fue? —se atrevió a comentar—. ¿Cómo te convertiste en un… androide?

—¿A qué viene eso ahora?

Marron tragó saliva.

—Esta noche, durante la boda… había un tipo de lo más extraño en nuestra habitación —se atrevió a confesar—. Dijo que te conocía.

Marron jamás había visto a su madre asustada, hasta entonces. A-18 se levantó violentamente del escalón.

—¿Cómo un tipo? —preguntó a gritos—. ¿Cómo era? ¿Te hizo algo?

—Tch… ¡no grites! ¡Vas a despertar a toda la casa! —le advirtió su hija—. No me ha hecho nada. Era un chico joven… moreno y con el pelo largo. ¿Quién era, mamá? Lo conoces, ¿no es cierto?

La androide tuvo que sentarse de nuevo, mirando absorta el horizonte.

—Me entregó un pañuelo para el cuello —prosiguió Marron, decidiendo que era mejor omitir el detalle de la pistola para no asustarla más—. Y dijo que le gustaría repetir lo del otro día. Se refería al día que papá y tú salisteis, ¿verdad? ¿Me vas a contar dónde fuisteis y para qué?

Su madre la miró durante unos segundos que a Marron le parecieron eternos, antes de decidirse a hablar.

—Fuimos a buscarlo para invitarlo a la boda —dijo finalmente.

—Pero ¿quién es? —exclamó la joven.

—El A-17 —contestó su madre—. Mi hermano gemelo.

Marron se quedó estupefacta.

—¿Hermano? ¿Tienes un hermano? —«¡Por eso me sonaba su cara! —pensó—. ¡Sí que se parecen!»—. Entonces ese tipo es mi… ¿tío?

Su madre asintió.

—¿Yo tengo un tío? ¿Por qué nadie me lo ha dicho nunca?

—Cariño, hay cosas de tu madre que no sabes —dijo la androide—. Me temo que no es una historia muy bonita, pero aun así…

Su madre comenzó a relatarle lo poco que recordaba de su vida como humana. Le habló del A-17, del Doctor Gero y la Red Ribbon; del plan de venganza contra Son Goku, del A-16 y de Cell. Marron escuchaba en silencio, haciendo por digerir aquel torbellino de información. Al terminar la historia, estaba totalmente abrumada.

—Tu madre es un monstruo —concluyó finalmente A-18 con una sonrisa amarga—. Un monstruo creado con el único propósito de matar al padre de tu esposo.

Marron se quedó callada, contemplando la cara de su madre. Nunca había imaginado que aquella mujer que siempre se había mostrado como un pilar fuerte e inquebrantable para ella lo había pasado tan mal. Notó que se le formaba un nudo en la garganta y se acercó a ella para abrazarla. Hacía años que no se abrazaban, desde la época en la que nunca se separaba de su mano. Al separarse, pudo apreciar una lágrima descendiendo lentamente por aquella mejilla perfecta.

—No eres ningún monstruo —dijo con el ceño fruncido—. No quiero volver a escucharte decir eso nunca más, ¿me oyes? Eres mi madre. Una mujer fuerte y valiente, que lo ha dado todo por su familia; eso es lo único que me importa.

A-18 se quedó sin réplica.

—Tendrías que haberme contado esto hace años, mamá.

—Tu padre creía que debías saberlo, pero…

—¿De verdad le besaste después de darle una paliza al padre de Trunks y Bra? —preguntó Marron de pronto, divertida.

A-18 también sonrió.

—El pobre estaba tan asustado que no fue capaz de hacer nada —le contó—. Después estuvo dispuesto a arriesgar el destino del mundo por mí… De no haber roto el control remoto, Cell nunca hubiese alcanzado la perfección.

—¡Qué romántico! Lo vuestro fue amor a primera vista, ¿eh? Casi como Goten y yo.

—Ese chico no sabe la suerte que ha tenido. La verdad, no parece mal tipo, aunque su madre…

—¡Mamá! —la reprendió, pese a que en el fondo estaba de acuerdo con ella.

—¿Qué? Sólo digo que debería relajarse un poco…

Ambas continuaron intercambiando anécdotas e historias de todo lo que había pasado años atrás. Marron escuchó entusiasmada sobre cómo el hermano de Goten había logrado destruir a Cell, muriendo Son Goku en el proceso. Finalmente sentía que las partes de la historia que nunca había entendido encajaban.

—Hay algo más… —se acordó de pronto—. El A-17 me dio una dirección —dijo, todavía le resultaba demasiado extraño llamarlo tío—. La tengo apuntada arriba. Si no te importa, me gustaría ir contigo la próxima vez… Si te parece bien.

Re: Intento de fanfic número...por Mutaito

Publicado: Sab Ene 12, 2019 11:00 am
por Arwen
CAPÍTULO 6: Ryugan.
Spoiler:
«Todas las mañanas la misma historia —pensó Rigg III, tratando de abrirse camino a través de la muralla de traseros—. Cada día es como una copia exacta del anterior.»

Un pitido anunció la llegada del fusilli, uno de los enormes jets con forma de tirabuzón que servían como medio de transporte para los habitantes del planeta Foglia. Como cada mañana, los foglianos se congregaban en torno a las estaciones Mozzara aguardando a que los jets los llevasen a sus destinos.

La cola finalmente avanzó, aunque el transporte se llenó mucho antes de que a Rigg le tocase subirse. Tuvo que contemplar con consternación cómo el fusilli despegaba sin él. Dejó escapar un bufido, pensando en lo que tardaría en llegar al templo.

—¿Tienes prisa, enano? —le espetó una voz a su espalda. Un fogliano particularmente gordo lo miraba con cara de pocos amigos. Como todos los foglianos, tenía la piel jaspeada, con líneas rojizas sobre la piel amarillenta. Aquel en particular vestía un padano oscuro, prenda reservada para los foglianos de buena familia—. Deberías estar al final de la cola, como todos los de tu calaña.

Rigg ni siquiera le respondió. Volvió a girarse para darle la espalda, algo que pareció molestar al tipo.

—¡Eh! Te estoy hablando. ¡Mírame cuando te hable! —se empecinó el tipo, poniéndole la mano en el hombro para obligarle a darse la vuelta. Medía dos veces más que Rigg y era tres veces más ancho—. ¿Es que no sabes hablar? No sé cómo ese estúpido de Paccio permite que monstruitos como tú campen a sus anchas por nuestra gloriosa Rotini, la más grande de todas las ciudades.

La cola de foglianos se dispersó ante el posible altercado, formando un círculo en torno a los dos. Rigg se dedicó a estudiar a aquellos seres altos y de piel rayada, que lo miraban con gesto hosco.

«Como si a mí me gustase vivir en este estercolero», pensó, aunque no se atrevió a decirlo en voz alta.

Rotini era indudablemente grande, pero ahí acababan sus virtudes. La enorme capital del planeta Foglia era ruidosa, sucia y peligrosa. El gobierno del presidente Paccio había tratado con especies de otros mundos en las últimas décadas, de modo que las ciudades del planeta se habían llenado de todo tipo de seres. Sin embargo, pese al mensaje aperturista del nuevo gobierno, los foglianos seguían mostrándose hostiles con los de fuera, especialmente con aquellos que, como Rigg, parecían físicamente más débiles que ellos.

El enorme fogliano crujió los nudillos de manera amenazadora.

—Vete al final de la cola —le dijo, envalentonado ante los gestos de aprobación de sus conciudadanos—. Los servicios públicos de Rotini son para los foglianos, no para ti.

—Lamento las molestias —dijo Rigg, forzando una actitud cortés—. No se preocupe, desapareceré en seguida.

El tipo levantó una ceja rojiza y poblada, antes de dedicarle una sonrisa cruel.

—Al menos sabes cuál es tu lugar… ¡Venga, largo de aqu…!

Pero antes de que tuviese tiempo de acabar la frase, Rigg se llevó la mano a la cara, tocándose la frente con los dedos índice y corazón. Acertó a ver la cara de desconcierto del tipo antes de que el paisaje a su alrededor cambiase de manera súbita.

