Battle of Gods reinvención - Fanfic
Publicado: Mar Sep 07, 2021 3:35 pm
CAPITULO 1
«Es vuestra hora —pensó Gin con resignación, alargando su mano en dirección a la esfera cerúlea que flotaba en el espacio, ajena a su inminente destrucción—. Adiós...»
El dios concentró una fracción de su poder en la palma y cerró el puño con gesto indolente.
—Hakai —murmuró de mala gana.
De pronto, la superficie del planeta comenzó a resquebrajarse y el núcleo explotó, iluminando momentáneamente la negrura del cosmos al tiempo que la energía de billones de seres vivos se apagaba de manera súbita. Gin observó la destrucción de Tada sin poder reprimir un gesto de asco. El paso de los milenios le había servido para naturalizar su labor como dios de la destrucción, aunque no por ello le resultaba una tarea grata. En ese sentido, la elección siempre le resultaba lo más difícil. Nunca había puesto en pie en Tada, ni siquiera se hacía una idea del aspecto y las vidas que llevarían las especies tadasianas. Un mundo entre millones, insignificante comparado con la inmensidad del universo, pero cuyos habitantes eran tan merecedores de existir como cualquiera. ¿Por qué había elegido aquel planeta y no otro? ¿Quién era él para tomar aquella decisión?
«Podría haber sido un asteroide, una especie invasora o el propio paso del tiempo -se dijo mientras el polvo y los fragmentos de roca comenzaban a disiparse por el espacio-. ¿Qué más da cuándo y cómo? Todos estaban sentenciados a morir tarde o temprano...»
Pasó el resto del día deambulando por el espacio, preguntándose cuál sería su próximo objetivo. Según los cálculos de Whis, con el ritmo al que actualmente aparecía la vida en los planetas, con la destrucción de Tada el balance tardaría al menos seis meses en volver a descompensarse. Aquello suponía una desaceleración en la creación que se había hecho evidente a lo largo de los últimos milenios.
—Por mucho que solo haya un Kaio Shin, se lo toma con calma. —Había comentado en alguna ocasión, aunque una parte de él no podía estar más agradecida con la aparente ineficacia de su némesis.
—Estará de vacaciones —solía responder Whis, con su irreverencia habitual—. ¿Quiere que vayamos a preguntarle? Hace tiempo que no visita el Mundo de los Kaio Shin y, si quiere mi opinión, creo que trabajarían mejor juntos.
—Déjalo.
El que una vez hubiese sido el Kaio Shin del Este había sido su hermano de creación. Ambos habían nacido de semillas de la misma manzana dorada en el Árbol del Centro del Universo, pero aparte de su origen, no tenían nada más en común. Aquel tipo distaba mucho de caerle bien. Le sacaba de quicio su personalidad asustadiza y pusilánime, así como su exceso de santurronería. Hacía muchísimo que no se veían, en concreto desde el incidente en el que ambos panteones divinos se habían visto reducidos a ellos dos. Desde entonces no había vuelto a nacer un solo shiniano de una manzana dorada, por lo que entre ambos habían tenido que mantener estable el balance de creación y destrucción del universo, logrando coordinarse sin ningún contacto de manera aceptable gracias, en parte, a los cálculos que Whis se encargaba de realizar. En lo que a él respectaba, le traían sin cuidado los motivos por los que el Kaio Shin había decidido descuidar tanto su labor, sobre todo cuando eso también implicaba menos trabajo para él.
Llegó a casa a la hora de la cena, con el estómago vacío y la cabeza embotada de buscar planetas con biomasas aceptables para futuras correcciones. El pequeño planetoide muerto en el que sus ancestros habían erigido su sede de poder no podía ser más tétrico, pero Gin había llegado a tomarle cariño. Allí no se sentía como el terrorífico Hakai Shin, sino el simple shiniano que una vez fue. Whis ya le esperaba en la entrada, levitando a pocos centímetros del suelo y con la sonrisa burlona de la que solía hacer alarde.
—Buenas noches, señor Gin —comentó el ángel cuando él aterrizó a su lado, inclinando la cabeza en un amago de reverencia. Era un individuo alto y bien parecido, como la mayoría los miembros de su especie. Tenía unos ojos cálidos, enmarcados en un rostro delicado, de labios gruesos y cejas finas, y coronado por una cabellera nívea y sedosa. La piel azul parecía brillar a la luz de las nebulosas cercanas—. He notado la destrucción de Tada desde aquí. Ha sido una maniobra impecable. Creo que sus habitantes no han tenido tiempo de sufrir.
—Gracias —comentó de mala gana, deteniéndose ante él. Whis había sido, al mismo tiempo, mentor y sirviente. Aquel que había supervisado su aprendizaje y la única persona con la que había relacionado desde que los otros Hakai Shin desaparecieran. Gin había desarrollado algo parecido al aprecio por él, pero era consciente de que aquel vínculo era algo premeditado y artificial. Whis adoptaba aquella actitud lisonjera porque formaba parte de su trabajo, no por verdadero afecto. Era consciente de que, si en algún momento hacía uso de su poder de manera egoísta o despótica, o si se alejaba lo más mínimo de sus atribuciones como dios de la destrucción, el ángel no tendría ningún reparo en destruirle.
«Y podría hacerlo en un instante», pensó Gin, tragando saliva. Sus rasgos suaves y su constitución esbelta podían dar a lugar a engaño, pero sabía que estaba ante una de las existencias más poderosas de todo el universo.
—Tengo hambre —dijo, echando a andar en dirección al interior del palacio—. ¿Qué has traído de cena?
El ángel soltó una risita.
—¡Esta vez me he superado! —comentó en un gesto de entusiasmo muy teatral—. Venga conmigo, que le va a gustar.
Los dos recorrieron las entrañas del palacio en dirección al comedor, una estancia cavernosa y lúgubre, cuyo mobiliario consistía en una mesa larga que en otro tiempo había servido como sala de reuniones para los cinco Hakai Shin y multitud de asistentes shinianos, y que ahora solo utilizaban ellos dos.
Gin se sentó en primer lugar, mientras Whis hacía aparecer vajilla, cubertería y cristalería con una floritura de su báculo. De pronto, la mesa se llenó de toda clase de alimentos que humeaban, llenando la sala de infinidad de olores que hicieron que el dios comenzase a salivar.
—No está mal —decidió, echando un vistazo a lo que parecían unas bolas de masa cocida—. ¿Qué es esto?
—Frutos de pekham asados —dijo el ángel, sentándose también—. El rey de Tambara los envía como presente. Creo que trata de ganarse su favor para que no destruya su mundo.
Gin puso los ojos en blanco.
—Si tiene que pasar, pasará —comentó. Había aprendido a hacer oídos sordos a las súplicas de los mortales por su supervivencia, pues de lo contrario no podría realizar ninguna corrección.
Mientras cenaban, Whis le iba presentando los platos, hablándole de su origen y del pueblo que los había preparado. Los temas de conversación entre ambos se habían acabado hacía ya mucho tiempo, por lo que Gin encontraba entretenidas aquellas lecciones sobre la cultura de los mortales a través de la gastronomía.
—El huevo del dragón Mosrala eclosiona una vez cada... —decía en ese momento Whis. De pronto se calló de manera súbita, abriendo los ojos en un ligero gesto de desconcierto.
El Hakai Shin alzó una ceja.
—¿Ocurre algo? —Era muy raro ver aquella expresión en Whis, cuyo conocimiento era rayano en la omnisciencia. Entonces notó cómo una fuente desconocida de prana aparecía en algún lugar de las criptas—. Whis…
El ángel esbozó una sonrisa.
—Parece que tenemos compañía —murmuró de manera enigmática, poniéndose en pie—. Alguien ha roto la Z-Sword.
Gin no entendía nada.
—¿Que han roto qué?
En lugar de responder, Whis hizo un ademán con la cabeza para indicarle que lo siguiera y comenzó a caminar hacia la puerta del comedor. Gin corrió en pos de su mentor, sin comprender.