La ancha avenida atestada de gente desapareció, sustituida por un pasillo de piedra bordeado por árboles Ricotta. El camino terminaba en una imponente construcción de aspecto antiguo y ornamentado, muy distinta a los mugrientos edificios de Rotini.

—¡Ah! —chilló Taglia, uno de los cientos de novicios foglianos que trabajaban en el templo de Ryugan. Parecía haber estado barriendo el camino, aunque había soltado la escoba de golpe al ver a Rigg apareciendo a su lado—. ¡Eres tú! ¡Creía que te habían prohibido hacer eso!

—Llegaba tarde —murmuró el pequeño yadratiano, echando a andar hacia el Templo de Ryugan sin siquiera mirar a su compañero.

Recorrió el camino a pasitos cortos, inspirando con fuerza. Ryugan estaba emplazado fuera de Rotini y el aire no tenía el olor contaminado que apestaba a combustible de la ciudad. Casi le recordaba a la atmósfera prístina de Yadrat, cuyo pueblo nunca había necesitado de ningún medio de transporte distinto al shunkanido.

El yadratiano se internó en la penumbra del templo pensando en su mundo y en su familia.

Su padre, el célebre Rigg II, había sido uno de los pocos yadratianos en salir al espacio. Gracias a las habilidades ancestrales de su pueblo se había convertido en un aventurero, transportista y contrabandista famoso en media galaxia. Era fácil encontrárselo en cualquier puesto espacial de mala muerte, jugándose verdaderas fortunas en partidas de chiara. En una mano particularmente difícil, Rigg II había llegado a apostar a su hijo mayor contra un viejo sacerdote fogliano, perdiéndolo irremediablemente.

—No se te ocurra huir —le había dicho su padre el día en que llegó a su casa en compañía del sacerdote, dispuesto a llevárselo—. Si lo haces, vendrán a por Ragka y tu madre… Espérame. No tardaré en reunir el dinero para recomprar tu libertad.

Rigg recordaba haber sentido mucho miedo, pero había aceptado aquel destino por el bien de su madre y su hermana. El sacerdote Ciccia lo había llevado a Foglia, cargándolo con el grillete azul de los esclavos. Los primeros años, Rigg había vivido en el templo de Ryugan, cocinando para los sacerdotes y novicios y limpiando las estancias del templo. Había aprendido todo sobre la llamada Iglesia del Dios Dragón, aunque no le habían parecido más que paparruchas. Según contaban las liturgias, millones de años atrás, los bondadosos dioses Kaio Shin habían confiado al pueblo fogliano la custodia de una de las Ryugan, la tercera de siete hermanas. Fuese cual fuese la utilidad de aquella cosa, se había perdido con el tiempo. Los foglianos la veneraban como un objeto de culto, pero no sabían gran cosa sobre ella. Lo único que parecían albergar era el recuerdo difuso de que, muchísimo tiempo atrás, las Ryugan habían podido salvar y destruir el Universo.

—¿Cómo puede algo salvar y destruir a la vez? —se atrevió a preguntar una vez—. No tiene sentido…

—Creación y destrucción forman parte de un mismo círculo, Rigg —le había respondido Ciccia—. Los círculos no tienen principio ni fin, como tampoco tienen áreas delimitadas.

Habían pasado meses hasta que tuvo la oportunidad de ver el famoso objeto. Había esperado algo maravilloso, aunque su decepción había sido evidente al contemplar lo que parecía una simple esfera de algún tipo de cristal ambarino, con tres diminutas estrellas negras en su interior.

Con el tiempo, Rigg había aprendido a aceptar que su padre no volvería a por él. No sabía si el célebre Rigg II había muerto en alguna trifulca tabernaria o simplemente se habría olvidado de él, pero nunca hizo por escapar a su destino por el bien del resto de su familia.

Día a día se afanaba por limpiar y cocinar, pensando que tal vez así se ganaría la simpatía de los sacerdotes. Día a día había tenido que soportar los comentarios crueles de los novicios, quienes solían abusar de él por su condición de extraterrestre, llamándolo por todo tipo de apelativos de lo más crueles.

Finalmente, su esfuerzo y su templanza dieron sus frutos. El sacerdote Ciccia no lo liberó, seguramente consciente de que eso implicaría que Rigg se largase, pero aquella condición de esclavitud se convirtió en una cuestión meramente nominal. Ciccia dispuso para él una pequeña vivienda en los suburbios de Rotini, e incluso lo elevó a la categoría de novicio. Rigg había acabado convirtiéndose en el primer no fogliano en convertirse en parte integrante de la Iglesia del Dios Dragón.

Recorrió el entramado de pasillos del templo, listo para asistir a la ceremonia matinal. Pasó discretamente junto al resto de novicios, quienes apenas le dedicaron una cabezada a modo de saludo. Todos estaban congregados al final de la sala principal, donde los sacerdotes entonaban la liturgia frente a un pedestal vacío.

La ceremonia transcurrió sin incidentes. Rigg tuvo que soportar la historia de los grandes Kaio Shin, así como continuas alabanzas al pueblo fogliano por enésima vez. En ocasiones aprovechaba para dar una pequeña cabezada, aunque siempre procuraba que no se notase en exceso.

De pronto, notó una vibración terrible sacudiéndole la cabeza, así como una energía hostil creciendo de manera exagerada en algún lugar a cientos de kilómetros al oeste.

«Rotini», pensó reconociendo la ubicación del lugar. Rigg sintió horrorizado cómo la energía de millones de vidas se apagaba de golpe, profiriendo un grito.

La ceremonia se interrumpió de golpe. Tanto novicios como sacerdotes detuvieron la liturgia y lo miraron con extrañeza.

—¿Qué pasa, muchacho? —preguntó el Pontífice con aire molesto. El anciano fogliano era la cabeza de la Iglesia de Ryugan, así como el guía espiritual de todo el planeta.

—Algo va mal —comentó él con timidez—. Creo que alguien ha atacado Rotini.

—¿Seguro? —preguntó el Pontífice con escepticismo. Sabía de las habilidades de Rigg, pero como la mayoría de foglianos desconfiaba de ellas—. ¿Crees que ha sido la guerrilla Tomatt?

Rigg negó con la cabeza. La guerrilla Tomatt era un pequeño grupo terrorista que se oponían a la política de apertura del presidente Paccio. Sus acciones se limitaban al secuestro y la extorsión y rara vez mataban a nadie, sin embargo, aquello…

—Todos… —dijo con la voz rota por la impresión—. Toda la ciudad ha sido destruida.

Los foglianos le devolvieron caras de sorpresa, sin saber qué hacer o decir. De pronto, un novio comenzó a reírse.

—No digas tonterías, ¿quién va a ser capaz de destruir toda una ciudad? La verdad, no sé cómo notas esas cosas… ¡Seguro que la mitad te las inventas!

—¡No me invento nada! —Rigg se giró, alterado—. ¡Hay una energía enorme y oscura en el planeta!

Los sacerdotes se miraron entre sí, antes de mirarlo con condescendencia.

—Chico… Tal vez te hayas equivocado, no…

—¡No! —se empecinó Rigg, corriendo hacia los sacerdotes—. ¡Les juro que Rotini acaba de morir! ¡Es una energía que…! —se detuvo en seco, quedándose rígido—. Viene hacia aquí.

Notaba aquel cúmulo de hostilidad surcando el cielo a una velocidad endiablada. Los sacerdotes habían comenzado a debatir entre sí, divididos entre los que directamente descartaban el testimonio de Rigg y los que pensaban que tal vez sí hubiese sucedido algo. Rigg sabía que nada de lo que pudiese decir les convencería. Paralizado por el miedo, notó cómo aquella energía se acercaba aún más. Rezó para que pasase de largo, pero para su consternación sintió cómo se detenía al llegar al exterior del templo.

—¡Está ahí fuera! —gritó—. ¡Hay que esconder…!