—Whis, ¿quién es? Su prana procede de las criptas, pero no se trata de Saketta ni de Kavod. ¿Hay otro Hakai Shin ahí abajo?
—El señor Beerus —se dignó a contestar el ángel, sin mirarle a la cara. Caminaba absorto, con la vista fija en la esfera de su orbe.
—¿Quién?
—El Gran Hakai Shin de hace quince generaciones —le explicó Whis—. Llevaba millones de años en estado vegetativo, desde que su contraparte Kaio Shin fuera sellada en el interior de una espada.
—¿Siempre ha estado ahí? ¿Por qué no me lo habías dicho?
—Porque no era algo relevante para su trabajo. —Whis se encogió de hombros—. La Z-Sword estaba en el Mundo de los Kaio Shin, y no debería haber ningún mortal tan poderoso como para poder arrancarla de su pedestal, ni mucho menos para destruirla. —El ángel soltó una risita—. Parece que han sido un par de saiyanos… Están pasando muchas cosas…
Pero Gin no tenía ningún interés en los asuntos de los mortales. Absorbió la información en silencio, tratando de imaginarse las implicaciones de que otro Hakai Shin, uno de rango superior, hubiera aparecido en el mundo. Agudizó su percepción para evaluar la prana de aquel individuo.
«No es fuerte —pensó. Aquella fuente de energía era indudablemente divina, pero rielaba inestable, como una llama diminuta que pudiera apagarse de un momento a otro—. No parece un Gran Hakai Shin...»
La pareja bajó por la escalera de caracol que conectaba la base del palacio con las criptas. Pasaron junto a los cuerpos inermes de Saketta y Kavod envueltos en sudarios. Habían sido el Hakai Shin del Sur y el Gran Hakai Shin de la generación de Gin, pero llevaban muchísimo tiempo dormidos, desde que aquella criatura demoníaca hubiese atacado a los Kaio Shin de forma sorpresiva en su propio mundo, matando al del Norte y el Oeste y absorbiendo a los del Sur y al Gran Kaio Shin. Por aquel entonces, Gin era muy joven, pero recordaba cómo sus compañeros habían caído muertos o inconscientes en aquel mismo palacio, sin siquiera saber qué había pasado. La vida de los dioses de la creación y la destrucción estaban ligadas, por lo que los destructores habían sido diezmados antes de tener opción de luchar. Para cuando Whis había logrado adivinar la razón de aquel fenómeno, Gin era el único superviviente y la criatura había quedado atrapada.
Whis se detuvo ante una de las paredes de la cripta y chasqueó los dedos. El muro tembló durante un instante y comenzó a deslizarse hacia un lado, quedando enterrado en una oquedad en la pared. Una vaharada de olor a moho y humedad invadió las fosas nasales de Gin al pasar a aquella cámara adyacente, que debía llevar cerrada desde tiempos inmemoriales.
—¿Señor Beerus? —preguntó Whis, alzando la voz.
La sala estaba en completa oscuridad, de modo que Gin no podía ver quién había en su interior, si bien notaba su prana perfectamente. Un murmullo apenas audible les llegó del fondo de la cámara, tras el cual Whis hizo una floritura con el báculo y de pronto, multitud de antorchas fijas a ambas paredes de manera súbita.
Entonces lo vio, tendido sobre un pedestal de roca y envuelto con un sudario blanco. El Hakai Shin se encogió al contacto con la luz, incorporándose con parsimonia. Era una figura escuálida y encorvada. A diferencia de Gin, cuyo pelaje mostraba un saludable tono dorado, aquel dios tenía el pelo de un malsano tono purpúreo e increíblemente corto. Tenía la cabeza abombada, coronada por un par de orejas enormes, y un rostro luengo que terminaba en un hocico alargado y de aspecto cruel.
—Whis… —articuló con la voz ronca y pastosa, llevándose una zarpa a la cabeza y rascándose la cara con un gesto remilgado. Al reparar en el sudario, dio un respingo—. ¿Qué hago aquí? ¿Por qué llevo esto puesto?
—Ha estado durmiendo mucho tiempo —respondió el ángel, acercándose a él con aire ufano—. ¿Cómo se encuentra?
El dios se sentó con las piernas cruzadas, cubierto de cintura para abajo con la tela blanca. Se observó las palmas de las manos y flexionó los dedos con gesto ceñudo.
—No tengo fuerza…
Whis sonrió.
—Lleva millones de años inactivo. Hace tiempo que tendría que haber muerto, pero parece que el paso del tiempo no le afectado —le explicó—. Eso sí, va a tardar bastante tiempo en recuperar su antiguo poder.
Beerus abrió los ojos de par en par.
—Pero ¿Qué me ha pasado?
El ángel le explicó que, quince generaciones atrás, un tipo había encerrado al Gran Kaio Shin en el interior de una espada, lo que, de algún modo, también había afectado al propio Beerus. Al parecer, dos mortales habían logrado romper dicha espada hacía apenas unos minutos, razón por la cual el Kaio Shin se había liberado de la maldición y él había recuperado la consciencia.
—Ese inútil… Dejarse encerrar así… Entonces, ¿todos los demás están muertos?
Whis asintió. En ese momento, el dios alzó la mirada y reparó en Gin por primera vez, taladrándolo con aquellos ojos saltones, amarillos y ávidos. La criatura tenía un aspecto lamentable y con su poder actual distaba mucho de ser una amenaza para el propio Gin, pero su mirada denotaba una autoridad que obligó al Hakai Shin a apartar la vista.
—Tú —le llamó—. Eres uno de los Hakai Shin actuales, ¿me equivoco?
Gin fue a responder, pero Whis se le adelantó.
—El único, además de usted.
Beerus enarboló una ceja.
—¿Cómo que el único? ¿Dónde están los otros cuatro?
Whis frunció los labios en una mueca condescendiente.
—Verá, han pasado algunas cosas… ¿Por qué no come algo antes? Debe estar muerto de hambre y justo ahora estábamos cenan…
—Primero las explicaciones —dijo, tratando de ponerse en pie con visible esfuerzo—. Ya habrá tiempo para comer después.
El ángel suspiró.
—Hace algún tiempo, los Kaio Shin de esta última generación fueron atacados por una criatura artificial que mató a dos de ellos y absorbió a otros dos. Sólo sobrevivió el actual Kaio Shin del Este, vinculado a Gin, aquí presente.
Gin inclinó la cabeza a modo de saludo, en un gesto más informal que respetuoso. Se suponía que aquel Hakai Shin tenía mayor rango que él y le debía obediencia, pero el tipo tenía algo que no terminaba de gustarle, pese a las evidentes ventajas que tendría el compartir la labor de dios de la destrucción con alguien más.
—Qué vergüenza —siseó Beerus, chasqueando la lengua—. Espero que matases a esa criatura.
—En realidad, no —reconoció Gin, incómodo—. Su creador solía encerrarlo de vez en cuando, así que el Kaio Shin del Este aprovechó una de estas ocasiones y lo mató. El monstruo ha estado atrapado desde entonces.
—¿Y por qué no lo has matado en todo este tiempo?
Gin notó cómo las mejillas se le encendían.
—Me temo que Gin no tenía el poder suficiente para eliminar a esa criatura, señor —intervino Whis—. Liberarlo de su encierro habría puesto a todo el universo en peligro de nuevo.
—¿Una simple creación mortal ha logrado superar el poder de un Hakai Shin? —preguntó con un deliberado tono de desdén—. Debes ser muy débil, chico.
«¿Tú te has visto?», pensó Gin, si bien tuvo la elegancia de mantener la boca cerrada.
—Gin aún es joven, pero es un Hakai Shin muy prometedor, ¿verdad? —comentó Whis en tono conciliador, seguramente consciente de la tensión creciente entre los dos dioses.
—De todas formas, el monstruo está encerrado con hechizos poderosos y no hay ningún mortal con una energía tan potente como para sacarlo de su prisión —replicó Gin, desviando la atención de sí mismo—. Estará encerrado toda la eternidad, un destino peor que la muerte.
—En realidad, el monstruo se liberó ayer —dijo Whis, como quien no quiere la cosa.