El sonido de una explosión acalló toda discusión. La puerta de la nave principal no tardo en crujir y desplomarse con un crujido sordo.

—Buenas.

El individuo entró a la nave principal con aire tranquilo y desenfadado. Era un verdadero monstruo, mucho más alto y musculoso que cualquier fogliano, que ya de por sí eran bastante más corpulentos que Rigg. Al verlo, el joven yadratiano sintió una aversión inmediata. Tenía la piel marrón y de aspecto pringoso; una boca desproporcionadamente grande y unos brazos gruesos como troncos de árbol, mucho más largos que las piernas, que eran cortas y robustas.

El tipo se acercó hacia los sacerdotes balanceando los brazos, peinando en templo con unos ojos bulbosos y amarillos, independientes entre sí. Al llegar al altar mayor, hizo una reverencia burlona al Pontífice y los sacerdotes.

—He venido a por la bola de dragón —dijo con una voz áspera y flemosa, sacando una lengua tan larga que le llegaba al pecho y balanceándola de forma obscena. Rigg se percató de que sonreía, pero sus ojos brillaban con la hostilidad de un asesino—. Es todo lo que necesitáis saber; entregádmela y no habrá ningún muerto.

«Miente —supo Rigg al momento, retrocediendo con cuidado. El tipo parecía centrado en los sacerdotes foglianos y no prestaría atención a una criatura diminuta como él. Se escondió detrás de un banco y luchó por no echarse a llorar—. Nos va a matar a todos…»

Intentó concentrarse para notar la energía de su familia y teletransportarse hasta su planeta, pero estaba demasiado alterado como para lograrlo.

—¿Tú has destruido nuestra capital? —preguntó el Pontífice, avanzando hacia él con tono solemne. Rigg se asomó a través de una rendija del banco para mirar, percatándose de que bajo los faldones plisados, las piernas del anciano temblaban de miedo.

El asesino fingió un gesto compungido.

—Acudí a hablar con vuestro presidente por las buenas —dijo—. ¿Sabéis que hizo? Me insultó, me amenazó y llamó a su guardia personal… ¿Qué queríais que hiciera? —De pronto se comenzó a carcajear—. ¡Deberíais haber visto su cara cuando destripé a su mierda de guardia e hice que todo a su alrededor desapareciese! Lo dejé a él para el final, aunque su muerte no fue tan misericordiosa… Pero al grano, ¿dónde está la bola de dragón? Antes de morir, ese mierda me dijo que la guardabais aquí.

—No sé de qué me hab…

Pero antes de que el anciano tuviese tiempo de terminar la frase, la criatura se movió tan rápido que todos lo perdieron de vista, volviendo a aparecer en el lugar exacto en el que había estado una fracción de segundo antes.

El pontífice se desplomó en el suelo, con la sangre manando como un surtidor del cuello, donde un instante antes había estado su cabeza. Rigg escuchó un grito de horror cuando alguien se percató de que el monstruo sostenía la testa de su líder en una mano.

El pánico cundió por todo el templo. Los novicios comenzaron a gritar y corretear por todas partes, mientras los sacerdotes se quedaron totalmente bloqueados.

—¡Ya basta! —bufó el ser, espachurrando la cabeza al cerrar el puño—. ¡Un solo grito o movimiento más y todos acabaréis como este puto viejo! ¡Venga, entregadme la bola de dragón!

Los novicios se quedaron rígidos, con los rictus contraídos por el horror. El tipo apenas les prestó atención, centrándose en los sacerdotes, que intercambiaban miradas entre sí.

El sacerdote Guetti dio paso al frente.

—Moriría antes de permitir que Ryugan acabase en tus manos —anunció con un tono desafiante.

—Bien.

El tipo levantó dos dedos y el sacerdote Guetti explotó en una nube de sangre y vísceras.

—¿Alguien más? —preguntó el tipo con hastío—. Empiezo a cansarme de mataros uno a uno. La verdad, preferiría tener que ahorrarme peinar esta mierda de templo, pero tampoco tengo ningún problema en hacerlo. —concentró energía en la palma de su garra, aún manchada por restos de sangre y sesos y alzó una mano—. Última oportunidad, ¿dónde está la bola de dragón? Decidme cualquier otra cosa y todos saltaréis por los aires.

Nadie dijo nada. El tipo ya se disponía a estrellar la bola de energía contra el suelo cuando la voz del sacerdote Ciccia lo detuvo.

—¡Alto! —pidió—. No mates a nadie más. Yo te llevaré hasta Ryugan.

El monstruo se detuvo, haciendo desaparecer el cúmulo de energía entre sus dedos.

—Por fin alguien con un poco de sentido común…

El anciano bajó las escaleras del altar mayor e hizo un gesto con la cabeza para indicarle el tipo que debía seguirlo. La criatura comenzó a caminar en pos del anciano sonriendo de forma artera al resto de sacerdotes.

«Rigg, ¿puedes oírme? —resonó la voz de Ciccia en la cabeza de Rigg—. Estamos todos condenados, menos tú… Tú puedes escapar de aquí y llevarte a Ryugan contigo. Voy a tratar de entretenerlo todo lo que pueda, así que por favor, dirígete a la Cámara del Dragón, coge a Ryugan y vete.»

Rigg dio un respingo.

«Puedo intentar salvar a los demás —pensó, sabiendo que el sacerdote le oiría—. No creo que pueda con todos, pero…»

«No hay tiempo para eso… No puedes sacarlos a todos de una vez, y el tiempo apremia… Me desgarra condenar así a mi pueblo, pero Ryugan es mucho más importante… ¡Corre!»

En lugar de replicar, Rigg se escabulló por un pequeño corredor situado junto a un ambón, al tiempo que Ciccia conducía a la criatura por la dirección opuesta.

El yadratiano bajó por una escalera de caracol y quitó la tapa a una trampilla, entrando en la Cámara del Dragón.

Era una sala pequeña y diáfana, con los muros tallados en mármol verde, con molduras de oro y jade. Los novicios no tenían permitido acceder a aquella sala, de modo que Rigg se internó por primera vez en la oscuridad de la cámara.

Una estatua de una criatura escamosa y alada sostenía entre sus garras un pedestal sobre el que descansaba la esfera. Por un momento, tuvo la sensación de que aquella criatura vagamente humanoide lo taladraba con unos ojos fríos tallados en piedra. Rigg no tenía ni idea de qué o quién podía ser aquel monstruo, pero no había tiempo para preguntas.

Cogió la bola y la sostuvo por primera en su vida, sintiendo que todo aquello era ridículo. Debería estar sacando a la gente del templo, no tratando de salvar aquella cosa inútil.

El sonido de otra explosión hizo tambalearse los cimientos del edificio. A aquellas alturas, la criatura ya habría perdido la paciencia y habría matado al sacerdote, o incluso a todo el templo.

Sin tiempo que perder, Rigg se llevó los dedos índice y corazón a la frente, aunque justo antes de teletransportarse se detuvo en seco. Había pensado en volver a Yadrat y ocultar allí la bola, pero fuese quien fuese, aquel tipo sabía que la bola había estado en Foglia. ¿Y si tenía alguna forma de localizarlas? ¿Y si al final acababa yendo a su propio planeta? Lo último que quería hacer era poner su mundo en peligro, de modo que descartó la idea.

«¿Dónde la llevo?», pensó con desesperación. Apenas era un adolescente cuando había salido de Yadrat, y lo único que había conocido en su vida eran yadratianos y foglianos.

De pronto, los ojos se le abrieron como platos al recordar.

«¡Él! ¡Está él!»

Habían pasado ya veinticinco años, diez años antes de que su padre lo entregase a Ciccia. Parecía haber transcurrido en otra vida, aunque todavía recordaba la pequeña nave de avanzadilla del ejército de Freezer que había estado a punto de destruir su casa, así como al tipo que había salido de ella en condiciones deplorables. Yadrat acababa de sufrir un ataque del ejército del tirado espacial, de modo que todo el mundo se horrorizó al ver al desconocido, pero aquel hombre no tardó en decir que había matado a Freezer y desarticulado su ejército. Aquello le había hecho ganarse la amistad de todo el pueblo, que lo acogió durante un año para enseñarle los secretos del shunkanido.

«Son Goku —recordó—. Se llamaba Son Goku...»

Siendo aún muy pequeño, Rigg lo había encontrado simpático y en ocasiones, le había llevado comida mientras entrenaba. Aún recordaba aquel aura dorada que lo envolvía y la increíble energía que desprendía entonces. Sí, con él la bola estaría segura.

Pero, ¿cómo iba a dar con él? No tenía ni idea de dónde podía estar su planeta, ni siquiera si seguiría vivo después de tanto tiempo. Intentó agudizar su percepción, tratando de recordar cómo era su energía, pero era como buscar una aguja en un pajar.

Una segunda explosión hizo que Rigg casi perdiera el equilibrio. El monstruo ya debía haber destruido los niveles superiores y matado a todos los habitantes del templo. ¿Se daría cuenta de la presencia de la trampilla? Rigg esperaba que no. Sacudió la cabeza, tratando de apartar cualquier pensamiento y concentrarse sólo en buscar la energía de Son Goku.

El sonido de unos pasos acercándose hizo evidente que el monstruo había descubierto la trampilla hasta la Cámara del Dragón. Con el corazón en un puño, Rigg agudizó su percepción al máximo.

Finalmente, la trampilla saltó por los aires y la criatura entró, no sin cierta dificultad en la estancia, cubierto de sangre de los pies a la cabeza.

—Vaya… conque aún quedaba una rata, ¿eh? —dijo una vez dentro. La criatura lo miró extrañado, una vez reparó en él—. Tú eres distinto… No eres de este planeta, ¿qué haces tú aqu…? —Pero al ver a Ryugan, la cara se le iluminó en una sonrisa horrible—. ¡Sí! ¡Eso es lo que busco! ¡Dámelo, chaval!

Rigg no respondió. Cerró los ojos y trató de convencerse de que aquella criatura no estaba allí y que aún no había logrado dar con él. Obvió su energía hostil y trató de concentrarse lo máximo posible, peinando al mismo tiempo los cuatro puntos cardinales. Podía notar la respiración jadeante del monstruo, así como su olor a sangre y muerte. Rigg sabía que podría haberlo matado ya, pero parecía estarse regodeando en su triunfo y eso le estaba dando una oportunidad.

—Estás muerto de miedo, ¿eh? —le preguntó el tipo acercándose a él—. Dime, ¿tenías algún ser querido entre esa gente? ¿Quieres que te cuente cómo les he arrancado los ojos de la cara? Es la parte más delicada, y desde luego la más sabrosa… Dime, ¿quieres que te saque un ojo y te lo haga comer?

De pronto, Rigg ahogó un grito al sentir cómo encontraba lo que estaba buscando. Aquella energía titilaba, lejana y difusa como la luz de un faro perdido en un continente al otro lado del océano; pero allí estaba.

El joven yadratiano abrió los ojos y se permitió esbozar una sonrisa.

—Has fracasado, estúpido —dijo antes de desaparecer.

Sin embargo, aquel conato de rebeldía le había salido caro. Rigg se desplomó sobre una superficie rocosa, al tiempo que un latigazo de dolor le sacudió el estómago.

El tipo debía haber adivinado sus intenciones y había reaccionado rápido, tratando de agarrar a Rigg para impedir que escapase. Pero no debía haber controlado su fuerza, porque había hundido su manaza en las entrañas del yadratiano, quien en un último esfuerzo logró sacarse la garra antes de sumirse en la oscurodad.

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Después de la noche de celebración, el alba llegó por fin al hogar de los Son. Los novios debían estar durmiendo plácidamente, al igual que el resto de la casa, aunque para Pan era la hora indicada para una sesión de entrenamiento matutino.

La niña se puso el dogi, aliviada por fin al prescindir de aquel horrendo vestido de flores, y bajó a la cocina, rapiñando parte del asado que había sobrado del convite nupcial y devorándolo con fruición.

Salió al huerto y comenzó a calentar, lamentándose por no poder contar con las cámaras de gravedad de los Brief.

Después de coger aire, echó a correr en dirección a la montaña. Saltó por encima de campos y arrozales y comenzó a subir monte a través a la carrera.
Coronó la cima en unos pocos minutos, sin siquiera haber comenzado a sudar.

«Esto ya no me sirve… —pensó frustrada—. Tal vez debería pedirle a la madre de Bra que me construya una cámara de gravedad… Una portátil, comprimible en una cápsula Hoi Poi… ¿Podrá hacerse?»

Estaba pensando en volver a la Capital del Oeste en un par de días, creyendo que tal vez sería descortés pedir que se la tuviesen lista aquella misma mañana, cuando divisó la silueta del abuelo a lo lejos. Estaba sentado sobre un saliente de roca, al borde de la cordillera.

Por un momento, dudó si acercarse a él o no. Había dado muchas vueltas a lo que Bulma le había contado sobre él, y se había prometido a sí misma que haría por acercarse a él y pedirle una explicación, pero la idea le resultaba de lo más violenta.

Son Goku se incorporó de pronto y, como si hubiese leído sus pensamientos, se giró para contemplarla desde la lejanía. Pan se apresuró a girar la cabeza, haciendo como si no lo hubiese visto, pero notó cómo la energía del saiyano se acercaba a ella.

—Te has levantado pronto —dijo el abuelo al aterrizar a su lado. Afortunadamente, no empleó el mismo tono entusiasta con el que la había saludado en el palacio.

—Quería entrenar un poco —remugó ella, sin atreverse a mirarlo.

—Yo también —coincidió el abuelo—. Pan… Ayer no tuvimos ocasión de hablar, pero…

—Has tenido una semana para venir a la Capsule Corporation. —La niña levantó la cara para mirarlo. El abuelo sonreía, aunque su mirada parecía más apagada que de costumbre—. Has tenido cinco años para hablar conmigo…

Goku suspiró.

—Verás…

Pero de pronto, algo apareció súbitamente junto a ambos. Los dos retrocedieron sobresaltados al contemplar aquella criatura cayendo al suelo con un ruido sordo. Pan la estudió mientras, desde el suelo, aquella especie de rana gigante miraba desorientado en todas direcciones. Dejó escapar un grito al percatarse de que el monstruo tenía a otra criatura más pequeña ensartada en una garra. Esta palateó débilmente y se liberó, antes de caer al suelo y quedarse inmóvil.

—¿Quiénes sois vosotros? —croó la criatura, poniéndose en pie—. ¿Qué es este sitio?

El abuelo dio un paso al frente, mirando alternativamente al monstruo y al pequeño extraterrestre, que yacía muerto o inconsciente. De pronto, desapareció delante de ambos, volvió a aparecer a los pies de la criatura y recogió al más pequeño del suelo, volviendo a aparecer junto a Pan. Ésta ahogó un grito al percatarse de lo que tenía en la mano.

—¿Una bola de dragón? —acertó a preguntar la niña.

—¿Qué ha pasado? —preguntó el abuelo de pronto—. ¿Por qué lo has atacado?

El monstruo había contemplado estupefacto cómo el abuelo aparecía y desaparecía ante él, pero se tensó cuando Pan recogió la bola de dragón.

—¡Dame eso, mocosa! —chilló, señalándola—. ¡Dámelo ahora mismo o te destripo!

—¿A quién dices que vas a destripar? —le preguntó de pronto el abuelo, interponiéndose entre el monstruo y ella.

El tipo se encaró con él, crujiendo los nudillos de manera amenazadora.

—A esa puta cría —bufó mostrando una sonrisa llena de colmillos y sacando una lengua de más de metro y medio—, y a ti si no apartas ahora mismo. Es más, voy a mataros igualmente. No tengo ni idea de quiénes sois ni qué hago aquí, pero ya estoy harto de tener que pedirle a la gente que haga cosas por las buenas… ¡A la mierda!