—¿Qué? —Gin abrió los ojos de par en par—. ¿Cómo que se ha liberado?
—Aún no tengo todos los detalles, pero está en un planeta llamado Tierra causando verdaderos estragos. Creo que el asunto guarda alguna relación con los dos saiyanos que le han despertado, señor Beerus, y que el Kaio Shin también está implicado.
—Saiyanos… saiyanos… —Beerus repitió la palabra, articulando cada sílaba como si tuvieran algún tipo de trascendencia especial—. No me suenan de nada. ¿Qué son los saiyanos?
—Es una especie de mortales inteligentes que aún no había evolucionado cuando usted cayó —le explicó el ángel—. Se extinguieron hace algunas décadas, pero parece que hay una pequeña población superviviente en ese planeta Tierra. —Whis observaba el orbe de su báculo con atención—. Son muy poderosos para ser mortales, más incluso que el actual Kaio Shin, especialmente uno de ellos. Lo más extraño es que ese saiyano en concreto parece estar muerto.
—¿Cómo que está muerto?
—Como lo oye. Parece que, de algún modo, ha conservado su cuerpo y que está interactuando con los vivos —murmuró Whis—. Esto parece obra de Enma.
—Mortales más poderosos que un Kaio Shin, muertos que salen del Más Allá y esa criatura que logró aniquilar a todo el panteón divino casi por completo… Whis, todo esto es muy irregular… Déjame ver a esos tipos.
Whis hizo girar el báculo con un giro preciso de muñeca y el orbe de un extremo comenzó a iluminarse con un resplandor turquesa, proyectando una imagen sobre una de las paredes lisas de la cámara. La imagen mostraba el Mundo de los Kaio Shin, donde un Kaio Shin muy anciano estaba haciendo algo muy extraño, bailando en círculos alrededor de un mortal vestido con prendas shinianas, que permanecía inmóvil con gesto de desconcierto. El Kaio Shin del Este también estaba presente, así como su asistente y otro mortal muy parecido al primero, con una aureola que evidenciaba su condición de muerto sobre la cabeza.
—¿Qué están haciendo? —preguntó Gin.
—Un ritual de transformación energética —murmuró Beerus, llevándose la garra al mentón—. Está divinizando a ese chico.
—¿Eso puede hacerse? —replicó Gin.
—Whis… ¿qué le has enseñado a este niñato?
El ángel sonrió.
—Lo estrictamente necesario para su labor, Señor Beerus.
Beerus suspiró.
—Creo que voy a tener mucho trabajo que hacer contigo —dijo en tono resignado—. La condición divina no es algo inherente a individuos concretos. Por mucho que nos consideremos dioses, los shinianos somos tan mortales como cualquiera. Lo único que nos diferencia es el uso natural de la prana. Pero cualquier especie, mediante entrenamiento o aprendizaje, es capaz de transformar su energía vital en prana y alcanzar así la divinidad. Ese imbécil tenía la capacidad de transformar la energía de los mortales en prana y lograr así que alcanzasen su máximo potencial. Pero no entiendo por qué lo está haciendo con ese chico, ¿acaso quiere nombrarlo Kami de su mundo?
—Parece que lo está preparando para luchar con la criatura —puntualizó Whis—. Ese saiyano tiene un poder latente muy superior a lo que cabría esperar de cualquier mortal. Si el Gran Kaio Shin se lo extrae, se convertirá en el mortal más poderoso de todo el universo.
—hmmm… A simple vista, no parece gran cosa.
—Según mis cálculos, podría alcanzar un poder equivalente a la mitad de su fuerza total, señor Beerus —le indicó el ángel.
El Hakai Shin lo miró estupefacto.
—¿Tanto?
—Podría acabar con el monstruo en un instante.
Gin no daba crédito a sus oídos. ¿Un mortal acabando con el monstruo que había matado a cuatro Kaio Shin? ¿Y aquello solo era la mitad del poder de Beerus?
Los tres pasaron las horas siguientes observando cómo se desarrollaban los acontecimientos. Observaron a la criatura trabando amistad con dos mortales nativos de la Tierra y cómo acababa regurgitando de su interior a un monstruo aún más poderoso, que se comía al primero. Siguiendo las andanzas de la criatura, fueron testigos de cómo dos niños se convertían en uno solo y alcanzaban un poder inmenso, luchando contra el demonio con la ayuda de un namekiano y ganando ventaja sobre él.
—A este paso, el chico-prana no tendrá que luchar —observó Beerus, viendo cómo el niño de larga melena dorada se imponía al monstruo—. Esos dos chavales también son saiyanos, ¿no? Uno de ellos se parecía mucho al saiyano muerto.
—Debe ser su hijo, aunque no entiendo cómo se han transformado en un solo individuo ni por qué este ha cambiado de aspecto —murmuró Gin.
—Es una técnica del planeta Metamor —les explicó Whis—. En cuanto a su aspecto, parece una característica propia de su especie, aunque no la conocía. A mí me consta que se podían transformar en monstruos gigantes para multiplicar su poder, pero nada como esto. Por lo que les he podido escuchar, creo que lo han llamado “supersaiyano”.
Beerus esbozó una sonrisa lupina.
—Están llenos de recursos —dijo—. Son una especie interesante para tratarse de simples mortales. Tal vez deberíamos ir a hacerles una visita cuando todo esto acabe.
—¡Mirad! ¡Parece que van a acabar con el monst…! —exclamó Gin, pero antes de que el muchacho completase su ataque, su aspecto volvió a la normalidad y su energía se redujo drásticamente—. ¿Qué ha pasado?
—El tiempo de la fusión se ha acabado —sentenció Whis—. Al final, el chico-prana va a tener que intervenir, aunque no sé si llegará a tiempo.
—Mucho mejor. —Beerus parecía encantado con la situación—. Habría lamentado no tener oportunidad de verlo en acción…
Vieron a los niños volviendo a separarse y cómo el mortal divinizado regresaba a su planeta gracias al asistente de Kaio Shin y cómo despachaba a la criatura sin esfuerzo. El monstruo lograba escapar y regresaba al cabo de un rato para reanudar el duelo, provocando que los dos niños volvieran a fusionarse. Pero, contra todo pronóstico, la criatura los acabó absorbiendo, convirtiéndose en un ser terrible.
—Es horroroso —dijo Gin, observando cómo el chico-prana era totalmente incapaz de resistir los embates de monstruo—. ¿No deberíamos ir a ayudarle?
—No digas bobadas, ¿qué esperas hacer tú? —preguntó Beerus—. Ese bicho sería un rival digno de mí, así que a ti te mataría al primer golpe. —Por primera vez, el Hakai Shin parecía tenso—. Esto tiene mala pinta. Tal como estoy ahora, no puedo hacer nada. Me temo que esa criatura podría destruir el universo entero antes de que yo pudiera plantarle cara… Whis, ¿no puedes intervenir? Sé que no se te permite tomar partido, pero tampoco podemos permitir que lo destruya todo.
Whis asintió con un gesto de suficiencia.
—No puedo luchar directamente, pero sí entretenerlo el tiempo necesario para que la fusión de los niños desaparezca en su interior —dijo—. Después el chico-prana podrá…
—¡Ugh!
En ese momento, Beerus se llevó la mano al pecho y comenzó a jadear.
—¿Qué pasa?
Gin fue testigo de cómo su antepasado caía desplomado al suelo.
—¿Beerus?
—Está muerto —anunció Whis, tratando de reprimir una carcajada—. No puede ser...
La imagen cambió de nuevo, mostrando el mundo de los Kaio Shin. El Kaio Shin anciano yacía muerto en el suelo, mientras que el saiyano muerto estaba junto a él, vivo. Whis, sin poder aguantar más, estalló a reír.
—¡Le ha cedido a su vida a ese mortal! —farfulló entre risotadas—. ¿Cómo se le ocurre?
—¡Le voy a destrozar! —chilló Beerus, incorporándose de nuevo y sobresaltando a Gin. Una aureola circular había aparecido sobre su cabeza—. ¿¡Quién se cree que es para disponer así de mi vida!?
—Debe tener algo en mente —dijo Whis—. Miren, le está dando sus pothala.
—¿Sus qué?
Whis y Beerus intercambiaron una mirada.
—Ni lo digas —dijo Beerus—. No necesitaba saberlo, ¿verdad?
El ángel se rascó la nuca, dedicándole una sonrisa inocente. La respuesta a la pregunta de Gin no tardó en aparecer. El Kaio Shin del Este y su sirviente se quitaron cada uno uno de los pendientes que llevaban y sus cuerpos se unieron en un único ente más poderoso, de manera muy similar a como los dos niños saiyanos habían creado un único cuerpo.
—Quiere que el saiyano se una al chico-prana —dedujo Whis—. Es arriesgado, pero podría resultar. ¿Sigue queriendo que intervenga, señor?
Beerus se encogió de hombros.
—Yo ya estoy muerto, así que ya no me concierne —comentó indolente—. Preferiría ver en qué resulta la unión de esos dos, pero que decida el actual Hakai Shin.
Los dos miraron a Gin, aguardando una respuesta. Antes de que tuviera tiempo de decidir, el mortal se teletransportó a la Tierra para plantarle cara al monstruo, transformándose de la misma forma en la que lo había hecho la fusión de los dos chavales un rato antes. En ese momento, la fusión de los niños se deshizo en el interior del monstruo y éste perdió poder, aunque no tardó en absorber al chico-prana para aumentar aún más su fuerza, para consternación de Gin.
—No para de absorber mortales y cambiar —bufó Beerus, molesto—. Es muy pesado.
—Y esta vez no tiene límite de tiempo —comentó Whis—. Me temo que yo ya no puedo hacer nada.
—Entonces el universo está perdido —replicó Beerus con indiferencia—. Whis, apaga eso. Voy a comer algo antes de comparecer ante el...
Beerus guardó silencio al observar cómo el saiyano superviviente se encontraba con otro muerto que acababa de hacer aparición en escena.
—¿Quién es ese ahora?
—Otro saiyano —dijo Whis—. Puede que esta vez, sí se unan.
Y, en efecto, los dos saiyanos se colocaron los pothala en orejas opuestas, dando origen a la criatura más poderosa que Gin hubiera visto jamás. Su energía, pese a no tener naturaleza divina, era tan potente que, a su lado, la del monstruo parecía algo ridículo. Se giró para observar la expresión de Beerus, deleitándose con el gesto del otro Hakai Shin. El dios estaba lívido, sin acertar a decir nada, e incluso Whis parecía sorprendido.
En menos de una hora, los tres fueron testigos de cómo aquel portento desaparecía en el interior del monstruo y cómo los dos saiyanos resurgían al cabo de unos minutos, llevando al chico-prana, al namekiano y a los dos chavales con ellos. El monstruo volvía a cambiar de aspecto y la unión del Kaio Shin y su sirviente se los llevaba al mundo de los Kaio Shin, antes de que la criatura destruyese la Tierra. Al final, el saiyano por el que el Kaio Shin había dado su vida luchaba con la criatura en aparente paridad, aunque poco a poco iba perdiendo poder. Al final, del monstruo emergió la criatura obesa del principio y el saiyano muerto y ella intentaban hacer frente a la amenaza, sin éxito.
De pronto, la aureola sobre la cabeza de Beerus desapareció.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó este—. ¿Vuelvo a estar vivo? —añadió, dirigiendo la mirada a Whis en busca de una respuesta.
El ángel asintió.
—Los Kaio Shin están jugando con una magia poderosa, señor —dijo—. El Kaio Shin ha resucitado, la Tierra también ha vuelto a recomponerse y sus habitantes vuelven a vivir.
—Es una transgresión tras otra —comentó Beerus—. Aunque en este caso, no me voy a quejar…
En ese momento, los tres escucharon una voz resonando en sus cabezas.
—¿¡Podéis oírme, habitantes del universo…!? —escucharon—. Os hablo desde otro mundo. Ya sabéis que casi todos vosotros habíais muerto a causa del monstruo Bu, pero gracias a un misterioso poder os he hecho resucitar…
—Es el segundo saiyano —murmuró Whis—. Él también ha resucitado y se está dirigiendo a todos los seres vivos del Universo.
—¿Puede hacer eso?
—El Kaio del Norte está actuando como intermediario —les explicó el ángel.
—¡¡Creo que ahora vuestras casas y ciudades están como antes!! ¡Esto no es un sueño!! —prosiguió el saiyano—. ¡¡En estos momentos hay un guerrero luchando con Bu por vosotros, pero la situación es muy difícil!! ¡La fuerza del monstruo es muy superior a la que tenía Cell y por eso quiero que le prestéis vuestra fuerza!! ¡¡Levantad vuestras manos hacia el cielo!! ¡¡Reuniremos vuestra energía para derrotar a Bu!!
—¿Qué están haciendo? —preguntó Gin. Observó como el primer saiyano se quedaba suspendido en el aire con los brazos en alto.
—Parece que está concentrando energía de todos los seres vivos del universo —observó Whis—. Miren, empieza a crecer.
—¿Va a lanzarle eso? —pregunto Beerus—. Dudo que sea suficiente.
—¿Quieren echar una mano? —preguntó el ángel—. Parece que están necesitados de toda la ayuda que se les pueda brindar.
Beerus se encogió de hombros.
—Ahora que vuelvo a vivir, en caso de que pierdan me tocará arreglar el estropicio cuando recupere mi poder, si es que para entonces ha dejado algo en pie —comentó, levantando la mano por encima de la cabeza—. Ahí te va, saiyano, aprovéchala.
Gin también levantó la mano, decidido a ayudar a aquellos mortales a acabar con aquella criatura que había matado a sus congéneres. De pronto, notó cómo le abandonaban las fuerzas y le invadía una sensación de cansancio como nunca antes había experimentado. Beerus también flaqueó y tuvo que plantar las zarpas en el suelo para no desplomarse.
—Ese desgraciado… se ha quedado casi toda… ¿Qué técnica es esa? —preguntó el jadeante Hakai Shin.
—Sigue sin ser suficiente —murmuró Whis.
—¡¡Terrícolas, por favor!! ¡¡Por favor, dadme energía!! ¡¡Necesito vuestra ayuda!! ¡¡Levantad las manos al cielo!!
—Es el primer saiyano —murmuró Beerus, limpiandose el sudor de la amplia frente—. Parece que no les hacen caso…
—¡¡Daos prisa!! ¿¡Es que no os importa lo que le pueda pasar a la Tierra y al Universo, estúpidos!? —prosiguió el saiyano.
—¡¡¡Basta de tonterías!!! —escucharon que gritaba entonces un tercer individuo, otro mortal que había acudido con ellos al mundo de los Kaio Shin y que no había tomado parte en la batalla. Gin apenas se había fijado en él, aunque acabó reconociéndolo como uno de los que habían estado con el monstruo del principio—. ¡¡Colaborad con nosotros enseguida!! ¿¡O es que no vais a hacerle este favor a Míster Satán!?
En ese momento, los tres notaron cómo la acumulación de energía que el primer saiyano sostenía sobre su cabeza crecía de manera exponencial.
—Mister Satán —murmuró Gin, manteniéndose en pie a duras penas—. Parece que a él sí le obedecen, aunque no detecto ninguna energía especial en él. ¿También es un saiyano?
Whis negó con la cabeza.
—Es un terrícola, aunque no tiene nada fuera de lo común —observó el ángel—. Debe ser muy popular en su planeta.
Finalmente, el primer saiyano logró concentrar una cantidad enorme de energía y lanzársela a la criatura, acabando con ella definitivamente. Gin se desplomó de rodillas en el suelo, exhausto después de haber cedido toda su energía para el ataque. Se percató de que Beerus se había tumbado y volvía a dormir hecho un ovillo y con una sonrisa malévola en los labios, aunque en ese momento no le dio importancia. Sentía algo parecido al alivio ahora que sus cuatro congéneres habían sido vengados, y aunque le hubiera gustado ser él mismo quien realizase el acto, al menos aquella criatura había desaparecido para siempre de la faz del universo.