La rana alzó una garra y lanzó una onda de energía en dirección al abuelo, que la rechazó con un simple manotazo.

—¿Qué?

—Te lo voy a preguntar una vez más —dijo el abuelo—. ¿Qué ha pasado aquí?

El monstruo retrocedió un paso, mirando al saiyano con una mueca de desconcierto.

—Parece que no eres un cualquiera —dijo finalmente, volviendo a serenarse—. Puede que me sirvas para desquitarme. No llevo un buen día, ¿sabes?

La rana se tensó y comenzó a aumentar su energía. Los músculos se le hincharon y el hocico se le afiló, al tiempo que le salían protuberancias óseas de los hombros, la espalda y la cabeza.

—¿Qué te parece? —preguntó tras transformarse—. Te aconsejo que tengas muchísimo cuidado, cuando me pongo así, soy capaz de…

Pero el abuelo se movió muy rápido, golpeándole con el puño en la cara y estampándolo contra una roca.

—No eres muy fuerte —dijo el saiyano, con un evidente tono de decepción—. ¿No tienes algo más?

La rana se rehízo con esfuerzo, mirando estupefacto al abuelo. Parecía estar calibrando la fuerza de su contrincante, aunque su cerebro no parecía capaz de procesar lo que acababa de suceder.

Entonces comenzó a bufar y gruñir en un idioma desconocido. Pan contempló cómo levantaba sus enormes brazos hacia el cielo y concentraba energía en ambas manos.

«Quiere destruir la montaña —comprendió, mirando de soslayo el pequeño pueblo que había al otro lado de la ladera—. Es débil, pero…»

Pan se lanzó sin pensar, al tiempo que la criatura bajaba los brazos en dirección al suelo. Sabía que aquella rana no les haría ningún daño, pero era capaz de destruir la montaña y eso pondría en peligro a la gente de los alrededores. Lanzó una patada con todas sus fuerzas, directamente a la sien del monstruo. Éste dejó escapar una especie de gañido antes de desplomarse, muerto, en el suelo.

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Rigg despertó tendido en la cama de una habitación desconocida. Desorientado, dio un respingo al recordar los últimos acontecimientos. Se llevó la mano al vientre, comprobando que la herida había desaparecido.

—Pero ¿qué? —acertó a decir, peinando la estancia con la mirada y percatándose de la presencia de una niña que lo miraba con expectación apoyada en una pared. Debía haber tenido éxito buscando a Son Goku, porque aquella criaturita tenía el mismo aspecto que él—. ¿Quién eres tú?

—No hagas muchos esfuerzos -dijo la pequeña—. ¡Papá! ¡Abuela! ¡Ya se ha despertado!

Lo que parecían dos hembras de la especie entraron atropelladamente en la habitación, seguidas por un varón de piel oscura y otro de piel clara, así como el hombre al que había querido encontrar.

—Son Goku…

El hombre intercambió una mirada con uno de los individuos, el de piel más clara. Rigg se percató de que tenían una energía parecida, tanto que sin duda debían ser familia.

—Eres un habitante del planeta Yadrat, ¿verdad? —preguntó Son Goku—. Supongo que nos conocimos entonces, pero no te recuerdo…

—Ryugan —murmuró, acordándose de pronto de la bola—. ¿Dónde está Ryugan?

—¿Ryugan? ¿Te refieres a la sanshinchu? —El otro hombre la extrajo de un bolsillo, mostrándosela—. No te preocupes, está a buen recaudo.

Rigg suspiró aliviado al verla.

—¿Qué ha pasado con ese monstruo…? Recuerdo que me hirió, pero… ¿Lo has derrotado?

—Ha sido mi nieta. —Son Goku señaló a la niña, que miró al suelo aparentemente avergonzada.

«¿Ella? ¿Una simple cría?»

—Sólo quería detenerlo —dijo la niña—. No pensé que fuese tan frágil…

El saiyano obvió las disculpas de su nieta y se acercó a la cama, sentándose en un borde.

—¿Nos cuentas qué ha pasado? —le preguntó—. Imagino que ese tipo te ha atacado por la bola de dragón… ¿Por qué tenías tú una? ¿De dónde ha salido esta bola?

Re: Intento de fanfic número...por Mutaito

Publicado: Sab Ene 12, 2019 11:00 am
por Arwen
CAPÍTULO 7: Padres.

Spoiler:


La historia de Rigg había dejado más interrogantes que respuestas. Intrigado por la leyenda de Ryugan y sus seis hermanas, Son Goku se había llevado a Rigg al Mundo de los Kaio Shin, para preguntarle a la única persona que podía arrojar alguna luz en lo referente al enigma de aquellas bolas.

—¿Otra vez? —exclamó el anciano Kaio Shin, tan pronto los vio aparecer ante él—. Creí haber sido muy claro en lo referente a... —En aquel momento se detuvo, percatándose de la presencia del yadratiano—. ¿Quién eres tú? Eres un habitante del planeta Yadrat, ¿verdad?

Los dos dioses intercambiaron una mirada antes de clavar los ojos en Rigg con aire interrogativo. El pequeño, acobardado ante la idea de estar en presencia de los dioses más importantes del universo, logró asentir con una cabezada seca, sin apartar la mirada de sus pies.

«Tampoco es para tanto», pensó Goku, a quien la condición divina de aquellos dos nunca había impresionado lo más mínimo.

—Este es Rigg, abuelo —intervino, dando un paso al frente—. Ha aparecido esta mañana en mi casa, con esto. -Sacó del bolsillo la bola de dragón y se la mostró a los dioses—. Al parecer vivía en un templo en el planeta... ¿Cómo has dicho que se llamaba?

—Foglia —repuso Rigg sin alzar la vista—. La Iglesia del Dragón estaba consagrada a esta bola. Según la leyenda, los dioses Kaio Shin se la regalaron al pueblo fogliano hace muchísimo tiempo.

—¿Usted sabe algo de eso? —preguntó Goku—. Yo creía que sólo los namekianos podían crear bolas de dragón.

El anciano avanzó con dificultad hasta situarse a dos pasos de ellos, pidiéndole a Goku la bola de dragón con un ademán.

—Hmmmm... —remugó, estudiando la bola con aparente interés—. Sí... está claro. Es una de las originales.

—¿Las originales?

El anciano se llevó la mano libre a la boca, carraspeando.

—Como ya te dije en una ocasión, fueron los Kaio Shin quienes regalaron el secreto de las bolas de dragón a los namekianos, por su voluntad y buena obra —le explicó con tono solemne—. Las bolas de dragón de Namek, así como las que el anterior dios de la Tierra creó sin permiso —Frunció el ceño, arrastrando las palabras con un matiz de reproche— no son más que una copia de éstas: Las bolas de dragón originales; las que mis ancestros crearon hace muchísimo tiempo.

«¿Me lo dijo?», se preguntó Goku, tratando en vano de recordar.

—Antepasado mío —intervino Kibitoshin, quien hasta el momento había escuchado la conversación con aparente interés—. Si esta bola es una reliquia de los Kaio Shin, ¿qué hacía en el planeta Foglia? ¿No deberían estar aquí, en el Mundo de los Kaio Shin?

El anciano negó con la cabeza.

—Estas bolas de dragón son distintas a las de Namek o la Tierra —dijo—. Según cuenta la leyenda, una vez cumplen sus deseos se esparcen por los confines del universo, lo que convierte su localización en una tarea casi imposible... Muchos Kaio Shin han intentado salir a buscarlas a lo largo de los siglos, pero ninguno ha logrado dar nunca con ellas. La verdad, nunca creí que acabaría teniendo una en mis manos.

—Había un tipo que estaba tratando de reunirlas —repuso Goku—. Ha destruido el templo donde Rigg servía, ¿verdad? Él mismo ha estado a punto de morir tratando de poner la bola a salvo.

Los ojos del anciano se abrieron de par en par.

—¿Cómo? ¿Es eso cierto?