«Es vuestra hora —pensó Gin con resignación, alargando su mano en dirección a la esfera cerúlea que flotaba en el espacio, ajena a su inminente destrucción—. Adiós...»
El dios concentró una fracción de su poder en la palma y cerró el puño con gesto indolente.
—Hakai —murmuró de mala gana.
De pronto, la superficie del planeta comenzó a resquebrajarse y el núcleo explotó, iluminando momentáneamente la negrura del cosmos al tiempo que la energía de billones de seres vivos se apagaba de manera súbita. Gin observó la destrucción de Tada sin poder reprimir un gesto de asco. El paso de los milenios le había servido para naturalizar su labor como dios de la destrucción, aunque no por ello le resultaba una tarea grata. En ese sentido, la elección siempre le resultaba lo más difícil. Nunca había puesto en pie en Tada, ni siquiera se hacía una idea del aspecto y las vidas que llevarían las especies tadasianas. Un mundo entre millones, insignificante comparado con la inmensidad del universo, pero cuyos habitantes eran tan merecedores de existir como cualquiera. ¿Por qué había elegido aquel planeta y no otro? ¿Quién era él para tomar aquella decisión?
«Podría haber sido un asteroide, una especie invasora o el propio paso del tiempo -se dijo mientras el polvo y los fragmentos de roca comenzaban a disiparse por el espacio-. ¿Qué más da cuándo y cómo? Todos estaban sentenciados a morir tarde o temprano...»
Pasó el resto del día deambulando por el espacio, preguntándose cuál sería su próximo objetivo. Según los cálculos de Whis, con el ritmo al que actualmente aparecía la vida en los planetas, con la destrucción de Tada el balance tardaría al menos seis meses en volver a descompensarse. Aquello suponía una desaceleración en la creación que se había hecho evidente a lo largo de los últimos milenios.
—Por mucho que solo haya un Kaio Shin, se lo toma con calma. —Había comentado en alguna ocasión, aunque una parte de él no podía estar más agradecida con la aparente ineficacia de su némesis.
—Estará de vacaciones —solía responder Whis, con su irreverencia habitual—. ¿Quiere que vayamos a preguntarle? Hace tiempo que no visita el Mundo de los Kaio Shin y, si quiere mi opinión, creo que trabajarían mejor juntos.
—Déjalo.
El que una vez hubiese sido el Kaio Shin del Este había sido su hermano de creación. Ambos habían nacido de semillas de la misma manzana dorada en el Árbol del Centro del Universo, pero aparte de su origen, no tenían nada más en común. Aquel tipo distaba mucho de caerle bien. Le sacaba de quicio su personalidad asustadiza y pusilánime, así como su exceso de santurronería. Hacía muchísimo que no se veían, en concreto desde el incidente en el que ambos panteones divinos se habían visto reducidos a ellos dos. Desde entonces no había vuelto a nacer un solo shiniano de una manzana dorada, por lo que entre ambos habían tenido que mantener estable el balance de creación y destrucción del universo, logrando coordinarse sin ningún contacto de manera aceptable gracias, en parte, a los cálculos que Whis se encargaba de realizar. En lo que a él respectaba, le traían sin cuidado los motivos por los que el Kaio Shin había decidido descuidar tanto su labor, sobre todo cuando eso también implicaba menos trabajo para él.
Llegó a casa a la hora de la cena, con el estómago vacío y la cabeza embotada de buscar planetas con biomasas aceptables para futuras correcciones. El pequeño planetoide muerto en el que sus ancestros habían erigido su sede de poder no podía ser más tétrico, pero Gin había llegado a tomarle cariño. Allí no se sentía como el terrorífico Hakai Shin, sino el simple shiniano que una vez fue. Whis ya le esperaba en la entrada, levitando a pocos centímetros del suelo y con la sonrisa burlona de la que solía hacer alarde.
—Buenas noches, señor Gin —comentó el ángel cuando él aterrizó a su lado, inclinando la cabeza en un amago de reverencia. Era un individuo alto y bien parecido, como la mayoría los miembros de su especie. Tenía unos ojos cálidos, enmarcados en un rostro delicado, de labios gruesos y cejas finas, y coronado por una cabellera nívea y sedosa. La piel azul parecía brillar a la luz de las nebulosas cercanas—. He notado la destrucción de Tada desde aquí. Ha sido una maniobra impecable. Creo que sus habitantes no han tenido tiempo de sufrir.
—Gracias —comentó de mala gana, deteniéndose ante él. Whis había sido, al mismo tiempo, mentor y sirviente. Aquel que había supervisado su aprendizaje y la única persona con la que había relacionado desde que los otros Hakai Shin desaparecieran. Gin había desarrollado algo parecido al aprecio por él, pero era consciente de que aquel vínculo era algo premeditado y artificial. Whis adoptaba aquella actitud lisonjera porque formaba parte de su trabajo, no por verdadero afecto. Era consciente de que, si en algún momento hacía uso de su poder de manera egoísta o despótica, o si se alejaba lo más mínimo de sus atribuciones como dios de la destrucción, el ángel no tendría ningún reparo en destruirle.
«Y podría hacerlo en un instante», pensó Gin, tragando saliva. Sus rasgos suaves y su constitución esbelta podían dar a lugar a engaño, pero sabía que estaba ante una de las existencias más poderosas de todo el universo.
—Tengo hambre —dijo, echando a andar en dirección al interior del palacio—. ¿Qué has traído de cena?
El ángel soltó una risita.
—¡Esta vez me he superado! —comentó en un gesto de entusiasmo muy teatral—. Venga conmigo, que le va a gustar.
Los dos recorrieron las entrañas del palacio en dirección al comedor, una estancia cavernosa y lúgubre, cuyo mobiliario consistía en una mesa larga que en otro tiempo había servido como sala de reuniones para los cinco Hakai Shin y multitud de asistentes shinianos, y que ahora solo utilizaban ellos dos.
Gin se sentó en primer lugar, mientras Whis hacía aparecer vajilla, cubertería y cristalería con una floritura de su báculo. De pronto, la mesa se llenó de toda clase de alimentos que humeaban, llenando la sala de infinidad de olores que hicieron que el dios comenzase a salivar.
—No está mal —decidió, echando un vistazo a lo que parecían unas bolas de masa cocida—. ¿Qué es esto?
—Frutos de pekham asados —dijo el ángel, sentándose también—. El rey de Tambara los envía como presente. Creo que trata de ganarse su favor para que no destruya su mundo.
Gin puso los ojos en blanco.
—Si tiene que pasar, pasará —comentó. Había aprendido a hacer oídos sordos a las súplicas de los mortales por su supervivencia, pues de lo contrario no podría realizar ninguna corrección.
Mientras cenaban, Whis le iba presentando los platos, hablándole de su origen y del pueblo que los había preparado. Los temas de conversación entre ambos se habían acabado hacía ya mucho tiempo, por lo que Gin encontraba entretenidas aquellas lecciones sobre la cultura de los mortales a través de la gastronomía.
—El huevo del dragón Mosrala eclosiona una vez cada... —decía en ese momento Whis. De pronto se calló de manera súbita, abriendo los ojos en un ligero gesto de desconcierto.
El Hakai Shin alzó una ceja.
—¿Ocurre algo? —Era muy raro ver aquella expresión en Whis, cuyo conocimiento era rayano en la omnisciencia. Entonces notó cómo una fuente desconocida de prana aparecía en algún lugar de las criptas—. Whis…
El ángel esbozó una sonrisa.
—Parece que tenemos compañía —murmuró de manera enigmática, poniéndose en pie—. Alguien ha roto la Z-Sword.
Gin no entendía nada.
—¿Que han roto qué?
En lugar de responder, Whis hizo un ademán con la cabeza para indicarle que lo siguiera y comenzó a caminar hacia la puerta del comedor. Gin corrió en pos de su mentor, sin comprender.
—Whis, ¿quién es? Su prana procede de las criptas, pero no se trata de Saketta ni de Kavod. ¿Hay otro Hakai Shin ahí abajo?
—El señor Beerus —se dignó a contestar el ángel, sin mirarle a la cara. Caminaba absorto, con la vista fija en la esfera de su orbe.
—¿Quién?
—El Gran Hakai Shin de hace quince generaciones —le explicó Whis—. Llevaba millones de años en estado vegetativo, desde que su contraparte Kaio Shin fuera sellada en el interior de una espada.
—¿Siempre ha estado ahí? ¿Por qué no me lo habías dicho?
—Porque no era algo relevante para su trabajo. —Whis se encogió de hombros—. La Z-Sword estaba en el Mundo de los Kaio Shin, y no debería haber ningún mortal tan poderoso como para poder arrancarla de su pedestal, ni mucho menos para destruirla. —El ángel soltó una risita—. Parece que han sido un par de saiyanos… Están pasando muchas cosas…
Pero Gin no tenía ningún interés en los asuntos de los mortales. Absorbió la información en silencio, tratando de imaginarse las implicaciones de que otro Hakai Shin, uno de rango superior, hubiera aparecido en el mundo. Agudizó su percepción para evaluar la prana de aquel individuo.
«No es fuerte —pensó. Aquella fuente de energía era indudablemente divina, pero rielaba inestable, como una llama diminuta que pudiera apagarse de un momento a otro—. No parece un Gran Hakai Shin...»
La pareja bajó por la escalera de caracol que conectaba la base del palacio con las criptas. Pasaron junto a los cuerpos inermes de Saketta y Kavod envueltos en sudarios. Habían sido el Hakai Shin del Sur y el Gran Hakai Shin de la generación de Gin, pero llevaban muchísimo tiempo dormidos, desde que aquella criatura demoníaca hubiese atacado a los Kaio Shin de forma sorpresiva en su propio mundo, matando al del Norte y el Oeste y absorbiendo a los del Sur y al Gran Kaio Shin. Por aquel entonces, Gin era muy joven, pero recordaba cómo sus compañeros habían caído muertos o inconscientes en aquel mismo palacio, sin siquiera saber qué había pasado. La vida de los dioses de la creación y la destrucción estaban ligadas, por lo que los destructores habían sido diezmados antes de tener opción de luchar. Para cuando Whis había logrado adivinar la razón de aquel fenómeno, Gin era el único superviviente y la criatura había quedado atrapada.
Whis se detuvo ante una de las paredes de la cripta y chasqueó los dedos. El muro tembló durante un instante y comenzó a deslizarse hacia un lado, quedando enterrado en una oquedad en la pared. Una vaharada de olor a moho y humedad invadió las fosas nasales de Gin al pasar a aquella cámara adyacente, que debía llevar cerrada desde tiempos inmemoriales.
—¿Señor Beerus? —preguntó Whis, alzando la voz.
La sala estaba en completa oscuridad, de modo que Gin no podía ver quién había en su interior, si bien notaba su prana perfectamente. Un murmullo apenas audible les llegó del fondo de la cámara, tras el cual Whis hizo una floritura con el báculo y de pronto, multitud de antorchas fijas a ambas paredes de manera súbita.
Entonces lo vio, tendido sobre un pedestal de roca y envuelto con un sudario blanco. El Hakai Shin se encogió al contacto con la luz, incorporándose con parsimonia. Era una figura escuálida y encorvada. A diferencia de Gin, cuyo pelaje mostraba un saludable tono dorado, aquel dios tenía el pelo de un malsano tono purpúreo e increíblemente corto. Tenía la cabeza abombada, coronada por un par de orejas enormes, y un rostro luengo que terminaba en un hocico alargado y de aspecto cruel.
—Whis… —articuló con la voz ronca y pastosa, llevándose una zarpa a la cabeza y rascándose la cara con un gesto remilgado. Al reparar en el sudario, dio un respingo—. ¿Qué hago aquí? ¿Por qué llevo esto puesto?
—Ha estado durmiendo mucho tiempo —respondió el ángel, acercándose a él con aire ufano—. ¿Cómo se encuentra?
El dios se sentó con las piernas cruzadas, cubierto de cintura para abajo con la tela blanca. Se observó las palmas de las manos y flexionó los dedos con gesto ceñudo.
—No tengo fuerza…
Whis sonrió.
—Lleva millones de años inactivo. Hace tiempo que tendría que haber muerto, pero parece que el paso del tiempo no le afectado —le explicó—. Eso sí, va a tardar bastante tiempo en recuperar su antiguo poder.
Beerus abrió los ojos de par en par.
—Pero ¿Qué me ha pasado?
El ángel le explicó que, quince generaciones atrás, un tipo había encerrado al Gran Kaio Shin en el interior de una espada, lo que, de algún modo, también había afectado al propio Beerus. Al parecer, dos mortales habían logrado romper dicha espada hacía apenas unos minutos, razón por la cual el Kaio Shin se había liberado de la maldición y él había recuperado la consciencia.
—Ese inútil… Dejarse encerrar así… Entonces, ¿todos los demás están muertos?
Whis asintió. En ese momento, el dios alzó la mirada y reparó en Gin por primera vez, taladrándolo con aquellos ojos saltones, amarillos y ávidos. La criatura tenía un aspecto lamentable y con su poder actual distaba mucho de ser una amenaza para el propio Gin, pero su mirada denotaba una autoridad que obligó al Hakai Shin a apartar la vista.
—Tú —le llamó—. Eres uno de los Hakai Shin actuales, ¿me equivoco?
Gin fue a responder, pero Whis se le adelantó.
—El único, además de usted.
Beerus enarboló una ceja.
—¿Cómo que el único? ¿Dónde están los otros cuatro?
Whis frunció los labios en una mueca condescendiente.
—Verá, han pasado algunas cosas… ¿Por qué no come algo antes? Debe estar muerto de hambre y justo ahora estábamos cenan…
—Primero las explicaciones —dijo, tratando de ponerse en pie con visible esfuerzo—. Ya habrá tiempo para comer después.
El ángel suspiró.
—Hace algún tiempo, los Kaio Shin de esta última generación fueron atacados por una criatura artificial que mató a dos de ellos y absorbió a otros dos. Sólo sobrevivió el actual Kaio Shin del Este, vinculado a Gin, aquí presente.
Gin inclinó la cabeza a modo de saludo, en un gesto más informal que respetuoso. Se suponía que aquel Hakai Shin tenía mayor rango que él y le debía obediencia, pero el tipo tenía algo que no terminaba de gustarle, pese a las evidentes ventajas que tendría el compartir la labor de dios de la destrucción con alguien más.
—Qué vergüenza —siseó Beerus, chasqueando la lengua—. Espero que matases a esa criatura.
—En realidad, no —reconoció Gin, incómodo—. Su creador solía encerrarlo de vez en cuando, así que el Kaio Shin del Este aprovechó una de estas ocasiones y lo mató. El monstruo ha estado atrapado desde entonces.
—¿Y por qué no lo has matado en todo este tiempo?
Gin notó cómo las mejillas se le encendían.
—Me temo que Gin no tenía el poder suficiente para eliminar a esa criatura, señor —intervino Whis—. Liberarlo de su encierro habría puesto a todo el universo en peligro de nuevo.
—¿Una simple creación mortal ha logrado superar el poder de un Hakai Shin? —preguntó con un deliberado tono de desdén—. Debes ser muy débil, chico.
«¿Tú te has visto?», pensó Gin, si bien tuvo la elegancia de mantener la boca cerrada.
—Gin aún es joven, pero es un Hakai Shin muy prometedor, ¿verdad? —comentó Whis en tono conciliador, seguramente consciente de la tensión creciente entre los dos dioses.
—De todas formas, el monstruo está encerrado con hechizos poderosos y no hay ningún mortal con una energía tan potente como para sacarlo de su prisión —replicó Gin, desviando la atención de sí mismo—. Estará encerrado toda la eternidad, un destino peor que la muerte.
—En realidad, el monstruo se liberó ayer —dijo Whis, como quien no quiere la cosa.
—¿Qué? —Gin abrió los ojos de par en par—. ¿Cómo que se ha liberado?