Rigg volvió a asentir.

—Cuéntamelo todo, chico.

El joven yadratiano logró mantenerle la mirada al dios durante un segundo, pero enseguida tuvo que bajarla. Goku le puso la mano en el hombro y asintió, apremiándole a hablar. Aquello pareció transmitirle la confianza necesaria para soltarse, de modo que comenzó a relatar una vez más lo acontecido aquella mañana. El monstruo había volado por los aires la capital del planeta y era probable que también hubiese matado a los sacerdotes antes de que Rigg lo teletransportase a la Tierra con él.

—Has sido muy valiente poniendo a salvo esta bola. Tienes la gratitud de los Kaio Shin —comentó el anciano, logrando que Rigg se sonrojara. A continuación se dirigió a Goku—. ¿Dónde está ese tipo?

El saiyano forzó una sonrisa de disculpa.

—Muerto —dijo, rascándose la nuca—. Intentó atacarnos, pero mi nieta lo golpeó y...

—Y ahora no podemos averiguar nada sobre él —bufó el Kaio Shin, interrumpiéndolo—. Típico de vosotros, los saiyanos; tenéis que golpear primero y preguntar después... Maldita sea... esto puede ser grave... No debería haber ningún mortal que tuviese conocimiento de estas bolas, no...

—Tampoco era para tanto —repuso Son Goku, tratando de restarle importancia—. Quisiera lo que quisiera, era muy débil; dudo que pudiera suponer ninguna amenaza.

—Pero, por culpa de tu nieta, no tenemos forma de sacar nada en claro —refunfuñó el anciano—. Estas bolas de dragón tienen el poder para destruir todo el universo, por lo que no deberían estar en posesión de ningún mortal...

El anciano se detuvo, llevándose la mano libre al mentón mientras mantenía la vista fija en Son Goku.

«Quiere que vaya a buscarlas —comprendió al instante. Aquello le hizo recordar los tiempos en los que había recorrido el mundo en pos de aquellas bolas, conociendo a quienes se convertirían en sus amigos y enfrentándose a innumerables peligros. Había sido duro, pero gracias a aquellas aventuras se había convertido en lo que era—. ¿Debería aceptar? —Una parte de él encontraba aquel viaje de lo más interesante, pero otra sentía que ya llevaba demasiado tiempo fuera de casa. Pensó en Pan, cuya reacción al verlo le había dado mucho que pensar a lo largo de los últimos días. ¿Cuánto podría tardar en dar con aquellas bolas? Bulma podría construir un nuevo radar dragón y proporcionarle una nave lo suficientemente rápida como para lograrlo, pero aún así, podrían pasar años—. No, no soy yo quien debe ir», pensó de pronto. Había alguien más joven, con un talento monstruoso para la lucha pero aún ignorante del mundo que lo rodeaba. Alguien que, al igual que hiciera él, debía vivir sus propias aventuras y encontrar su propio camino.

Habían sido muchas las similitudes que Goku había encontrado con su discípulo a lo largo de los últimos años, pero no pudo evitar sonreír al imaginarse a Ub recorriendo el espacio en busca de las bolas de dragón.

—¿Encuentras divertida la destrucción del universo? —exclamó indignado el Kaio Shin, al verlo sonreír—. Eres tan irresponsable como siempre... Quizá sea una locura pensar que tú...

—Tiene razón —repuso con una sonrisa de oreja a oreja. A fin de cuentas, aquel asunto podía llegar a satisfacer a más de una persona—. No debo ser yo quien vaya a buscarlas.

Los dos Kaio Shin se miraron con una mueca de incomprensión. De pronto, el viejo abrió los ojos como platos y ahogó un grito.

—¡Ah! ¡Ni hablar! —exclamó, señalándolo un dedo acusatorio—. ¡Estás pensando en mandar a ese crío!

—¿Por qué no? Ub está más que cualificado para esto.

—¡No pienso tolerarlo! ¿¡Y si vuelve a descontrolarse!? ¿¡Y si acaba queriendo las bolas de dragón para sí!? No me fío de él; no voy a consentir que...

—No diga tonterías —lo interrumpió Goku, agitando una mano como para espantar las palabras del viejo—. Ub es un buen chico y tengo fe absoluta en él; no nos defraudará.

—¡Me niego en redondo! —insistió el anciano, cruzándose de brazos con gesto testarudo—. ¡No voy a poner en peligro al universo para satisfacer tus caprichos!

Por primera vez en su vida, Goku se envaró fuera de un combate. El anciano trató de mantener su postura tajante, pero retrocedió un paso de forma instintiva.

—Usted me dio su vida y es algo que nunca olvidaré —repuso Goku—. Pero, con el debido respeto, no voy a ser partícipe de esto por mucho que me lo pida; o me permiten enviar a Ub, o ya pueden buscar a otro para que haga el trabajo.

El abuelo maldijo por lo bajo, dando una patada en el suelo. Goku aguardó, consciente de que los Kaio Shin no tenían alternativa. Por mucho que quisiesen enviar a otra persona, necesitaban un dragón radar, y eso hacía que Bulma, y por lo tanto él mismo, fuesen imprescindibles. El Kaio Shin debió darse cuenta también, porque finalmente claudicó.

—¡Está bien! ¡Envía al monstruíto y reza para que cumpla! Pero te lo advierto: Si por algún motivo llegara a fracasar, me aseguraré de que, cuando mueras, vayas de cabeza al infierno.

—Me parece justo —replicó Goku con una risita.

—Pues venga, lárgate ya —dijo ofreciéndole de nuevo la bola de dragón—. Asegúrate de explicarle bien todo a ese crío...

—Descuide —dijo, guiñándole un ojo—. Rigg, ¿vamos?

Después de despedirse de Kibitoshin, Goku volvió pletórico a la Tierra. Su familia al completo estaba comiendo dentro, en compañía de Ub. Goku y Rigg se sentaron a la mesa y les explicaron el asunto de las bolas de dragón originales, así como la necesidad de encontrarlas y devolverlas al Mundo de los Kaio Shin. Todos escucharon con atención, intercambiando miradas cómplices unos con otros, pero fue Chichi la que se atrevió a romper el silencio.

—Vas a volver a irte, ¿verdad? —preguntó la mujer con resignación—. ¿Cuántos años piensas estar fuera esta vez?

Goku soltó una risita.

—Los Kaio Shin querían que fuese —dijo—, pero he dicho que no.

—¿Cómo? —Su mujer lo miró incrédula, al igual que el resto de la mesa—. ¿No vas a ir?

Goku negó con la cabeza.

—En realidad, ya he pasado demasiado tiempo fuera de casa. —Miró a Pan de soslayo. Tan pronto como sus ojos se encontraron, la niña apartó inmediatamente la vista—. Hay alguien que lo haría mucho mejor que yo. —En ese momento dirigió la vista a Ub, expectante—. ¿Qué te parece la idea? ¿Querrías ir?

Ub abrió la boca y volvió a cerrarla de golpe, atónito. Todas las miradas se dirigieron a él.

—¿Yo?

—¿Por qué no? —preguntó Goku—. Hasta ahora no has tenido ocasión para probar tus habilidades y esta es la oportunidad perfecta para hacerlo. Tengo fe absoluta en que estarás a la altura, Ub.

El chico fue a replicar, pero lo acalló el sonido de un portazo procedente del piso de arriba. Todos habían estado tan pendientes de la reacción de Ub que nadie se había percatado de que Pan se escabullía de allí.

—Esta cría... —murmuró Videl—. ¿Qué mosca le habrá picado ahora?

—¿Me disculpáis un momento? —dijo Goku, poniéndose de pie—. Voy a hablar con ella.

—¿Estás seguro, papá? —preguntó Gohan—. Pan tiene un carácter difícil... Tal vez sea mejor que sea yo el que...

Gohan ya iba a levantarse, pero su padre lo instó a permanecer sentado.

—No te preocupes, iré yo —dijo, encaminándose hacia la escalera que separaba la primera planta de los dormitorios—. Píensatelo, ¿de acuerdo? —le dijo a Ub al pasar a su lado.