—Aún no tengo todos los detalles, pero está en un planeta llamado Tierra causando verdaderos estragos. Creo que el asunto guarda alguna relación con los dos saiyanos que le han despertado, señor Beerus, y que el Kaio Shin también está implicado.
—Saiyanos… saiyanos… —Beerus repitió la palabra, articulando cada sílaba como si tuvieran algún tipo de trascendencia especial—. No me suenan de nada. ¿Qué son los saiyanos?
—Es una especie de mortales inteligentes que aún no había evolucionado cuando usted cayó —le explicó el ángel—. Se extinguieron hace algunas décadas, pero parece que hay una pequeña población superviviente en ese planeta Tierra. —Whis observaba el orbe de su báculo con atención—. Son muy poderosos para ser mortales, más incluso que el actual Kaio Shin, especialmente uno de ellos. Lo más extraño es que ese saiyano en concreto parece estar muerto.
—¿Cómo que está muerto?
—Como lo oye. Parece que, de algún modo, ha conservado su cuerpo y que está interactuando con los vivos —murmuró Whis—. Esto parece obra de Enma.
—Mortales más poderosos que un Kaio Shin, muertos que salen del Más Allá y esa criatura que logró aniquilar a todo el panteón divino casi por completo… Whis, todo esto es muy irregular… Déjame ver a esos tipos.
Whis hizo girar el báculo con un giro preciso de muñeca y el orbe de un extremo comenzó a iluminarse con un resplandor turquesa, proyectando una imagen sobre una de las paredes lisas de la cámara. La imagen mostraba el Mundo de los Kaio Shin, donde un Kaio Shin muy anciano estaba haciendo algo muy extraño, bailando en círculos alrededor de un mortal vestido con prendas shinianas, que permanecía inmóvil con gesto de desconcierto. El Kaio Shin del Este también estaba presente, así como su asistente y otro mortal muy parecido al primero, con una aureola que evidenciaba su condición de muerto sobre la cabeza.
—¿Qué están haciendo? —preguntó Gin.
—Un ritual de transformación energética —murmuró Beerus, llevándose la garra al mentón—. Está divinizando a ese chico.
—¿Eso puede hacerse? —replicó Gin.
—Whis… ¿qué le has enseñado a este niñato?
El ángel sonrió.
—Lo estrictamente necesario para su labor, Señor Beerus.
Beerus suspiró.
—Creo que voy a tener mucho trabajo que hacer contigo —dijo en tono resignado—. La condición divina no es algo inherente a individuos concretos. Por mucho que nos consideremos dioses, los shinianos somos tan mortales como cualquiera. Lo único que nos diferencia es el uso natural de la prana. Pero cualquier especie, mediante entrenamiento o aprendizaje, es capaz de transformar su energía vital en prana y alcanzar así la divinidad. Ese imbécil tenía la capacidad de transformar la energía de los mortales en prana y lograr así que alcanzasen su máximo potencial. Pero no entiendo por qué lo está haciendo con ese chico, ¿acaso quiere nombrarlo Kami de su mundo?
—Parece que lo está preparando para luchar con la criatura —puntualizó Whis—. Ese saiyano tiene un poder latente muy superior a lo que cabría esperar de cualquier mortal. Si el Gran Kaio Shin se lo extrae, se convertirá en el mortal más poderoso de todo el universo.
—hmmm… A simple vista, no parece gran cosa.
—Según mis cálculos, podría alcanzar un poder equivalente a la mitad de su fuerza total, señor Beerus —le indicó el ángel.
El Hakai Shin lo miró estupefacto.
—¿Tanto?
—Podría acabar con el monstruo en un instante.
Gin no daba crédito a sus oídos. ¿Un mortal acabando con el monstruo que había matado a cuatro Kaio Shin? ¿Y aquello solo era la mitad del poder de Beerus?
Los tres pasaron las horas siguientes observando cómo se desarrollaban los acontecimientos. Observaron a la criatura trabando amistad con dos mortales nativos de la Tierra y cómo acababa regurgitando de su interior a un monstruo aún más poderoso, que se comía al primero. Siguiendo las andanzas de la criatura, fueron testigos de cómo dos niños se convertían en uno solo y alcanzaban un poder inmenso, luchando contra el demonio con la ayuda de un namekiano y ganando ventaja sobre él.
—A este paso, el chico-prana no tendrá que luchar —observó Beerus, viendo cómo el niño de larga melena dorada se imponía al monstruo—. Esos dos chavales también son saiyanos, ¿no? Uno de ellos se parecía mucho al saiyano muerto.
—Debe ser su hijo, aunque no entiendo cómo se han transformado en un solo individuo ni por qué este ha cambiado de aspecto —murmuró Gin.
—Es una técnica del planeta Metamor —les explicó Whis—. En cuanto a su aspecto, parece una característica propia de su especie, aunque no la conocía. A mí me consta que se podían transformar en monstruos gigantes para multiplicar su poder, pero nada como esto. Por lo que les he podido escuchar, creo que lo han llamado “supersaiyano”.
Beerus esbozó una sonrisa lupina.
—Están llenos de recursos —dijo—. Son una especie interesante para tratarse de simples mortales. Tal vez deberíamos ir a hacerles una visita cuando todo esto acabe.
—¡Mirad! ¡Parece que van a acabar con el monst…! —exclamó Gin, pero antes de que el muchacho completase su ataque, su aspecto volvió a la normalidad y su energía se redujo drásticamente—. ¿Qué ha pasado?
—El tiempo de la fusión se ha acabado —sentenció Whis—. Al final, el chico-prana va a tener que intervenir, aunque no sé si llegará a tiempo.
—Mucho mejor. —Beerus parecía encantado con la situación—. Habría lamentado no tener oportunidad de verlo en acción…
Vieron a los niños volviendo a separarse y cómo el mortal divinizado regresaba a su planeta gracias al asistente de Kaio Shin y cómo despachaba a la criatura sin esfuerzo. El monstruo lograba escapar y regresaba al cabo de un rato para reanudar el duelo, provocando que los dos niños volvieran a fusionarse. Pero, contra todo pronóstico, la criatura los acabó absorbiendo, convirtiéndose en un ser terrible.
—Es horroroso —dijo Gin, observando cómo el chico-prana era totalmente incapaz de resistir los embates de monstruo—. ¿No deberíamos ir a ayudarle?
—No digas bobadas, ¿qué esperas hacer tú? —preguntó Beerus—. Ese bicho sería un rival digno de mí, así que a ti te mataría al primer golpe. —Por primera vez, el Hakai Shin parecía tenso—. Esto tiene mala pinta. Tal como estoy ahora, no puedo hacer nada. Me temo que esa criatura podría destruir el universo entero antes de que yo pudiera plantarle cara… Whis, ¿no puedes intervenir? Sé que no se te permite tomar partido, pero tampoco podemos permitir que lo destruya todo.
Whis asintió con un gesto de suficiencia.
—No puedo luchar directamente, pero sí entretenerlo el tiempo necesario para que la fusión de los niños desaparezca en su interior —dijo—. Después el chico-prana podrá…
—¡Ugh!
En ese momento, Beerus se llevó la mano al pecho y comenzó a jadear.
—¿Qué pasa?
Gin fue testigo de cómo su antepasado caía desplomado al suelo.
—¿Beerus?
—Está muerto —anunció Whis, tratando de reprimir una carcajada—. No puede ser...
La imagen cambió de nuevo, mostrando el mundo de los Kaio Shin. El Kaio Shin anciano yacía muerto en el suelo, mientras que el saiyano muerto estaba junto a él, vivo. Whis, sin poder aguantar más, estalló a reír.
—¡Le ha cedido a su vida a ese mortal! —farfulló entre risotadas—. ¿Cómo se le ocurre?
—¡Le voy a destrozar! —chilló Beerus, incorporándose de nuevo y sobresaltando a Gin. Una aureola circular había aparecido sobre su cabeza—. ¿¡Quién se cree que es para disponer así de mi vida!?
—Debe tener algo en mente —dijo Whis—. Miren, le está dando sus pothala.
—¿Sus qué?
Whis y Beerus intercambiaron una mirada.
—Ni lo digas —dijo Beerus—. No necesitaba saberlo, ¿verdad?
El ángel se rascó la nuca, dedicándole una sonrisa inocente. La respuesta a la pregunta de Gin no tardó en aparecer. El Kaio Shin del Este y su sirviente se quitaron cada uno uno de los pendientes que llevaban y sus cuerpos se unieron en un único ente más poderoso, de manera muy similar a como los dos niños saiyanos habían creado un único cuerpo.
—Quiere que el saiyano se una al chico-prana —dedujo Whis—. Es arriesgado, pero podría resultar. ¿Sigue queriendo que intervenga, señor?
Beerus se encogió de hombros.
—Yo ya estoy muerto, así que ya no me concierne —comentó indolente—. Preferiría ver en qué resulta la unión de esos dos, pero que decida el actual Hakai Shin.
Los dos miraron a Gin, aguardando una respuesta. Antes de que tuviera tiempo de decidir, el mortal se teletransportó a la Tierra para plantarle cara al monstruo, transformándose de la misma forma en la que lo había hecho la fusión de los dos chavales un rato antes. En ese momento, la fusión de los niños se deshizo en el interior del monstruo y éste perdió poder, aunque no tardó en absorber al chico-prana para aumentar aún más su fuerza, para consternación de Gin.
—No para de absorber mortales y cambiar —bufó Beerus, molesto—. Es muy pesado.
—Y esta vez no tiene límite de tiempo —comentó Whis—. Me temo que yo ya no puedo hacer nada.
—Entonces el universo está perdido —replicó Beerus con indiferencia—. Whis, apaga eso. Voy a comer algo antes de comparecer ante el...
Beerus guardó silencio al observar cómo el saiyano superviviente se encontraba con otro muerto que acababa de hacer aparición en escena.
—¿Quién es ese ahora?
—Otro saiyano —dijo Whis—. Puede que esta vez, sí se unan.
Y, en efecto, los dos saiyanos se colocaron los pothala en orejas opuestas, dando origen a la criatura más poderosa que Gin hubiera visto jamás. Su energía, pese a no tener naturaleza divina, era tan potente que, a su lado, la del monstruo parecía algo ridículo. Se giró para observar la expresión de Beerus, deleitándose con el gesto del otro Hakai Shin. El dios estaba lívido, sin acertar a decir nada, e incluso Whis parecía sorprendido.
En menos de una hora, los tres fueron testigos de cómo aquel portento desaparecía en el interior del monstruo y cómo los dos saiyanos resurgían al cabo de unos minutos, llevando al chico-prana, al namekiano y a los dos chavales con ellos. El monstruo volvía a cambiar de aspecto y la unión del Kaio Shin y su sirviente se los llevaba al mundo de los Kaio Shin, antes de que la criatura destruyese la Tierra. Al final, el saiyano por el que el Kaio Shin había dado su vida luchaba con la criatura en aparente paridad, aunque poco a poco iba perdiendo poder. Al final, del monstruo emergió la criatura obesa del principio y el saiyano muerto y ella intentaban hacer frente a la amenaza, sin éxito.
De pronto, la aureola sobre la cabeza de Beerus desapareció.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó este—. ¿Vuelvo a estar vivo? —añadió, dirigiendo la mirada a Whis en busca de una respuesta.
El ángel asintió.
—Los Kaio Shin están jugando con una magia poderosa, señor —dijo—. El Kaio Shin ha resucitado, la Tierra también ha vuelto a recomponerse y sus habitantes vuelven a vivir.
—Es una transgresión tras otra —comentó Beerus—. Aunque en este caso, no me voy a quejar…
En ese momento, los tres escucharon una voz resonando en sus cabezas.
—¿¡Podéis oírme, habitantes del universo…!? —escucharon—. Os hablo desde otro mundo. Ya sabéis que casi todos vosotros habíais muerto a causa del monstruo Bu, pero gracias a un misterioso poder os he hecho resucitar…
—Es el segundo saiyano —murmuró Whis—. Él también ha resucitado y se está dirigiendo a todos los seres vivos del Universo.
—¿Puede hacer eso?
—El Kaio del Norte está actuando como intermediario —les explicó el ángel.
—¡¡Creo que ahora vuestras casas y ciudades están como antes!! ¡Esto no es un sueño!! —prosiguió el saiyano—. ¡¡En estos momentos hay un guerrero luchando con Bu por vosotros, pero la situación es muy difícil!! ¡La fuerza del monstruo es muy superior a la que tenía Cell y por eso quiero que le prestéis vuestra fuerza!! ¡¡Levantad vuestras manos hacia el cielo!! ¡¡Reuniremos vuestra energía para derrotar a Bu!!
—¿Qué están haciendo? —preguntó Gin. Observó como el primer saiyano se quedaba suspendido en el aire con los brazos en alto.
—Parece que está concentrando energía de todos los seres vivos del universo —observó Whis—. Miren, empieza a crecer.
—¿Va a lanzarle eso? —pregunto Beerus—. Dudo que sea suficiente.
—¿Quieren echar una mano? —preguntó el ángel—. Parece que están necesitados de toda la ayuda que se les pueda brindar.
Beerus se encogió de hombros.
—Ahora que vuelvo a vivir, en caso de que pierdan me tocará arreglar el estropicio cuando recupere mi poder, si es que para entonces ha dejado algo en pie —comentó, levantando la mano por encima de la cabeza—. Ahí te va, saiyano, aprovéchala.
Gin también levantó la mano, decidido a ayudar a aquellos mortales a acabar con aquella criatura que había matado a sus congéneres. De pronto, notó cómo le abandonaban las fuerzas y le invadía una sensación de cansancio como nunca antes había experimentado. Beerus también flaqueó y tuvo que plantar las zarpas en el suelo para no desplomarse.
—Ese desgraciado… se ha quedado casi toda… ¿Qué técnica es esa? —preguntó el jadeante Hakai Shin.
—Sigue sin ser suficiente —murmuró Whis.
—¡¡Terrícolas, por favor!! ¡¡Por favor, dadme energía!! ¡¡Necesito vuestra ayuda!! ¡¡Levantad las manos al cielo!!
—Es el primer saiyano —murmuró Beerus, limpiandose el sudor de la amplia frente—. Parece que no les hacen caso…
—¡¡Daos prisa!! ¿¡Es que no os importa lo que le pueda pasar a la Tierra y al Universo, estúpidos!? —prosiguió el saiyano.
—¡¡¡Basta de tonterías!!! —escucharon que gritaba entonces un tercer individuo, otro mortal que había acudido con ellos al mundo de los Kaio Shin y que no había tomado parte en la batalla. Gin apenas se había fijado en él, aunque acabó reconociéndolo como uno de los que habían estado con el monstruo del principio—. ¡¡Colaborad con nosotros enseguida!! ¿¡O es que no vais a hacerle este favor a Míster Satán!?
En ese momento, los tres notaron cómo la acumulación de energía que el primer saiyano sostenía sobre su cabeza crecía de manera exponencial.
—Mister Satán —murmuró Gin, manteniéndose en pie a duras penas—. Parece que a él sí le obedecen, aunque no detecto ninguna energía especial en él. ¿También es un saiyano?
Whis negó con la cabeza.
—Es un terrícola, aunque no tiene nada fuera de lo común —observó el ángel—. Debe ser muy popular en su planeta.
Finalmente, el primer saiyano logró concentrar una cantidad enorme de energía y lanzársela a la criatura, acabando con ella definitivamente. Gin se desplomó de rodillas en el suelo, exhausto después de haber cedido toda su energía para el ataque. Se percató de que Beerus se había tumbado y volvía a dormir hecho un ovillo y con una sonrisa malévola en los labios, aunque en ese momento no le dio importancia. Sentía algo parecido al alivio ahora que sus cuatro congéneres habían sido vengados, y aunque le hubiera gustado ser él mismo quien realizase el acto, al menos aquella criatura había desaparecido para siempre de la faz del universo.