Subió la escalera a buen paso, repasando mentalmente lo que pensaba decir. Al llegar junto a la puerta de Pan, tomó aire y llamó. No hubo réplica, de modo que abrió la puerta y se asomó. Encontró a la niña tumbada en la cama, con la cabeza bajo la almohada.

—¿Puedo pasar?

—Es tu casa —repuso la niña sin mirarlo—, aunque a veces no lo parezca.

Goku suspiró, acercándose hasta la cama y sentándose en el borde.

—Me gustaría hablar contigo...

La niña se rebulló sobre la cama, sacando la cabeza de la almohada con desgana. Goku se percató de que tenía los ojos llorosos.

—¿Tan fuerte es? —preguntó de pronto.

—¿Quién? ¿Ub?

—Tiene que serlo para que siempre lo prefieras a él —continuó Pan con la voz rota—. Y da igual lo mucho que me entrene o lo fuerte que me vuelva; siempre lo vas a preferir a él, ¿verdad?

«Tuviste que explicárselo», pensó, sintiendo una punzada de culpa presionándole el pecho.

—Pan... —comenzó, sin saber bien cómo afrontar aquello—, no es que lo prefiera...

—¿Entonces por qué te fuiste? —Pan se incorporó de golpe—. Me estabas entrenando a mí, ¿recuerdas? Pero me abandonaste para entrenarlo a él.

—Porque él me necesitaba más que tú —replicó Goku, acallando a su nieta—. El nacimiento de Ub sucedió en circunstancias muy especiales, verás...

Goku le explicó los sucesos acaecidos quince años atrás, cuando el monstruo Bu puso en peligro la Tierra. Le contó cómo había deseado que el alma del monstruo se reencarnase en un ser humano, cómo había esperado diez años a que Ub creciese y por qué tomó la decisión que tomó.

—Ub nació con un poder monstruoso, que ni comprendía ni controlaba —concluyó—. Para conservar intacta la fuerza del monstruo Bu, fue necesario preservar también parte de su esencia. Esa esencia podía llegar a consumir a Ub y convertirlo en otra amenaza, así que debía prepararlo para controlar lo que queda de Bu en él.

La niña había escuchado la historia con los ojos muy abiertos, y en aquel momento no parecía saber qué decir.

—Entonces... ¿No te fuiste porque fuese mejor que yo? —acertó a preguntar.

Goku no pudo reprimir una sonrisa.

—Claro que no —replicó—. Llevas mi sangre, Pan. Perteneces a una estirpe de saiyanos muy poderosos y tienes lo que hace falta para ser la más fuerte de todos nosotros. Estoy convencido de que Ub me acabará superando tarde o temprano; sin embargo, confío en que tú acabes superándolo incluso a él.

Vio cómo el labio inferior de su nieta comenzaba a temblar de forma incontrolable. Dos lagrimones le resbalaron por las mejillas. Goku le puso la mano en la cabeza, tratando de confortarla

—Me lo podrías haber contado —remugó, sorbiendo por la nariz—. Podrías haber venido a verme... Quise ir a verte muchas veces, pero la abuela y papá siempre decían que debía esperar a que regresaras.

—Era un riesgo que no podía correr, Pan —dijo Goku—. Tenía miedo de que quisieras entrenar con nosotros.

—¿Por qué? ¿Qué habría tenido de malo?

—Como te he dicho, Ub debía aprender a controlar su poder. Si hubiese sucumbido a la influencia de Bu y tú hubieses estado cerca... No quiero ni imaginar lo que habría podido llegar a pasar. Durante estos cinco años no me he separado de él ni un sólo día, manteniéndome alerta por si hubiese hecho falta contenerlo. Por eso no podía dejar que vinieras. El poder de Bu era tan grande que me habría sido imposible mantenerlo a raya y protegerte a la vez. —Acarició la cara de la pequeña para enjugarle las lágrimas—. Tal vez debí explicártelo en su momento, pero supuse que serías demasiado pequeña para comprenderlo. Eso sí, ni por un momento me he olvidado de ti, ni he dejado de estar atento a tus progresos.

La niña no pudo aguantar más y se lanzó a sus brazos, rompiendo a llorar. Goku la estrechó con fuerza, esperando pacientemente a que se calmase.

—Ya, ya está —le susurró al oído—. Te prometo que no volveré a marcharme, ¿de acuerdo?

—Entonces... eso quiere decir que... ¿volverás a entrenar conmigo?

Goku se encogió de hombros.

—Bueno, supongo que sí —dijo, esbozando una sonrisa expectante—. Aunque tendremos que esperar a que vuelvas.

La pequeña lo miró estupefacta, sin entender a qué se refería.

—Sí, no me mires así —replicó Goku, divertido—. El espacio es demasiado grande y estará lleno de tipos fuertes. Por muy poderoso que sea Ub, creo que le va a venir bien tu ayuda, ¿no crees?

Ella abrió los ojos de par en par.

—Es... ¿es en serio?

Goku frunció los labios.

—Siempre que logremos convencer a tu abuela —le susurró, guiñándole un ojo.

Olvidado todo resentimiento, abuelo y nieta bajaron las escaleras compartiendo risas y confidencias. Pan parloteaba sin parar, hablándole sobre las nuevas técnicas que había decidido poner en práctica, así como los problemas que estaba teniendo para lograr superar el límite del supersaiyano.

Encontraron a su familia sentada todavía en torno a la mesa. Krilín, Goten y Marron charlaban con Ub de lo emocionante que sería el viaje, mientras Chichi agasajaba el chico con montañas y montañas de comida, como si así pudiera cerciorarse de que iba a aceptar el encargo de Goku.

Al verlos aparecer, todos se quedaron mirándolos con genuina sorpresa. Nadie parecía entender a qué se debía el cambio de actitud de la niña para con él, pero Goku era consciente de que lo que le había permitido recuperar el cariño de Pan iba a desencadenar una verdadera batalla campal en el comedor de su casa.

«Vamos allá», pensó tomando aire, dispuesto a soltar la bomba, pero Pan se le adelantó.

—¡Papá! ¡Mamá! —exclamó la niña, corriendo hacia ellos—. ¡El abuelo me ha pedido que yo también salga a buscar las bolas de dragón! ¿Puedo ir? ¡Por favoooor...! ¡Decid que sí!

La familia al completo se quedó estupefacta, sin saber qué hacer o decir. Goku buscó el contacto visual con su hijo, quien le dedicó una mirada cargada de dureza.

—Papá... —acertó a decir, negando lentamente con la cabeza.

—¡Ni hablar! —reaccionó Chichi, dando un golpe en la mesa antes de levantarse—. ¡Eres sólo una cría! ¡No voy a permitir que te pongas en peligro por una tontería!

—Venga, Chichi... —terció Goku en tono conciliador—. Pan está deseosa de retos, ¿verdad? No correrá ningún peligro.

—Creo que voy a salir a tomar el aire —dijo de pronto Krilín, levantándose con presteza de la mesa y dirigiéndole una mirada cómplice a su mujer e hija—. ¿Por qué no venís conmigo? Ub, Rigg..., venid vosotros también.

Nadie pareció poner ninguna pega a la sugerencia de Krilín. Los cinco se apresuraron a abandonar la sala, dejando espacio y privacidad a los miembros de la familia Son. Chichi empezó a vociferar sobre infancias perdidas y la irresponsabilidad de Goku para con su familia, pero él sólo tenía ojos para Gohan. Era consciente de que había marcado la infancia de su hijo, llenándola de luchas y peligros de una forma que ningún padre debería haber tolerado jamás. Pero también recordaba al niño pequeño que se había comprometido a ir a Namek para salvar a Piccolo. Era consciente de que Gohan era mejor padre que él, y comprendería los sentimientos de Pan mucho mejor de lo que él había comprendido los de su hijo.

—Pero el espacio es peligroso —decía Videl en ese momento—. Podrían acercarse demasiado a una estrella, podrían tener problemas con la nave, o... ¡Gohan, di algo!

Gohan se demoró un instante en su respuesta.

—Pan, ¿estás segura de querer ir? —preguntó finalmente.

—Es broma, ¿no? —preguntó la niña—. ¡Claro que quiero! ¡Llevo esperando algo así muchísimo tiempo! Venga, papá... Soy mucho más fuerte que el tío Goten. ¿A que a él si le dejaríais ir?

—¡Eh! —remugó Goten, participando por primera vez en la conversación—. A mí no me metas en esto.

—¡Pero es verdad! —le espetó la niña—. Si quisiera, podría tumbarte con un dedo.

—Pero el tío Goten es mayor, Pan —repuso su madre en tono conciliador—. Tú aún eres una niña.

—¿Y qué? Tú también eras una niña cuando te apuntaste al Gran Torneo de Artes Marciales —gritó la pequeña—. Sí, lo sé todo. El abuelo Satán me lo contó. ¡Dijo que no quería dejarte participar, pero tú te empeñaste en luchar con niños mucho mayores que tú!

Videl se quedó sin réplica, mirando suplicante a su marido. Gohan se levantó de golpe y pidió a su mujer que lo siguiese con un movimiento de cabeza, acallando por un momento toda discusión.

—Tenemos que pensarlo un momento —dijo con frialdad—. Si nos disculpáis...

—Pan, cielo —murmuró Chichi, tan pronto como su hijo y su nuera abandonaron el comedor—. Ve con el tío Goten a jugar fuera; el abuelo y yo tenemos que hablar.

—¡Yo me quedo! —se empecinó Pan.

—Pan, haz caso a tu abuela —le pidió Goku.

—Vamos, enana —dijo Goten, cogiéndola del brazo—. ¿Qué es eso de que eres más fuerte que yo? No durarías ni un segundo contra Gotenks, ¿sabes?

Finalmente, Pan claudicó, acompañando a Goten hacia la puerta que daba al jardín trasero para unirse a la familia de Krilín.

Un silencio tenso se apoderó de la estancia. Goku había esperado que su mujer se pusiese a gritar de un momento a otro, aunque en lugar de eso le dirigió una mirada lastimera, casi llorosa.

—¿Hasta cuándo va a durar esto? —preguntó con un hilo de voz—. Llevo media vida sufriendo por un marido que tenía que cargar con el destino del mundo en sus espaldas y por un hijo que tuvo que seguir su estela demasiado pronto... Me decía que llegaría un día en el que todo eso acabaría, en el que por fin fuésemos una familia normal y corriente, pero tú nunca tienes suficiente. Estoy cansada... Cansada de vivir así, sin poder dormir por las noches, preguntándome cuándo sucederá otra catástrofe que ponga en peligro las vidas de mi familia... Te lo pido por favor, si alguna vez me has querido, no permitas que la niña vaya a ese viaje.

Goku sintió un nudo en la garganta. Era la primera vez que Chichi se sinceraba de aquella manera, de modo que no sabía qué hacer o decir. Fue a abrazarla, y aunque ella permitió que lo hiciera, no le devolvió el gesto.

—Chichi... —dijo, sin saber cómo proseguir—. ¿Recuerdas cuando nos conocimos? No éramos mucho mayores de lo que lo es Pan, pero los dos estábamos muy lejos de casa, embarcados en una aventura peligrosa y con pocas probabilidades de éxito. Nos pusimos en peligro, sí, pero de no haberlo hecho no nos habríamos conocido, ni habríamos tenido a nuestros hijos. Con esto quiero decir que a veces necesitamos correr riesgos si queremos hacer de nosotros mejores personas. No pido que me entiendas a mí, pero sí que entiendas a Pan; ella es como yo, no como Gohan. Ella necesita esto para encontrarse a sí mismo, algo que no hará aquí, entrenando en la montaña, por mucho que nos empeñemos.

Chichi se quedó en silencio, digiriendo aquello. Goku era consciente de que había ganado la batalla. Con su silencio, Chichi estaba dando el visto bueno, aunque le doliese demasiado para expresarlo en voz alta.

Nadie habló mucho durante el resto del día. Goku se marchó a la Capsule Corporation para explicarle la situación a Bulma, quien se comprometió a estudiar la bola de dragón original e intentar fabricar un nuevo radar para encontrar las otra seis. También le esneñó un nuevo prototipo de nave espacial que su padre y ella habían preparado a partir del modelo con el que él viajó a Namek, una nave capaz de volar dos veces más rápido y con una autonomía mucho mayor. Para sorpresa de todos, Trunks decidió apuntarse al viaje, alegando que Ub necesitaría un piloto que supiese manejar la nave en condiciones.

No regresó hasta bien entrada la noche, cuando todo el mundo parecía dormir. Dio un respingo al entrar en el salón y encontrar a su hijo mayor recostado en una butaca, haciendo como que leía un libro.

—Has tardado —dijo Gohan, cerrando el libro de golpe y dedicándole una mirada severa.

—Estaba ultimando con Bulma los preparativos del viaje —replicó su padre—. Resulta que Trunks también quiere ir, ¿te lo puedes creer?

—¿Te importaría acompañarme fuera? —Gohan se puso en pie y se dirigió hacia la salida, con Goku siguiéndolo.

Ambos cruzaron el jardín, internándose en la montaña amparados por la luz de la luna llena. Goku era capaz de percibir la hostilidad contenida de Gohan, así como sus dudas y sus miedos, pero decidió esperar a que le dijese lo que tenía que decirle.

—¿Recuerdas la última vez que entrenamos juntos? —le preguntó su hijo de pronto—. Dijiste que tu sueño era convertirte en el número uno del universo, y que yo te superase.

Claro que lo recordaba. El año que había pasado con Gohan en la Sala del Espíritu y el Tiempo había sido uno de los mejores de su vida; allí había empezado a conocer al gran hombre en el que se convertiría su hijo.

—Querías ser científico —recordó Goku—. Ya por aquel entonces tenías clara cuál iba a ser tu meta.

—Nunca te lo había contado, pero lo sabías —replicó Gohan—. La verdad, supuse que te decepcionaría; siempre quisiste que fuese como tú y recogiese el testigo de salvador de la Tierra.

Goku dejó escapar una risita.

—No podemos elegir por nuestros hijos —dijo—, pero tú hiciste más por mí de lo que cualquier padre podría esperar. Fuiste capaz de cumplir mis expectativas ni comprometer las tuyas.

Gohan asintió.

—Pan no se parece a Videl, ni tampoco a mí —reconoció a regañadientes—. Ella ha heredado la voluntad de su abuelo y, por mucho que me duela, no puedo cambiar eso.

—Entonces, ¿dejarás que vaya con Ub y Trunks?

—Videl no quiere —comenzó su hijo—. En cuanto a mí... no lo sé. Siempre he creído que era mejor padre de lo que tú habías sido jamás. No me malinterpretes, entiendo por qué hiciste todo lo que hiciste y no tengo nada que reprocharte. Pero el día en que nació, me prometí a mí mismo alejar a Pan de cualquier peligro y darle la infancia que yo no pude tener, al menos hasta que fuese lo bastante mayor para decidir. —Goku no sabía si su hijo lo estaba increpando o dándole la razón, pero de nuevo, le permitió hablar—. Sabía que este día llegaría tarde o temprano. Desde que mostró su talento y disposición para la lucha, sabía que llegaría el día en que tendría que elegir entre mis aspiraciones y las suyas... Me temo que al final, no soy mejor padre que tú.

—No es cierto —repuso Goku—. Te preocupas por tu hija de un modo del que yo nunca fui capaz. Entiendo que tengas miedo por ella. Todo padre debería temer por la seguridad de sus hijos. Pero, mírala. Es mucho más fuerte que cualquier extraterrestre. Es una supersaiyana. Además, estará con Ub y con Trunks.

Gohan fue a añadir algo, aunque al final asintió, dando la conversación por concluida.